Hay, por lo tanto, que insistir, siempre, en que se lean esos dos libros, que son, con casi total seguridad, lo mejor de su obra. Pero, también, se impone, a la luz de la edición de estos ensayos por parte de Artemisa y de una edición de Losada, que coincide con muchos de los artículos aunque es un poco más amplia, el debate sobre la vigencia de su producción ensayística.
Leyendo los siete artículos que incluye este libro uno comprueba la calidad de la prosa de Stevenson, la capacidad de allanar conceptos y de presentarlos al lector de un modo fácil, una engañosa facilidad que se evidencia a la luz de la lectura del primero de los artículos. También depara este libro razones más que sobradas para considerar a Stevenson algo más que un autor sencillo, puesto que en estas páginas vemos a un literato consciente de su oficio, que reflexiona sobre algunos aspectos del mismo y confiesa detalles y pormenores de su propia producción.
Pero, haciendo el arqueo final, qué se nos ha quedado fijado en la mente tras la lectura del libro: Pues que Stevenson es un autor con una clara intuición y que sabe discernir aspectos relevantes de su profesión, pero no es, desde luego, un ensayista fundamental. Algunos de los textos aquí recogidos tienen un interés para el estudioso, para seguir de la obra de Stevenson. La génesis y el prefacio de El señor de Ballantrae, el artículo sobre La isla del tesoro o el otro sobre los libros que le han influido no son textos que interesen a un lector que no sea seguidor ya de Stevenson. “Sobre algunos elementos técnicos de estilo en literatura” es un interesante artículo que le resulta mucho más relevante a un lector sajón que a uno de cultura hispana. Las apreciaciones fonéticas, que son fundamentales en la literatura de lengua inglesa, son menos relevantes en una lengua como la española, con palabras más largas y un ritmo distinto. Se da en este caso, como en muchos otros textos que se traducen al respecto de autores anglosajones, un evidente problema de falta de visión del editor, que se ciega por su conocimiento del inglés que, en la mayoría de los casos, no tiene el destinatario del texto y que, y ahí radica lo verdaderamente problemático del asunto, aunque lo sepa tampoco le sirve para nada porque no usa esa lengua. A mí, como escritor, me sucede siempre lo mismo en estos casos, pienso que el texto está muy bien y qué bonito todo lo que dice, pero hasta que no me ponga a escribir en inglés no le veo demasiado interés al asunto.
“La moral de la profesión de las letras” y “Un comentario sobre el realismo” serían, por tanto, los dos artículos que podrían interesar a un mayor espectro de lectores. Y están trufados de apreciaciones, intuiciones, muy interesantes. Lo que sucede es que, vistos desde hoy, dichas intuiciones han sido ya estudiadas de un modo más extenso e intenso, y los referentes desde los que escribe Stevenson se han vuelto muy caducos. Por ejemplo, la continua referencia a Scott –que es un autor cuya valoración ha ido menguando de modo exponencial a medida que, precisamente, aumentaba la del propio Stevenson- o a Zola –que es hoy pasto de estudiosos de la novela decimonónica pero que ha envejecido hasta carecer casi de interés fuera del estudio filológico.
Las conclusiones que se sacan de la edición de este libro es que es siempre conveniente acercar títulos y textos no traducidos al lector hispano, y que los interesados en la obra de Stevenson deben estar frotándose las manos ante las novedades aparecidas en tan breve plazo de tiempo. Pero tampoco hay que dejarse engañar, el interés de los textos recogidos en este libro para el lector medio es muy escaso, y no sirven para engrandecer la posición de Stevenson, porque no son, desde luego, lo mejor que salió de su pluma.
Robert Louis Stevenson El arte de escribir Artemisa, La Laguna, 2006