Antes de escribir mis ideas sobre este libro he dejado algo de reposo de su lectura, para ver qué recordaba del libro pasado un tiempo, y he echado un vistazo a algunas cosas que se han publicado sobre el libro en prensa e Internet.
En su prólogo, Bonilla destaca la que, sin duda, es la mayor virtud del libro: su voluntad de innovación, su riesgo. Bonilla es coherente, ya que es un autor arriesgado que disfruta leyendo a autores que se arriesgan, pero eso no quiere decir que salgan bien parados. Se habla en ella de Rizoma y no es un mal ejemplo puesto que la lectura del libro suscita en el lector la certeza de que el reparto de las secuencias, del sucesivo zapping narrativo, es aleatorio. Tienen esa distribución, pero podrían tener cualquier otro, y en esa propiedad debemos ver la primera de las características del libro: su filiación poética –lírica- más que narrativa.
Por otro lado el libro está trufado de citas, de referencias culturales de todo tipo: narrativas, poéticas, científicas, incluso está inaugurado por una cita de una entrevista al cantante Daniel Johnston donde este afirma no leer sino ver DVDs. Es un libro inserto, por lo tanto, en un contexto cultural amplio, que reflexiona sobre sí mismo y sobre su ubicación como obra de arte, y lo hace desde una intención dialéctica. Podemos por lo tanto destacar su filiación ensayística más que narrativa.
¿Podemos hablar por lo tanto de novela, de narrativa? Está publicada en una colección de narrativa, se dice que pertenece a una “aventura narrativa”, así que la consideraremos una novela. Lo beneficioso que tiene el género de la novela es que lo admite todo, así que todo lo que queramos llamar novela lo es –creo que Cela dijo algo parecido alguna vez. De todos modos, pese a la ironía de que este libro haya sido elegido como novela del año por la revista Quimera, o de que en El cultural del Mundo lo hayan incluido entre las mejores novelas del año, uno se ve obligado a concordar con la reseña de Vicente Luis Mora en Quimera, cuando constata que no se trata de una novela.
¿Qué es, entonces, Nocilla dream? Los primeros balbuceos de la plasmación de una estética –la poesía postpoética- que ha dado buenos resultados en la lírica pero a la que le falta mucho camino por recorrer en el plano narrativo. Pozuelo Yvancos, tan ingenuo, habló en su reseña de “estética del blog” –uno desconoce cuántas bitácoras ha leído el crítico, pero no se ha enterado demasiado de en qué consisten, claro que las apreciaciones que realiza en esa mima reseña sobre las influencias novedosas en la narrativa audiovisual evidencia que este señor no ha ido mucho más allá del programa de Garci en lo que a modernidad se refiere- y Nelson Rivera en un artículo publicado en El Nacional habla de narrativa fractal.
La realidad es, creo, mucho más simple. Una serie de fragmentos, que o bien son fogonazos líricos, bien iluminaciones reflexivas y a veces breves micronarraciones amalgamadas no son una novela. Son un libro proteico, más o menos interesante dependiendo de las preocupaciones de cada uno, que ha sido recibido con alborozo crítico por su novedad y riesgo y por su arrogante individualidad en un panorama anodino y borreguil como el hispano. Ser original hoy en España no es difícil, y si uno lo es con cierta consistencia va a encontrarse a un auditorio de críticos dispuestos a aplaudir a cualquier cosa que se salga un poco del gris promedio que dicta el mercado.
Miguel Ángel Muñoz, en su blog El síndrome Chéjov ha señalado muy bien los paralelismo que se han dado entre la recepción crítica de la primera novela de Ray Loriga, la –hoy se puede decir claramente- prescindible Lo peor de todo y la primera incursión narrativa de Fernández Mallo. ¿Podremos decir en un futuro que Nocilla dream es prescindible? Creo que sí, siempre y cuando se produzca una asimilación lógica de los aspectos interesantes que el libro propone.
Una lectura atenta del mismo revela que esos novedosos detalles que trufan el libro y lo hacen escapar de lo senderos trillados no son, tampoco, unas referencias intrincadas y excesivamente cultas. Como hizo Borges en su día –referencia que incluye Fernández Mallo en el libro en un episodio inverosímil de un camionero seguidor acérrimo de Borges- al reutilizar referencias literarias o filosóficas sacadas de revistas de divulgación, en Nocilla dream aparecen referencias extraídas de fuentes no excesivamente ocultas o eruditas pero que están muy bien solventadas, y que deslumbran, sin duda, a los críticos literarios, poco dados a cultivarse en parcelas ajenas a la suya.
Lo que sí llama más la atención en el texto, y debería hacer que se les cayera la cara de vergüenza a unos cuantos críticos es el lenguaje que usa el autor en este libro. Un castellano huidizo y pedestre, lleno de barbarismos sintácticos y de elementos propios de la tradición anglosajona que Fernández Mallo ha interiorizado seguramente en su desempeño como físico nuclear. Que la bibliografía que un científico usa es fundamentalmente en lengua inglesa es incuestionable y aceptable, pero que traslade ese estilo y esos usos a una narración en lengua hispana sí es cuestionable, porque al hacerlo está cuestionando de un modo directo la importancia de un aspecto importantísimo en la literatura: el estético, y que los “críticos” no lo señalen rebela que están deslumbrados por la novedad estética o temática que supone para ellos y se olvidan de que están hablando de un artefacto verbal.
Y, por último, otro de los aspectos fundamentales del texto es que, en la voluntad ensayística y lírica del texto se ha quedado en el camino la obligación de levantar un mundo de ficción por el que transite el lector al leer el libro. Hay una voluntad excesivamente referencial en el libro, todo funciona en tanto y en cuanto se establece una relación entre el libro y el mundo real, y en esa tensión se establece la fuerza del libro. Pero una narración, más una novela, debe construir un “mundo” propio en el que se sumerja el lector. Pero el lector que va pasando las páginas del Nocilla dream no olvida en ningún momento los vínculos que los fragmentos que lo componen guardan con el mundo real, y no se llega a producir en ningún momento la creación de esa realidad ficcional que toda narración crea.
Y no quiere esto decir que no haya modos novedosos de narrar vulnerando ese “pacto narrativo” –ahí están las novelas de Julián Rodríguez y de Isaac Rosa o los libros de Mercedes Cebrián- pero sí, desde luego, que el modo practicado en este libro no llega a convencer.
No es Nocilla dream un libro despreciable, al contrario, está lleno de imágenes sugerentes, de ideas iluminadoras, de fragmentos de una narratividad poderosa, pero también es cierto que la obra en sí, el todo, suscita más dudas que certezas, más sospechas que respuestas y pese a que la voluntad de la literatura debe ser, también, la de hacer preguntas, a mí me ha quedado sobre todo una en el aire: ¿llegará esta nueva “estética” a suplantar otros modos de narración más tradicionales? Con lo que Nocilla dream despliega, la respuesta, de momento, parece ser que no.
Agustín Fernández Mallo Nocilla dream Candaya, Canet de Mar, 2006