21 marzo 2007

Un mundo para los cinco sentidos

Si uno busca en el diccionario de la RAE el sustantivo hapticidad o el adjetivo háptico no encontrará entrada alguna. Tanto el nombre como el adjetivo se refieren a la cualidad de lo que es capaz de ser sentido, percibido, por el tacto. Y eso, más que una muestra –que también los es, ojo- de la incapacidad de los miembros de una institución de aceptar los términos que surgen en la lengua o del desconocimiento de campos del saber ajenos, demuestra la ceguera –o las anteojeras- que ha exhibido la cultura occidental desde el Renacimiento. No es un capricho la referencia a la ceguera, ya que la visión, el ver, ha sido el referente desde el que se ha trabajado intelectualmente en occidente desde el siglo xv, cuando vino a sustituir al que, hasta entonces, había sido el sentido de referencia: el del oído. Jiménez Lozano, en su interesante libro sobre el narrador, señala ya que en la teología primitiva se relacionaba al oído con Dios, la palabra de Dios, frente a las tentaciones del diablo, que siempre eran visiones como las que sufrió San Antonio.
En el Renacimiento esa perspectiva cambia. Al volver la vista al hombre como medida de todas las cosas, se erige como lugar privilegiado para contemplar el mundo los ojos del hombre. La vida pasa a estar contemplada desde la altura de un hombre de metro setenta. Y ahí seguimos, hoy la vista sigue siendo el sentido privilegiado, del que más nos fiamos y al que nos confiamos.
Juhani Pallasmaa analiza los perjuicios que este modo de relacionarse con el entorno ha acarreado en nuestra percepción del mundo y para nuestro trabajo artístico, especialmente dentro de la arquitectura.
El arquitecto finlandés apunta muy fino cuando habla de la frialdad de la mirada frente a la calidez del resto de los sentidos. La mirada aísla, es individual y externa, frente al resto de los estímulos sensitivos, que presuponen la presencia del hombre en un entorno. Podemos ver cómo es un lugar a través de una fotografía, pero sólo podemos escuchar, tocar, saborear u oler si estamos allí. Nuestro conocimiento no es pleno, no va más allá del espectáculo, de la representación, si no usamos todos los sentidos, pero los que nos hacen tener conciencia de nuestra presencia son, precisamente, lo que ignoramos. Por eso, frente a la preponderancia, al ocularcentrismo, occidental, en este libro se propone un nuevo modo de relacionarse con el mundo, considerar a la piel, nuestra capa más externa, nuestro órgano más grande, la parte de nuestro cuerpo que nos permite relacionarnos con el mundo, como elemento central, de ahí el título de este estupendo ensayo: Los ojos de la piel.
El caso de la arquitectura es todavía más preocupante. Pallasmaa siempre tiene en cuenta algo que muchos arquitectos parecen haber olvidado: la arquitectura es la creación de espacios, de entornos para el hombre, no de imágenes de mayor o menos plasticidad destinadas a servir como hitos turísticos o urbanísticos. Desde los estudios de Alberti, la arquitectura ha estado profundamente marcada por la mirada, por una idea plástica de la arquitectura, más que por una idea háptica. Con el paso de los años esa concepción se ha convertido en un problema de enorme calado que afecta a numerosos proyectos. Hoy los arquitectos parecen diseñar los edificios con el sólo objetivo de su plasmación digital, de una imagen espectacular que poder enseñar a los contratistas o que ilustre un artículo –y sirva como botón de muestra la ingente cantidad de artículos que hoy se realizan en los medios especializados sobre sencillos proyectos que sólo existen como un puñado de imágenes renderizadas y unos planos provisionales de Autocad. Frente a esa arquitectura destinada al espectáculo, Pallasmaa rescata la obra de Aalto o de Wright, arquitectos que creaban espacios cálidos en los que el hombre se sentía no sólo satisfecho estéticamente sino también relajado, en un entorno cálido. El ocularcentrismo de la cultura occidental ha degenerado en un arte frío, ciego, que no protege al hombre, que no le anima a establecer contacto con él –y en el caso de la arquitectura a estar dentro de ella.
Hasta aquí la primera parte del ensayo. Tras proponer una nueva arquitectura desde un nuevo orden de prioridades y señalar los problemas de la perspectiva tradicional, toca ejemplificar, guiar, un posible sendero para reformar la arquitectura, y desde ella nuestra percepción del mundo y nuestra manera de conceptualizarlo y asimilarlo.
La segunda parte del libro va repasando el modo en que se relacionan los sentidos, y cómo se potencian. Del mismo modo que necesitamos de todo nuestro cuerpo para desempeñar nuestra vida, Pallasmaa va repasando los modos en que cada uno de los sentidos potencia a la vista y le permite tener un conocimiento más exacto e intenso del entorno –porque, como es evidente, no pretende este ensayo abogar por una arquitectura, un arte, sin el ojo, nada más absurdo, sino que demuestra que quedarse en la superficialidad de la mirada es el modo menos intenso de disfrutar del mundo.
Con esto se demuestra que el libro de Pallasmaa es un verdadero hito, un libro único que no sólo señala el problema sino que indica sendero para la superación del mismo, frente a los libros que se contentan con disertar y elucubrar teorías o críticas más o menos banales. Yo he leído este libro, las ochenta páginas intensísimas que tiene, un par de veces y tengo la certeza de que serán más las lecturas y más las iluminaciones que me ha de deparar en un futuro.
Además, la editorial se ha editado el ensayo en una nueva colección, “Arquitectura ConTextos” que tiene un envoltorio precioso, una verdadera delicia de diseño que hace honor al tema del libro, ya que reconforta a la mirada y al tacto. Sí que sería interesante, de cara a futuras ediciones, que en libros de pocas páginas como este sean más generosos con el tamaño de los tipos y la caja de texto, porque el libro no se les habría ido más allá de las ciento y pocas páginas y habría ganado mucho en legibilidad.
Este es un libro de lectura obligada para todos los arquitectos e ingenieros que están levantando los espacios de nuestro futuro, pero también para todo lector interesado en la verdadera esencia del hombre y su modo de aprehender la realidad.
Juhani Pallasmaa Los ojos de la piel Gustavo Gili, Barcelona, 2006