Hay proyectos descabellados, que la mayoría de las veces no llegan a realizarse nunca, y precisamente en ello reside en buena parte su magia. Hay otros que parecen destinados a no realizarse, pero para sorpresa de todos sí que alguien logra ponerlos en pie. Uno de esos proyectos es la revista Matador. La idea es, todo el mundo puede reconocerlo, quimérica: sacar un número al año de una revista de gran formato, de diseño e impresión impecables, y en vez de numerarlas organizarlas por orden alfabético. El objetivo es llegar a los treinta años y completar así el alfabeto. Hoy, en un mundo en que todo debe hacerse ya, al momento, sin que importe demasiado la calidad del resultado, que alguien levante un proyecto a treinta años vista es, ya, toda una proeza.
Pero lo más impresionante es que el proyecto se está llevando a cabo, que puntualmente a lo largo de los diez primeros años ha aparecido un número anual, con alguna excusa temática que le de unidad, hasta el día de hoy.
Encontrar alguno de los números atrasados es una labor dificultosa, y poder hacer un repaso de los diez años de andadura es e objetivo de un libro-revista que acaba de aparecer. Publicado con el mismo mimo que la revista puede servir para que los recién llegados se hagan una idea del proyecto. Son quinientas cincuenta páginas en las que podemos ver los nombres de los fotógrafos –Matador y La Fabrica han sido, siempre un foro privilegiado para la fotografía- cuyas instantáneas se han reproducido en la revista, de los autores de los artículos –aunque no sea el formato de la revista el idóneo para la lectura, de ahí que en su hermana Eñe se hayan decidido por un formato más manejable para el lector pero en el que las ilustraciones lucen menos-, e incluso de las tipografías usadas –porque en Matador cada número lleva una tipografía, para recordar a los lectores la enorme variedad de tipos que hay más allá de la Arial y la Times New Roman.
Hay, también, espacio para la parte menos satisfactoria de la revista, las iniciativas más o menos lucrativas de la empresa que la edita, que incluye publicidad de instituciones y marcas de primera línea –presentadas elegante pero no discretamente- y algunas aventuras extrañas, como la bodega Matador, una de las más extrañas salidas de la empresa.
Pero, por encima de estos detalles que tal vez por no estar escondidos, por evidenciar que un proyecto –he estado a punto de llamarlo producto, lo que hace la presión de este mercado de sociedad- bien planteado puede resultar atractivo para un anunciante, se hacen más soportables, hay que reconocer el mérito indudable de una trayectoria con la que se puede estar de acuerdo o no, en esto como en todo, hay tantos gustos como colores, pero que revela una constancia y una coherencia encomiables –perdón por el tópico.
Uno no sabe si Matador llegará a cumplir los treinta años marcados, si terminará allí o, en vista del éxito que ha ido cosechando, continuará bajo nuevas metas. En cualquier caso, contemplar esa trayectoria habrá sido, cuanto menos, estimulante.