Uno lo ha dicho ya muchas veces, pero nadie me hace caso. Todos mis amigos literatos me lo cuentan de cañas, me lo dicen de copas, me lo lloran en cafés: no ganan premios literarios pese a que se dejan las pestañas en escribir, las dioptrías en corregir y los cuartos en correos. Todos buscan a la posteridad -esa puta cara que no te deja satisfecho nunca- a través de los premios. También lo hizo Pedro Maestre -o se la encontró, vaya usted a saber- cuando ganó el premio Nadal con Matando dinosaurios con tirachinas. Han pasado los años y Maestre vuelve con su cuarta novela, de título largo, y que promociona su editorial como una "Novela para noctívagos. Una guía sentimental de la ciudad canalla". Uno, que se ha dejado las pestañas leyendo las cartas de los bares, las dioptrías en reconocer a las chicas guapas al otro lado del oscuro garito y los cuartos en whiskeys en cascada, destornilladores de vodka y antimosquitos con ginebra, encuentra poco interesante eso de la ciudad canalla. Y sabe que los noctívagos son como todos, pero más pálidos.
Eso sí, para llevarte el libro a casa hay que contar -a mí y al respetable- el bar más curioso, más cutre, más memorable que hayas visitado. Vivimos en España, será por bares...