Pero por aquí los críticos han leído poco –no es broma- y estas cuestiones las aprendieron con el dossier de prensa que Alfaguara entregaba junto a la novel –así lo vendían- de Muñoz Molina: Ardor guerrero. Una interesantísima novela sobre lo que cualquier carroza puede hablarte: su mili. Y se conoce que, si no se les explicita en los folios o el mail –los tiempos adelantan que es una barbaridad- del departamento de promoción no ven las cosas.
He leído que estas conversaciones eran reales y que las había tenido el autor del libro poco antes de la muerte de la “entrevistada”. Bien, leamos la solapa del libro con la información del autor. Allí dice que nació en 1949 y que desde el año 1976 vive en Barcelona. ¿Cómo demonios va a ser el entrevistador de la novela, que tiene treinta y pocos y que vive en la misma ciudad que la entrevistada –que es Madrid? Yo entiendo que ponerse a buscar, aunque sea en Internet, datos sobre la biografía del autor es cansado, pero si la tienes en el mismo libro, ¿cómo puedes decir esas burradas?
Luego, como siempre, hay lecturas al gusto. Críticos que, al menos, han sabido reconocer la génesis ficcional del libro se han descolgado con interpretaciones más o menos interesadas. Y eso se debe al carácter ambiguo del libro. Se confunde la educación de la que el entrevistador hace gala –porque por estos lares se ha olvidado que cuando alguien te abre la puerta de tu casa y pierde tiempo en contestar preguntas cuyas respuestas ya conoce está siendo atento y es de bien nacido ser agradecido- con que esté disculpando a la interpelada.
Pero eso demuestra no que cada lector lee de un modo distinto el libro, sino que cada crítico se monta su artículo como mejor le viene. En ningún momento del libro se rebaja la tensión de una realidad latente: durante muchos años Pilar Primo fue la mujer más importante dentro del régimen, sobre todo a nivel político. Por encima de las desgracias familiares, ella se mantuvo a la cabeza de la sección femenina, no renunció ni a los ideales de su hermano ni a los del movimiento nunca, y no cuestionó la actitud del régimen. Frente a otros falangistas, que a lo largo de las cuatro décadas del régimen fueron desligándose de él o enfrentándose con sus dirigentes, ella permaneció allí. La pregunta que busca averiguar el libro es: ¿por qué? ¿Por qué la hermana del fundador abrazó con tanta alegría los postulados viciados por el dictador de la Falange?
A lo largo del libro el profesor va acorralando con datos, una verdadera lluvia de datos –y ahí es donde está la verdad, la realidad de este libro, en el apabullante aparato de información que maneja- a la entrevistada, hasta acorralar no ya a la anciana de ochenta y tres años, sino a la mujer y a todos los compañeros de generación que hicieron lo mismo que ella: subirse al carro del poder y aprovecharse de una política autocrática para medrar y vivir bien.
Este libro debe leerse como una crítica real y directa no ya a la dictadura, sino a los que a su sombra vieron aumentado su poder, su estatus social y que, todavía hoy, mantienen gracias a eso que se llamo “la transición”, un nombre tan bueno como otro cualquiera para llamar al olvido.
Este libro viene a recordar, a sacar del pozo de la memoria, lo que fue el franquismo. El duro, durísimo franquismo de los cuarenta y los cincuenta, el que se ha querido echar a un lado cuando se habla de “lo bien que estaba España entonces”. El profesor que traza la entrevista lo conoce todo de aquellos años, algunas veces se intercambian los papeles y la entrevistada, sorprendida por la cantidad y solidez de la información que maneja, se torna entrevistadora, ya que ese chico que va a pasar las tardes en su casa sabe más de ella que ella misma. Y por momentos se muestra zalamera y presumida, y él halagador y cortés para sacarle información. Porque, a fin de cuentas, lo que Moya persigue es demostrar que esa vieja adorable y encantadora que soporta con paciencia las acusaciones del profesor, o que se preocupa por la salud de su hijo, esa tierna anciana, fue una de las colaboradoras más convencidas de un dictador. Conviene no olvidar que las dictaduras las hacen esas bellísimas personas. Y que cuando llegó la democracia de la que hoy disfrutamos, Pilar Primo de Rivera apoyó son fisuras el golpe del 23-F.
