Hoy me he animado y me he puesto al día con unos cuantos números de suplementos culturales que tenía por leer.
Los lee uno por su trabajo: Uno publica reseñas en algunos medios, trabaja en una editorial -de cuyos títulos nunca hago reseñas- y escribe, así que le gusta estar un poco al tanto de lo que sucede. Pues bien, hoy aprovechando ese invento tan español que se llama puente -este año en su versión acueducto o viaducto- he estado leyendo los último números del Bobelia, del Gutural, del ABCDario y demás. Pido perdón desde ya a los que no le vean la gracia a mi manera de llamar a los suplementos culturales y les remito al estilo, mucho más pulido y humorístico, de Cabrera Infante.
Ha sido un horror. En el Bobelia un novelista de prestigio sin lectores dice que Libra es la última novela de DeLillo, y tiene veinte años lo menos, en el ABCDario el crítico español con menor capacidad para juntar dos palabras... sí, el amigo Juristo -protagonista de una delicatessen como la reseña que de su libro hiciera hace ya tiempo Benítez Reyes en Clarín- realiza una crítica extrañamente benévola del tufo que ganó el Planeta y del Gutural mejor no hablemos porque al menos en este número no hay ningún artículo cortado o con erratas, marca de la casa, ya que se conoce que Pedro Jeta no les da dinero para correctores a las huestes llegada de LA sinRAZÓN.
Todo esto en apenas unas lecturillas rápidas, sin intención de hacer sangre. De haberla resultaría curioso hablar del escaso nivel de la crítica en este país, capaz de hacer cosas tan raras como la crítica de Masoliver Ródenas sobre el libro que se ha ido alzando a lo largo de este año con el premio Setenil al mejor libro de relatos, el de la crítica de narrativa, el nacional más tarde -perdonen también que, dependiendo del respecto que me merezcan, coloque las mayúsculas en los nombres de unos u otros premios- que no es otro que el estupendo Los girasoles ciegos.
Aprovecho para pegar aquí la crítica que publiqué en El Duende de Madrid al mes o así de la publicación del libro, en el número 43 de la misma, cuya fecha no recuerdo:
Cuatro derrotas. Eso es lo que guarda en su interior este iluminador libro que se abre con un precepto claro: servir de alguna manera como duelo a un conflicto, la Guerra civil española, del que se ha hablado mucho pero que todavía hoy no está cerrado. A lo largo de estas intensísimas ciento cincuenta páginas, se nos muestran historias que tenemos que imaginar como ficciones por su presentación aunque estén recubiertas de vida. Historias de gente, de seres humanos que, por encima de su vertiente ideológica, sufren los efectos que una guerra deja en la vida de todos.
Que sean derrotas nos indica de qué lado están: el de los vencidos, el de los que en algún momento deciden dejar de luchar por la vida. Queda tras la lectura del libro una necesidad de abrazar a alguien. Y una pregunta que hacer a muchos de los escritores que empiezan a publicar sin estar preparados, ¿por qué no aprenden de Alberto Méndez, que ha esperado a tener más de sesenta años para darnos un libro tan lleno de vida como este?
Hay que ser justos y recordar que Francisco Solano habló bien de él en el Bobelia, que en El Gutural también recibieron el texto como se merecía, incluso en el ABCDario, pero lo mejor fue lo de Masoliver Ródenas en el Sutura/s de La Vanguardia -muy buen suplemento menos la parte de libros, por cierto-, que agradeció este bello libro de cuentos, porque el compañero Méndez había escrito, y cito el final de la reseña: "una gran novela". Pues bien, este chico que publicó una antología de nuevos cuentistas en Anagrama no sabe diferenciar un libro de relatos de una novela. Da miedo, la verdad.
Por eso he decidido ilustrar este comentario con una fotografía del genial Josef Koudelka.
Me parece un buen retrato de los críticos, de la mayoría de los críticos mercenarios, tampoco vamos a generalizar, que son unos simpáticos hombres que mean en cualquier parte sin pensar demasiado -bien por imposibilidad bien por incapacidad- y no dan la cara al hacerlo.