09 octubre 2006

Me gustaría haberlo dicho en hexámetros


Andar una hora desde la estación de metro de Estrecho hasta la plaza de Cascorro, a las siete de la mañana de un domingo, solo, caminando por la calzada a ver si uno pesca un taxi salvador que lo saque a uno los antes posible de esas calles en las que no ve más que borrachos volviendo a casa, peleas de prostitutas y chulos, algún pobre trabajador que no conoce eso del día del Señor, y, ya llegando casi a casa, a los primeros compradores del Rastro, es lo más parecido a ser Orfeo volviendo del Hades, confiando en que a su espalda le sigue Eurídice.
Pero lo peor de todo es saber que Eurídice había preferido quedarse en casa. Ni invitar a Orfeo a acompañarla en el infierno ni irse con él de vuelta a la tierra de los vivos.
Volver a casa solo, y sentirse abandonado.