La recepción que se ha hecho de este libro, en las reseñas o críticas que he leído, es casi unánime: “está muy bien, pero no hay que tomárselo muy en serio”.
Unos no terminan de creer que es un libro pensado y meditado porque piensan que tiene que ver con la crisis de las caricaturas publicadas en el periódico danés que agitaron a los países árabes. La ingenuidad de los que piensan esto es fascinante. Habría que recordarles –perdón, enseñarles- que Vaneigem lleva décadas defendiendo estas ideas desde su militancia situacionista. Además, basta con echarle un vistazo a la página de créditos del libro para ver que la edición francesa es del año 2003. Los brotes de violencia que azotaron los suburbios de las ciudades francesas, sobre todo de París, que tan sólo parecía haber predicho Maffesoli, no estaban ni planeados.
Otros, como José Luis Pardo, que es un ejemplo perfecto de “pensador a la carta” lo ignora en un artículo aparecido el 20 de mayo en Babelia sobre las novedades situacionsitas que habían aparecido por esas fechas en las librerías españolas. Es, de hecho, un artículo muy interesante, destinado a desactivar el pensamiento de Debord y situarlo a medio camino de la “ingenuidad” vanguardista del periodo de entreguerras –que algunos, malos, malísimos, aprovecharon para lograr fines políticos, porque ya se sabe que la política la deben hacer los señores con corbata que pagan a Pardo y el resto de los asalariados de Prisa- y los artistas conceptuales –que se han contentado con unos pataleos de salón y venderle sus obras a los mismos señores de las corbatas para decorar los edificios de oficinas o las fundaciones que les permiten ahorrarse impuestos que irían a parar a todos los españoles. Sorprende un artículo así de alguien que ha hecho una traducción y edición del libro fundamental de Debord, La sociedad del espectáculo, para una editorial tan meticulosa como Pre-Textos. Una búsqueda sobre dicha edición en un buscador cualquiera de Internet sorprende por los numerosos artículos sobre lecturas erróneas y sus correcciones pertinentes que se hacen de esa traducción. Tal vez el problema de Pardo es que no debe entender muy bien a Debord, al que tilda de “quejica” que por lo utópico de sus planteamientos siempre tendrá motivos para la protesta pero que nunca aportará soluciones para dichos problemas. Aún en el caso de que así fuese, señor Pardo, hay que recordarle que uno no ha visto a Platón dando soluciones políticas, ni a Aristóteles –por no mencionar ya a Descartes, san Agustín, santo Tomás y así podríamos seguir con toda la lista de filósofos del manual- aunque él, como catedrático de filosofía que es, seguro que lo sabe, otra cosa es que prefiera ignorarlo. No sienta bien en el periódico en el que publica una crítica tan directa como la de Debord. O a lo mejor es que no llega a conocer a Platón, ni tan siquiera a Parménides, ya que como demostró en otro artículo del Babelia –lo siento, ése no lo guardo, la basura la saco de casa- donde se burlaba jocosamente de los grupos ecologistas o proteccionistas que pretendían otorgar a los simios derechos hasta ahora reconocidos a la especia humana. Por encima de que tengan razón o no los que lo solicitan, rebatir con sofismos y burlas sobre su uso de la sintaxis a otras personas es bastante pobre y lamentable viniendo un profesor universitario, a quien le presuponemos la capacidad de mostrar razones para su opinión, por encima de la burla del otro. No se demuestra de ese modo, señor Pardo, ni capacidad razonadora, ni inteligencia, tan sólo la capacidad para el desprecio de alguien acostumbrado a sus seminarios, a su limitado círculo de turiferarios que poco o nada aportan al mundo -¿tan importante cree que es un tocho de setecientas páginas que va poco más allá del nivel de El mundo de Sofía a la hora de explicar la filosofía?
