No hace muchos días, unos doce o así, creo, hablaba en este mismo lugar de las pocas veces en las que vemos reconocido nuestro esfuerzo al hilo de la nominación de unos amigos para el premio al mejor corto de ficción en la edición de los Goya de este año. Ayer viví la que, para mí, es la segunda parte de esta historia.
A eso de las nueve de la noche me llama mi amigo Baringo, co-director de Bota de oro, para pedirme que vaya a echarle una mano con un mailing -podría decir buzoneo, pero nos entenderíamos peor- que van a hacer tanto ellos, Tarrés y él, mis amigos, como Xavi Sala, director de otro de los cortos propuestos para el premio: Hiyab, que es también, desde ayer, amigo. Resulta que la Academia se encarga de hacer llegar un DVD con los quince cortos que pueden ser premiados en cada una de las categorías: ficción, documental y animación pero, con todo el trabajo que tienen los académicos, hay que hacer un poco de promoción para que se animen a ver el corto, para que les suene y demás. Esto es algo que, cuando se trata de una película, se convierte en labor de la productora, que tiene unos departamentos de promoción y difusión dedicados a menesteres de este tipo, pero cuando uno es un cortometrajista que palma 18000 euros de su bolsillo para hacer el corto, esa labor se torna un trabajo más del director y, en este caso, de los amigos que se animan a ensobrar los mil y pico sobres, dirigidos a cada uno de los académicos con voto en la eleccción de los Goya. Eso sí, la labor consiste en recordarles la existencia de la producción, nunca pedir el voto, pero sí dejarse ver -una labor de refinada hipocresía en el caso de las grandes producciones pero de extrema necesidad en el caso de los cortometrajistas.
No se alarmen, no va a ser este comentario una crítica a las pocas ayudas que tienen los realizadores de cortos -tienen más que pintores, músicos o escritores-, ni de la escasa promoción que tiene su trabajo -a ver cuántas canciones, cuadros y novelas se van a la basura sin nadie que les preste atención-, ni tan siquiera de la dudosa capacidad de los académicos para valorar unos trabajos que, por imposibilidad física -no voy a entrar a valorar la intelectual, aunque he visto algunos nombres al poner las pegatinas que para qué...- pueden conocer.
Tampoco a la extraña mecánica seguida en la selección de candidatos que aparta a la que para muchos críticos -ahora salen los especiales estos de "lo mejor de la temporada" en muchos suplementos y puede uno hacer arqueo del año- es la mejor película española de este ejercicio, que se llama El cielo gira. Como no la he visto no voy a entrar a saco, pero a mí todo esto me huele un poco raro.
No, a mí me ha llamado la atención cómo se forja un premio cinematográfico. Porque ayer nos dieron las cinco de la mañana ensobrando postales -que habían impreso los amigos Móntanchez, gracias Oscar y Gero, a ti Charlie no te doy las gracias, te invito a unas cañas como siempre-, con el amigo Fernando -guionista de El último tren-, el amigo Emilio Tomé -que estrena el 23-F una obra nueva, no sé dónde, pero les tendré al tanto- y los amigos Pendasco: Pedro García Mochales y Gonzalo Munilla -que se acercaron después de rodar una de sus últimas chaladuras en la puerta de la sede del PP en Madrid-, en un clima de compadreo muy bonito. Alguno se preguntará por qué doy las gracias yo que no he hecho nada en el corto, y tendrá razón, pero esta entrada del blog servirá, de algún modo, como agradecimiento a los siete samurais que nos reunimos allí ayer. Incluso fuimos a cenar a la una de la madrugada a un chino de los de verdad, en los que éramos los únicos occidentales y te enseñan a pedir los platos por su nombre verdadero.
En fin, esta mañana, mientras yo me quedaba dormido y llegaba tarde al trabajo, tanto Xavi como Poti -que es el mote de Baringo desde que gastaba pantalón corto- se habrán acercado a Correos a enviar los chorrocientos sobres, y la suerta estará ya echada, con su sello correspondiente, claro.
Con un poco de suerte a finales de enero uno de ellos tendrá un Goya en casa. De no ser así prometemos acercarnos en un momento al cruce de Goya con Alcalá, a apenas cien metros de la vivienda de Baringo, a robar el enorme busto de Goya que plantaron allí y repartirlo entre los cortometrajistas españoles.