03 octubre 2006

¿Y tú qué haces aquí?

Cuando, ahondando en el tópico de la "cultura versus la televisión", alguno de esos santones que despotrican contra un sencillo eletrodoméstico como fuente de todo mal social comienzan a poner verde un programa como Crónicas marcianas yo acostumbro a pararles los pies. No por nada personal, ni porque uno fuera fan del programa o porque me guste incordiar –bueno, un poco de lo último sí que hay- sino porque me parece que los que critican dicho programa olvidan decir dos cosas: que si lo critican tanto y con tantos datos sería porque lo veían por costumbre, y que si lo veían es porque les resultaba divertido. Y eso es lo que pretende dicho programa, no creo que Javier Sardá haya pretendido, nunca, ser Hegel.
Yo no tengo empacho alguno en decir que lo veía, la mayoría del rato con el volumen desconectado, porque con el volumen bajo ya se escuchaba a algunos de los contertulios del programa gritar, pero siempre atento al momento en que Juan Carlos Ortega y Empar Moliner hacían acto de presencia. Y ojo, que tampoco estoy cayendo en el esnobismo fácil de lo que aseguran que dejaron de verlo en el momento en que Galindo, Mariano Mariano –ese que ahora participa en el de veras vomitivo programa del baile donde sale la Nietísima-, Fuentes y demás dejaron el programa. Nunca durante todo el tiempo que duró su emisión hubo un colaborador tan surrealista, tan extraño e irónico como Ortega, nunca alguien tan ácido y a la vez cándido como Moliner. Y son los de la última etapa, los que salieron "vencidos" por Buenfuente -por cierto, habrá que seguir la campaña electoral catalana ahora que Montilla se va a lanzar a los monólogos con uno de los guionistas del Terrat.
Porque Empar Moliner sabe ser ácida bajo la capa de una candidez idiota sólo en apariencia. Parece uno de esos que "no se enteran de nada" y, en realidad, lo capta todo. Como todo lobo medianamente listo, sabe que basta con ponerse la piel de oveja para que te tomen por una de ellas. Moliner ataca la realidad desde la más rotunda lógica, y demuestra la irracionalidad y estupidez del mundo que nos rodea. Eso se puede ver en sus cuentos, verdaderamente fantásticos, pero se aprecia de un modo más directo en sus artículos, en los cócteles de desparpajo e ironía que escribe para los diarios.
En un país como el nuestro, donde el escritor al que se le cede una columna en la prensa la usa como púlpito desde el que reconvenir a los ilusos, o como estrado desde el que "enseñarnos a pensar" y ver el mundo a su modo, resulta muy refrescante una escritora que no cae en el tópico de la manera distinta de hacer literatura al discurso machista –como ocurre con Montero o Torres, posiblemente las dos popes de la literatura femenina de prensa, ya que no necesita protegerse en su genitalidad para que se la escuche, le basta con decir cosas originales y bien pensadas- o de la admonición desde la tribuna pública. Uno tiene la sensación de que Moliner se limita a no apagar el cerebro mientras pasea por la calle, mientras ve la tele, al leer el periódico, etc. En vez de colocar el piloto automático del día a día, ella ve, saca conclusiones, de la mayoría de las idioteces que hacemos o nos hacen a los ciudadanos. Señala, con un humor, siempre irreductible, tanto las acciones ilógicas que asumimos como normales, como las decisiones absurdas que aceptamos como meditadas y, resumiendo, nos enseña la verdadera cara del entorno descerebrado en el que solemos relacionarnos.
Toda persona que quiera reírse un poco de sí misma y encontrar una mirada cómplice sobre el tonto mundo que construimos debiera leer este libro. Los que no, siempre teniendo en cuenta que están en su derecho, pueden seguir formando parte del engranaje sin hacerse pregunta alguna. Como reza el dicho: felices como lombrices.
Empar Moliner Busco señor para amistad y lo que surja Acantilado, Barcelona, 2005