27 noviembre 2006

El tiempo del padre

Para Poli hijo, porque le gusta Taniguchi tanto como a mí

Hemos leído muchas historias que tratan de la “muerte del padre”, pero de unos años a esta parte cada vez hay más historias sobre la búsqueda y recreación del padre. Es normal. En una sociedad regida bajo un esquema patriarcal hay que superar los límites de la urdimbre social para pasar a ser persona, encontrarse a uno mismo por encima de los férreos límites marcados por la familia y la historia familiar. En cambio, en una sociedad como la actual, en una meritocracia falsa donde los lazos familiares se han visto relegados a la esfera de lo íntimo, perdiendo su capacidad de formación social, muchas veces el individuo se siente sólo, y siente que en la búsqueda de los referentes familiares es el único lugar donde uno se siente seguro. Frente a un héroe cercano a Aquiles, que debe vencer sobre sus pares, el héroe moderno es más odiseico, está siempre buscando su hogar.
Pero Taniguchi es muy sutil a la hora de construir esta historia publicada en tres pequeños cómic casi inencrontrables y llamada El almanaque de mi padre. Porque lo que nos narra es justamente una mezcla de las dos posibilidades expuestas: Un niño vive la separación de sus padres de un modo traumático. Al principio culpa al padre y más tarde admite la responsabilidad de la madre pero sin llegar nunca a perdonar al padre. Se aleja de la familia para ganarse “por sí mismo” su lugar en el mundo, y es sólo tras la muerte del padre cuando emprende, por un lado, un viaje físico de vuelta a la ciudad de provincias donde nació y a la que apenas ha vuelto desde que marchó, que sirve como vehículo del mucho más profundo recorrido por la memoria y los sentimientos que presencia el lector. La historia trata, por tanto, de recobrar el tiempo perdido y recolocar al padre en el lugar del que, sobre todo por rabia, se le retiró, el de modelo.
Pero lo más importante es el modo tan bello en que Taniguchi –uno de los grandes, grandísimos de la viñeta actual- lo hace. Hay una sutilidad, una capacidad de mostrar muchas cosas, y al mismo tiempo una habilidad única de que todo sea natural, de que todo avance siguiendo los trillados caminos de la realidad, pero también, por qué no decirlo, los dificilísimos caminos de la realidad. Uno de los tópicos más reiterados que andan por ahí es el de que el realismo está superado, que no tiene sentido ser realista hoy, pero uno piensa que no le queda al narrador otra salida que ser realista. Carver es hiperrealista, lo rompedor de su apuesta que es que acerca la cámara al personaje mucho más de lo que se había hecho hasta entonces, y del mismo modo lo han hecho todos sus seguidores, y los surrealistas no hacen otra cosa que acercarse a los sueños, temores y deseos de los seres humanos, y ahí son realistas también, porque no hay otro camino que hablar de lo que a los seres humanos nos afecta, y todo lo que nos afecta es real, es parte de lo real. Otro asunto ya es que, por un aferrarse estúpido al nominalismo, se diga que los realistas eran unos señores del siglo diecinueve, y negarles el pan y la sal porque uno no los ha leído con verdadera profundidad y falta de prejuicios.
Taniguchi en esta historia demuestra que sigue ese sendero. Todo es humano, todo es real. Recuerda mucho a la posición de la cámara de Ozu, siempre a media altura, como vería la historia otro ser humano, el testigo armado con la cámara que va registrando lo que sucede ante sus ojos.
Taniguchi cuenta la historia de un hombre que conserva como el mejor recuerdo de su infancia el suelo de la barbería de su padre, cálido, donde jugaba mientras éste trabajaba. Y esta milagrosa historia nos hace sentirnos como ese niño expulsado por sus propios temores y dudas de ese suelo cálido, y el camino necesario para recobrar ese lugar de la infancia donde uno fue feliz. Al final, bien es cierto, uno debe aprender que nunca puede volver allí, pero si que reconforta saber que ese calor vuelve a estar con uno, que sigue ahí, para disfrutarlo sin rencor.
Hace cuatro años que se publicó este cómic. Se hace urgentísimo recuperarlo como tomo unitario, para poder tenerlo junto al resto de las estupendas obras que han salido de la pluma de este genial narrador gráfico japonés.

Jiro Taniguchi El almanaque de mi padre Planeta-DeAgostini, Barcelona, 2002