La verdad es que nunca me había pasado de un modo tan evidente. Alguna vez sí, a todos nos ha sorprendido alguna vez la persona a la que estábamos mirando con las manos en la masa. Evidentemente no era una simple mirada, era una contemplación, un deleite, porque hay veces que la belleza nos sorprende, como hoy, en medio de un vagón del metro. Pero lo novedoso hoy es que a uno le han pillado con todas las de la ley, y que la reacción de uno ha sido un poco idiota, la verdad, porque se ha escondido automáticamente en el libro que tenía abierto entre las manos. Me pongo en su lugar y no sé si sentirme halagada o ag0biada: un tipo con un libro entre las manos al que no mira porque está embobado mirándome a mí.
Apenas he levantado el libro para taparme la cara -no sé si me habré ruborizado o no, como tengo mucha barba no creo que se me note- me he dado cuenta de que ya he pasado a un nuevo grupo: el de los mirones. Ahora soy como esos hombres que hace unos años me daban tanta lástima, mirando lánguidos y arrobados a las jovencitas en el autobús. Pero, siendo sincero, no me ha dado ninguna pena, al contrario, me he empezado a reír como un loco, porque me ha parecido que la situación tenía demasaido de cómico como para ver lo trágico del asunto.
La chica, claro, que tampoco sabía de qué iba la vaina, se ha bajado en la siguiente estación, y le ha echado a uno una mirada de pena, lo que o sé es si porque pensará que uno es un rijoso que va por ahí mirando a las jovencitas o porque cree que soy un loco.