También recuerdo la enorme cantidad de felicitaciones que se agolpaban en mi casa. O las que se amontonaban en la mesa de entrada de la oficina de mi padre -que me resultaban siempre muy curiosas: felicitaciones de marcas de carburantes, de fabricantes de vehículos pesados, de neumáticos, de mayoristas de viajes, los mismos que se promocionaban en muchas de las carteras que gasté en mi infancia. E incluso unas cartas que
llegaban todos los inviernos, con unos cuantos christmas y un calendario hecho por pintores minusválidos, que te enviaban a casa con la intención de que les hicieras un ingreso desde un banco a una cuenta que te indicaban. Hasta las felicitaciones con tarjetas de Unicef que te vendían en el banco. Y luego, a medida que pasaba la Navidad iban llegando varias cartas con felicitaciones iguales o muy parecidas a las que habías rellenado el fin de semana anterior a las fiestas -aunque yo rellenaba pocas porque mi letra era un infierno, lo decían los profesores, mi familia y demás, y la de mi hermana era clara como el agua de un arroyo- y que se amontonaban a la entrada de casa. Y allí se juntaban la familia, sobre todo la que no veíamos nunca pero con los que nos cruzábamos felicitaciones cada año; los amigos del último campamento, que no escribían desde hacía un par de meses y que con el christmas daban por cerrado el intercambio de correspondencia; y la familia verdaderamente cercana que disfrutaba encontrándose su tarjeta cuando venían a comer un poco de turrón.Ahora no me llega ninguna de esas tarjetas. La gente dice que la tecnología ha arruinado a la Kodak, pero yo creo que los que peor lo están pasando son los niños de Unicef. Este año he recibido algunas llamadas, algunos mensajes de móviles -aprovecho para felicitar al que se le ocurrió el mensaje del miembro viril o la memoria a elegir y el posible olvido de la felicitación, el que lo ha léido lo reconoce ya seguro, porque me han llegado varios- y algunos correos electrónicos muy simpáticos. Me quedo, en el número 1, con el de Hipólito G. Navarro, y la sorprendente noticia de que su relación con las bañeras sigue lozana -lean El pez volador-, que me desea buenos percances -y con que sean igual de buenos que sus libros a mí me basta-, el de Libros del Ateriode -por recordarme las mil y una horas que pasé con mis clicks de Famobil- y el de Lengua de Trapo, por la idea de aparecer el personal como Matrioschkas, aunque sean papanoelinas y la sorpresa de ver que Pote es ya el único hombre de la editorial -¿donde están Xavi y Cuqui?.
En fin, y, para terminar, me gustaría que la entrada de hoy sirviera como felicitación para todos. Ya me he puesto tierno, leñe, y luego la gente me lo recrimina.