Y, sobre todo, que el rol reaccionario de la mujer “ama de casa” sometida al hombre que se le inculcó a dos generaciones de españolas estuvo dirigido por ella. El profesor que la ha entrevistado durante siete días va repasando los hechos de la guerra, del franquismo, y el octavo día es cuando, al final de la novela, se descubre el pastel, por así decir: la España de esos ochenta años no habría sido muy diferente en el caso de que hubiera ganado la guerra la República. Los desmanes fueron parecidos, sí, en ambos bandos, uno de ellos se levantó en armas contra un gobierno legal –eso es incuestionable- y lo hizo en un marco histórico en el que en muchos otros países sucedió lo mismo, sí, pero no es eso lo importante. Lo importante es que, a lo largo de esos cuarenta años hubo muchos aprovechándose de las circunstancias, mirando para otro lado, haciéndose los suecos –y eso que hasta el desarrollismo no empezaron a recalar por aquí- y que cuando con los inicios de la democracia temieron que se tambalease su posición no dudaron en dar un golpe de atención –Tejero y Milans del Boch de por medio- para que no se les tocase demasiado. Y ahí seguimos, la política se ha convertido, como dice el profesor en “un arte de engañar a los ciudadanos”, los partidos se administran como empresas hasta las últimas consecuencias –y los escándalos urbanísticos que estamos presenciando son sólo la punta del iceberg-, y el resultado real de estos años del franquismo es haber cultivado la cultura del pelotazo, de la indiferencia política y del desinterés que vivimos y que hoy beneficia a los mismos de siempre y a los cuatro que no han dudado en vender su alma al diablo y subirse al carro.
El profesor termina diciéndole a Pilar Primo lo que tal vez habría que decirle a todos los radicales que pretenden imponer su visión de las cosas, a esos que imponen su visión de España, y que no es otra que recuerden que España no son los kilómetros cuadrados que abarca su territorio, sino la gente que vive en ellos, y que amar a España significa amarlos a ellos, y aceptar lo que decidan ellos, porque ellos son España. Es una verdad tan evidente que ningún partido político, y menos los de derecha –y el Partido Popular es un ejemplo evidente de ello-, podrá aceptar nunca. Ellos prefieren otra España, la que les dijo Pepe Rubianes que se metieran por el culo.
Este no es un libro de historia, no pretende repasar la historia del franquismo, ni de la sección femenina, pretende explicar nuestro presente, y por eso incomoda.
Antonio-Prometeo Moya Últimas conversaciones con Pilar Primo Caballo de Troya, Madrid, 2006
Addenda: Es la segunda vez que me toca escribir una de estas, y creo que estoy empezando a cogerle gusto. Ayer, por esos azares del mando a distancia, recalé en la emisión del programa que Sánchez-Dragó dedicó ayer a Juan Antonio Primo de Rivera. Digo que fue por azar porque no puede haber otra razón que le lleve a uno hasta TeleMadrid, que poco a poco están convirtiendo en lo más parecido que hay a un estercolero. Pues bien, allí reunió a un grupo de exégetas y estudiosos de la vida del fundador de la Falange y a Benjamín Prado, que nadie entendía qué pintaba allí pero que se hacía notar mucho con unos muy educados modos de no dejar hablar a sus contertulios, y que demostró su profundidad de pensamiento y análisis al dar por ciertas estas Últimas conversaciones con Pilar Primo. Entre los invitados estaba Antonio-Prometeo Moya, que tuvo que presenciar, supongo que perplejo, porque el cachondo del realizador dejaba la cámara sobre Prado incluso cuando hablaban otros contertulios, cómo Prado decía textualmente: "en tu libro Pilar Primo dijo". ¿Por qué demostró Moya ser el más inteligente de los presentes? Porque habló poco, y cuando abrió la boca demostró su conocimiento del asunto y certeza en el análisis.