Es una antología de los tres libros de poemas de su autor editada por el Plan de fomento de la lectura de Extremadura –estos chicos lo hacen bien, a lo mejor era a estos y no a la Trujillo a la que tenían que haberse traído a Madrid- que ya ha tenido a bien editar otros pequeños tesoros, como Una oración por Nora de Javier Cercas.
Javier Rodríguez Marcos es un poeta que se prodiga poco. Tres libros en once años es poco, y eso demuestra hasta qué punto es exigente con su obra. Si tenemos en cuenta que los dos primeros se publicaron en 1995 –Naufragios- y 1996 –Mientras arden- esta exigencia se hace aún más evidente. En estos diez años tan sólo Frágil, publicado en 2002, ha visto la luz. Y de hecho, el poema que cerraba ese poemario –y que también cierra este- no parece augurar que ese ritmo cambie:
otra poética
Evitar
desde ahora una palabra:
yo. Mirar sin ideas.
Evitar
las imágenes, algunas imágenes,
las que sean poéticas.
Escribir
como el que hiciera cuentas
en los márgenes del papel usado.
Evitar
hacerse sangre en la planta del pie
con los trozos de las palabras rotas
al caminar descalzos.
Evitar
las poéticas y los infinitivos,
y las palabras grandes,
porque cualquiera sirve.
Evitar,
evitarse.
Porque cada palabra
corre el riesgo de ser
la palabra de más.
Con un poema así, que en su mismo desarrollo pone en duda no ya la obra poética anterior de su autor o la poesía en general, sino su propia existencia, es verdaderamente un escollo importante.
La poesía de Rodríguez Marcos se ha ido haciendo más despojada, directa, y ha ido tomando una conciencia cada vez mayor de la importancia de la palabra, del verbo, como elemento que no refleja o sustituye, sino que es. El lenguaje se vuelve por tanto universo, y todo está en el lenguaje, lo que podemos pensar y lo que nos es dado pensar está ahí. Por eso tal vez, desde sus primeros libros, en los que el transcurso y el viaje se muestran como una metáfora similar al proceso que tiene que realizar el lenguaje para transformarse en conceptos y sentimientos desde la estética simbolista que se trasluce en sus versos, la decantación hacia los procesos mentales se ha agudizado. El mundo no se ve reflejando mediante símbolos en el poema, el poema es el mundo, y cada una de sus palabras un ladrillo más que lo sustenta. Los poemas de Frágil evidencian esa fragilidad del mundo, que no existe hasta que no es pronunciado por el poeta, y que solamente entonces puede ser experimentado. De ese modo se produce una transustanciación, ya que el poeta se torna verdadero creador, hacedor del mundo, toma verdaderamente las riendas de la creación, y como nuevo dios ejerce la poiesis –creación- de su mundo. El poema es el mundo y el peligro que acecha ahora al poeta es esa palabra de más, esa palabra innecesaria que quiebre la armonía del poema.
Y ese silencio es peligroso, y hasta cierto punto es injusto con el lector.
De momento Rodríguez Marcos le entrega un montón de mundos en esta antología. Y lo de menos es el precio.
Javier Rodríguez Marcos Antología sumergida Plataforma La Gaceta del libro en Extremadura, Cáceres, 2005