En mi labor docente -suena esto a catedrático de Instituto, pero es la manera más exacta de decirlo- me he dado cuenta de lo confusa que es la idea que la gente tiene de la imaginación, y de lo poco acostumbrados que estamos no ya a usarla, sino tan siquiera a entenderla.
Cuando los alumnos comienzan a mandar textos, en los primeros ejercicios, comprueba uno que suelen ser ejercicios abstractos, en los que predominan las ideas etéreas, las imágenes incorpóreas, la expresión de sentimientos algo presuntuosa y peraltada de los que quieren sonar, desde el principio, como muy cultos. Uno ya sabe que en los test de inteligencia se valora mucho la capacidad de explicar el significado de términos abstractos, y hay preguntas como: Defina levedad. Uno siempre ha pensado que esto es un poco idiota, más que inteligente. Levedad es la cualidad de ser ligero, poco pesado, etéreo.
Por eso, una de las primeras cosas que hay que fomentar en el alumnado -y me refiero a la gente que quiere escribir, por supuesto- es la visibilidad. Que las cosas que cuenten sean visibles, se hagan tangibles, y representen un mundo claro por el que se pueda mover el lector. Por eso les pido que metan objetos, cosas, en sus textos. Me parece mucho más inteligente, como ejercicio de capacidad de reflexión, que alguien me defina silla. Porque con decir "mueble pensado para sentarse" no sería válido. Una silla debe tener un respaldo, de no tenerlo es un taburete, que también sirve para sentarse, y puede prescindir de unos apoyabrazos que la convertirían en una butaca. Y le es indifetente el número de patas sobre las que se sostenga, pero debe ser para una sola persona, si no es un sofá o un banco. Con este tipo de reflexiones se entrena la capacidad de inventar, de crear mundos tangibles en los que el lector va a encontrar vida y no un diccionario de términos filosóficos.
Pero, sobre todo, es importante que los objetos sean visibles, que en seguida aparezcan a los ojos del lector, para que la imaginación funcione. Imaginación no es la capacidad de crear cosas extrañas que nadie imagine -al menos en literatura-, sino construir mundos en los que sucedan historias. Construir significa que se debe usar elementos físicos que sostengan la construcción. La imaginación no es hacer castillos en el aire, sino hacerlos tan sólidos que se pueda caminar por ellos.
Sobre todo porque la imaginación del escritor debe albergar la imaginación del lector. El escritor debe ser como un dios que crea un mundo por el que los lectores pueden deambualar y plasmar visualmente las historias que leen o imaginan.
Sirva como ejemplo un libro canónico: Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo -vale, son dos, pero en la edición que yo tengo forman un solo volumen-, que es, y en eso estaremos todos de acuerdo, un libro sobre la imaginación, entre otras cosas. Pues bien, en ese libro salen seres un tanto extraños, pero todos son visualizables, son concretos, y eso es porque Lewis Carroll puso mucho cuidado en ello. La Liebre de Marzo, el Sombrerero loco, la Reina de corazones, el Gato de Cheshire, todos son objetos imaginables: una liebre, un enano con un enorme sombrero, un gato que desaparece, una reina de naipe que ejerce la tiranía con sus súbditos. No son seres creados de la nada, como los que inventaba Lovecraft -y que aún así tienen siempre semejanzas con seres conocidos para que podamos imaginarlos, ya sean humanoides o babosas-, sino elementos cotidianos, conocidos por todos, sacados de su contexto, y de ese extrañamiento surge lo fascinante de la invención.
En eso consiste la imaginación, en usar elementos reales en contextos nuevos, usar elementos que todos conocemos en entornos que todos conocemos, pero que no relacionamos entre sí normalmente.
La imaginación no es etérea ni abstracta, es sólida, terriblemente sólida, y por eso hay que cimentarla.