Mayor fama de divulgador, de hombre cercano, tiene Fernando Savater, que fue el encargado de la crítica del libro en el mismo suplemento del que ya hemos hablado –ya sabemos todos, ese recinto de la alta cultura- pero sorprende mucho ver alguien al que, según tenemos entendido, amenazaron de muerte unos delincuentes por expresarse libremente, decir del libro de Vaneigem cosas como esta: “Aunque abunda en chispazos elocuentes, es más fácil compartir su buen ánimo que sus arrebatadas razones.” Tal vez el filósofo del hipódromo prefiere olvidar que una de las razones por las que cobró fuerza el nacionalismo radical vasco fue la falta de libertades del régimen anterior, y que hoy estamos todavía pagando aquellos errores y los problemas engendrados entonces. A lo mejor Savater piensa que a algunos habría que prohibirles hablar y expresarse –como puso en práctica el gobierno del PP con su “democrática” ley de partidos, donde no se perseguía la apología del terrorismo, sino las opiniones contrarias a la del gobierno- y seguramente porque no piensen como él.
Despachar un libro que deberían leer muchos diciendo: “De modo que este vehemente librito –panfleto, en el mejor sentido del término- de Raoul Vaneigem resulta estimulante y se hace simpático” es, a qué mentirnos, indignante. Lo primero porque el diminutivo es peyorativo, el Tractatus de Wittgenstein no ocupa mucho más, ni el Temor y temblor de Kierkegaard, y no creo que hable de ellos con ese cariñoso “diminutivo”. Y decir que es estimulante y se hace simpático es reducirlo al efecto de una Coca-Cola. Uno, que tiende a sorprenderse por casi todo, se sorprende de que alguien cuya aportación al pensamiento sea la Ética para Amador y unas divertidas, sinceras, pero poco más, incitaciones a la lectura despache así un libro con una clara intención desestabilizadora.
Uno no sabe si ese tono condescendiente de los reseñistas de ensayo del brazo armado de Prisa, que, todo hay que decirlo, en el mismo número ya referido –qué número el del ése día, Dios mío- terminan de “meterla” con el ensayo de Riechmann Biomímesis diciendo que es un libro “cargado de buenas intenciones, pero la economía tiene razones que el bueno del sentido común, tan cortoplacista como la economía, no siempre comparte”, decir eso, amigo Antonio Calvo Roy –eludo el chiste de decir que se habrá quedado como su apellido- es demostrar que uno no ha entendido nada, ya que es ése sentido común de culo gordo y calefacción central que tienes lo que ese libro quiere que cambies. Yo creo que contra Riechmann hay algo en ese periódico, y eso a pesar de que debe ser el único poeta español que lo ha incluido en el título de uno de sus libros.
Me he ido por otros derroteros, lo que me llama la atención es esa capacidad de los articulistas de El País para no rebatir, para no cuestionar, para no dudar ni por un momento de que ese neoliberalismo de adosado y vinos de marca que predica el mundo Prisa tenga algo de erróneo. A mí, desde muy chico, siempre me llamó la atención que mi padre descalificara El País como periódico de “sociatas” –desde su ABC bajo el brazo- cuando en el suplemento dominical no había un mueble, un trapito, un regalo que bajase de las veinte mil pelas, y hablo de los ochenta, no de este mundo absurdo de los ciento veinte euros.
Uno espera, y desea, que periódicos como ABC, La Razón –perdón por meterlo aquí-, El Mundo y demás no comulguen con Vaneigem, hasta ahí podíamos llegar. Pero que en El País se intente desactivar un libro tan cargado de verdad como este, que se limita a promover dos ideas: dejar que todos hablen y así sabremos qué esperar de ellos –en esta sociedad donde el poder tiende a ser opaco es normal que esto no siente bien-, y, mientras hablen no harán otras cosas –que es un poco reaccionario pero hay que reconocer que está cargado de razón-, que se intente rebajar como “librito” es descorazonador. Tal vez no se dan cuenta de que aplicando las tesis del libro, lo de “dejar que hablen y así se les ve el plumero” también va por ellos.
Aunque supongo que cuando entre la verdad del mundo y la propia hay un cheque con muchos ceros, uno no puede entender bien un libro.
Raoul Vaneigem Nada es sagrado, todo se puede decir Melusina, Barcelona, 2006