19 octubre 2006

Imprescindible

Una gran literatura debe, siempre, tener a mano a sus clásicos. Y en buenas ediciones. Precisamete esa es una de las trabas que todo buen lector encuentra en el mercado español del libro, más centrado en novedades y best-sellers que en fondo de librería, en textos que verdaderamente cimentan una cultura sólida.
Galdós, pese a los ataques que ha sufrido por parte de muchas voces menores y de lectores superciciales de su obra, ha conseguido evitar en parte ese destino. La calidad indiscutible de las historias, su veracidad y la capacidad de generar vida, su profunda capacidad de penetrar en la psicología de los personajes, y su siempre atinado estilo -que no ensalza nunca el tono y no olvida nunca que es literatura- han conseguido que hoy, tanto tiempo despuñes de su muerte, siga estando presente en ediciones de bolsillo -Alianza tiene casi toda su obra publicada y en Cátedra están realizando ediciones críticas de casi toda su obra- y en colecciones de mayor rango -como la que la Biblioteca Castro Turner le tiene dedicada. Pero el hecho de que esté en todos los manuales, de que sea un clásico siempre ha jugado en contra de Galdós. Sufre ese trato despectivo que el prejuicio impone a las lecturas del Insituto -cuántos se pierden el Quiijote porque son incapaces de separar la obra del profesor que les obligaba a leerla- y a lo mayoritario. ¿Cómo va a ser bueno un autor que también le gusta a mi abuela? -dice el moderno desde su pedestal idiota dispuesto a descubrir el Mediterráneo o el Atlántico.
Galdós está en todas las casas, pero no se lee por un reparo absurdo que habla mal del que lo tiene, no del que es objeto de él. El problema de no leer a Galdós no se reduce a no leer novela realista -qué estúpido el prejuicio de tildar a Galdós de realista, qué simple, qué lectura superficial se hace por parte de los que gustan de presumir de lectores de los profundos conocimientos del saber-, o a que tenga matices costumbristas -el alejamiento de la realidad es escapismo, no literatura; un buen autor, independientemente del estilo que elija para sus historias sabe que está inmerso en su mundo, su sociedad, su época, y realizar lo contrario sólo demuestra hasta que punto es uno incapaz de enfrentarse a sí mismo, a sus miedos y deseos, que son los mismos en todos nosotros.
Por los caprichos del destino Galdós es hoy un autor marginal, periférico, que no leen los modernos por considerarlo "carca", que no leen los nostálgicos por demasiado moderno, y que, por fin, puede ser pasto de verdaderos amantes de la literatura. Lectores carente de prejuicios que pueden disfrutar de una literatura que demuestra estar siempre viva y hablarnos siempre desde el presente. Donde los contemporáneos de Galdós veían un espejo al borde del camino, hoy los analistas ven a un novelista capaz de construir una epopeya como la de Fortunata y Jacinta siguiendo la historia de la I República española. Francisco Caudet, en un monumental trabajo que sirve como introducción a la edición crítica de Cátedra nos demuestra paso a pasdo como la historia de ambas mujeres es una alegoría perfecta del proceso político que comenzó lleno de esperanzas y precipitó el retorno de la casa monárquica que todavía hoy soportamos. Galdós era un hombre político, lo fue toda su vida, posiblemente uno de los más comprometidos con el pueblo.
Galdós ha sido tachado siempre de garbancero -mote que le puso un escritor individualista, originalísimo, firmemente independiente, que no dudó en aceptar un puesto del estado, un sueldo y todo lo que hizo falta cada vez que se le ofreció; un modelo a seguir, vamos- y se olvida que la primera de sus novelas es una precursora de lo fantástico, que en sus novelas contemporánes -esas que son la máxima muestra de realismo hispano- aparecen fantasmas, los vivos son visitados por los muertos, aparecen personajes plenamente simbólicos, se estudia la idea de la novela moderna y prefigura el diálogo nivolesco del final de Niebla -ahí está el amigo Manso, que se sabe personaje creado por su autor-, en su útima época le obsesionó la espiritualidad, el alma y los deseos del hombre, y algunos de sus últimos textos presentan técnicas como el flojo de conciencia o el subjetivismo tan cacareados durante el siglo XX. Galdós no fue un simple realista, era consciente de que el hombre vive en un plano real y desea en uno simbólico, y exploró ambos campos a la búsqueda de la verdad humana.
Por eso es una enorme alegría -y un síntoma del mundo en que vivimos- que una editorial recién nacida, pero llevada con mano esquisita en lo estético y lo ético, se haya lanzado a editar a Galdós. Y lo haya hecho con una pequeña novela que es la primera de un ciclo de cuatro donde dibuja una de sus más geniales creaciones, el prestamista Torquemada. La modernidad de esta novela de Galdós es envidiable, está -como sucede con La de bringas- construida sobre un sólo eje temático: la enfermedad y agonía del hijo del protagonista. Pero, como hemos dicho, el personaje central es el usurero. La tensión entre el deseo del protagonista y su realidad, el modo en que Galdós construye el torbellino de emociones que, en apenas unos días, transforma la vida del avaro, es única. A lo largo de las ciento y pico páginas del libro no se admite un momento en que la tensión decaiga, en que el lector pueda encontrar puntos muertos. Mucho tendría que aprender el escritor de hoy de la depurada técnica con que construye Galdós su texto.
Poco se puede decir, elucubrar, cuando un autor ha sido capaz de ponerlo todo en un texto. Las grandes obras, esa es la paradoja, sólo mueven al silencio. La admiración no admite el ruido.
Por eso, el esfuerzo de editar una guía de lectura que se puede descargar gratis por la web y que permite usar el texto como objeto de estudio en clase, en un club de lectura o en un taller hace que esta edición sea una decisión doblemente feliz.
Pero lo que hace fundamental a esta novela es la capacidad de transformación que ejerce en el lector. Su fuerza, la profundidad de sus intuiciones, la viveza de lo plasmado, la hace un pórtal único, exquisito, para comenzar a reencontrarse con uno de los mejores escritores de todos los tiempos. Un lector atento, sensible, no puede salir indemne de la lectura de esta novela.
Tal vez ahora, gracias a iniciativas como esta, se pueda, por fin, sacar a Galdós de la hoguera.
Benito Pérez Galdós Torquemada en la hoguera Periférica, Cáceres, 2006