La memoria se va adquiriendo poco a poco, no tenemos recuerdos como tales de los primeros años de nuestra vida, sino apenas sensaciones. Pero una vez la hemos fijado es fundamental para nuestra vida. Si uno escribe esa importancia es aún mayor, puesto que, además de los hechos que todo ser humano debe recordar para saber quién es, moverse con su entorno y demás, el escritor trabaja todos los días con esos recuerdos que han quedado fijados, con cada uno de sus matices, de las sensaciones asociadas a ellos.
No tenemos apenas textos, documentos, que nos hablen de la pérdida de la memoria. Y eso que es uno de los tópicos más traídos en algunos tipos de literatura es el del amnésico. Pero una pérdida de la memoria conlleva una imposibilidad de narrarlo. Una isquemia cerebral suele resultar mortal en la mayoría de las ocasiones, y las pocas veces que el paciente sobrevive, no puede contarlo por razones obvias. Hay libros, como los de Sacks, que se ha acercado a patologías curiosas, pero no que hablen de un hecho tan común por desgracia –y parece ser que cada vez lo será más- como este.
Hay casos de autores que se sobreponen a este hándicap. Uno de ellos fue Jordá, que continuó realizando sus películas con la ayuda de colaboradores de confianza. Otro es Cardoso Pires, que, además, dejó constancia de las impresiones que le causó esos días desaparecidos de su vida en este libro. Como bien señala el neurocirujano João Lobo Antunes –por cierto, sí que hay que afear a la editorial la “mentirijilla” que han deslizado en la portada, al señalar como prologuista a Lobo Antunes, para que el posible comprador piense en el hermano del cirujano, el novelista- el acierto del libro de Cardoso Pires radica en que evitó centrarse en la parte médica para hablar de su experiencia personal. En el prólogo se nos explica todas las circunstancias científicas de lo que le sucedió, y en la narración de esos días es donde encontramos los sentimientos, la fractura que esa enfermedad supuso.
El proceso de pérdida de memoria, lo sucedido durante su inconsciencia –que cuenta por las referencias que sus familiares le han dado-, los escasos momentos que recuerda de su nube, del momento en que no recordaba ni quién era, ni dónde estaba, ni cómo se usaba nada –el momento en que describe como se peina con un cepillo de dientes es asombroso- y la lucha por reconquistar su yo, su memoria, que finalmente recupera –aunque el irónico Cardoso Pires deja caer que quizá no del todo- están narradas con la naturalidad, la llaneza que lo caracterizan a lo largo de toda su obra.
Es además interesantísimo el proceso con el que describe su flujo de ideas y de recuerdos en los apenas dos días en los que vagó por el hospital como un cuerpo sin identidad. Su sintaxis abrupta, su disposición casi poética, libre –que Lobo Antunes, el novelista que es hermano del neurocirujano, ha copiado novela tras novela hasta convertirse en una parodia de sí mismo- muestra de un modo inmejorable esa fugacidad de las escenas, esa falta de unidad de una memoria que carece de dueño.
Este libro se lee del tirón, con el asombro constante de lo devastadora que puede resultar una enfermedad, y el deleite de un narrador único que retoma toda la musculatura de su prosa sin avergonzarse de mostrarse con sencillez como un enfermo balbuceante.
Más que literatura de altura, este libro es un documento único. Leerlo es, en el mundo que nos va a tocar vivir, casi una obligación.
José Cardoso Pires De profundis, vals lento Libros del Asteroide, Barcelona, 2006