14 diciembre 2005

La compañía de los solitarios

Andaba el otro día quejándome -que es una de las cosas que, como todo ser humano que se precie de serlo, mejor se me dan- de que no recibía cartas en el buzón y que eso me ponía muy triste. Alguno debió entender, con perspicacia, que lo que este blog venía a ser era, de algún modo, lanzar botellas al mar con el objeto de esparar que alguien las encuentre y me mande un par de línas que anestesien un poco la soledad. Por eso hoy me he llevado la alegría de encontrarme con que la gente no sólo lee mis mensajes embotellados sino que tiene el detalle de devolverme esas botellas llenas de embriagador y maravilloso jugo de la compañía. Nietzsche comenzaba una de sus cartas con un genial "Nosotros, los solitarios", creo que, como todos los grandes que han paseado por este mundo -aunque fuera enajenados como el propio Nietzsche- no hacía sino anticiparse, predecir la existencia de las bitácoras, que son un tipo de diario curioso y algo desesperado, pero que no dejan de ser muy atractivas por lo que suponen y prometen. Uno, que ha leído muchos diarios de grandes escritores porque le gustan y los disfruta, y al que le habría gustado haber leído el diario de muchas grandes mujeres -me gusta la ambigüedad del adjetivo-, sabe que son textos de almas que sufren en soledad y que ansían alguien que les comprenda alguien, aunque sea en la posteridad. En un mundo como en el que hoy vivimos, cada vez más plagado de sucedáneos que intentan colarlos como si fueran vida, raro es el que no tiene una necesidad casi compulsiva de comunicarse. Por eso abre la gente las puertas de su casa a través de las bitacóras, y por eso le llena a un de alegría que alguien que pase por delante de la casa de uno no se conforme con echar un vistazo, sino que entre, y le diga a uno lo bonito que está su jardín, o lo bien que lo pasó el otro día cuando estuvo echándose un cafecito con un par de amigos. Es una enorme alegría saber que alguien va a venir a aporrearle la puerta a uno en lo más crudo del crudo invierno, vayan desde aquí mis gracias a quien lo ha hecho. Esa persona es la que da nombre a esta entrada, nombre que, por cierto, le he cogido prestado a Juan Bonilla, un estupendo escritor que también está solo y que, como todo buen solitario, odia y ama a su soledad al mismo tiempo.