Ando últimamente algo preocupado con el tema de los certámenes literarios, y no por lo habitual que suele estarlo la gente, sobre todo los que se presentan a ellos y lo pasan fatal viendo quién gana uno u otro y por qué él no gana ninguno. Yo, para ahorrarme el mal trago de ver como la fama me esquiva, no la persigo.
De todos modos tengo algunos amigos que sí son perseguidores, y que están contemplando con cierta perplejidad como autores de prestigio y renombre, que publican sin ningún tipo de problema en editoriales potentes de presencia mediática y física en las librerías, se presentan a concursos de menor cuantía que son normalmente coto de escritores desconocidos por el gran público. Recientemente Gonzalo Calcedo ha resultado vencedor del CajaEspaña de relatos y hace unos días José María Merino del Torrente Ballester de Novela. Uno cree que son perfectamente libres de presentarse y de ganarlos si sus originales son mejores que el resto de los presentados, hasta ahí podíamos llegar, y no cree que sea cuestionable moralmente su actitud. Tanto Calcedo, que no llega a fin de mes con sus emolumentos como funcionario, como Merino, al que no le cuadran las cuentas con la pensión y las numerosas ventas en editoriales de prestigio, tienen derecho a un sobresueldo que, en estos días del redondeo que no cesa gracias al euro, no viene mal a nadie.
Pero creo que, en vista de cómo está el panorama, habría que hacer lo mismo que la Asociación de Tenistas Profesionales y crear un escalafón de méritos –eso que en los telediarios, con evidente afán de introducir extranjerismos, llaman ranking de la ATP, en vez de usar el hispano y bien plantado escalafón taurino- que midiese la calidad de un autor. Y, por supuesto, otorgarle a finales de año el Cervantes a aquél que esté en primer lugar del mismo.
Los baremos a tener en cuenta deberían incluir variables diversas. Por ejemplo, ganar el Premio Nacional de Literatura o de la Crítica debe dar más puntos que ganar los juegos florales de Villalpando, pero del mismo modo, alguien que gane muchos juegos florales, aunque no entre en esos galardones que requieren amigos e influencias –o vetusta edad en el caso de los Nacionales, Reina Sofía y demás, hasta que se lo den a Muñoz Molina, que o bien lo hace todo muy rápido o debe tener progeria-, pueda estar muy arriba en el escalafón, del mismo que sucede en el mundo de la tauromaquia. Hay que tener en cuenta también las ediciones, no es lo mismo ganar muchos premios o publicar un libro de éxito crítico a lo largo del año que publicar muchos libros menores.
No se debe confundir este escalafón con la medición de las ganancias. Como cualquier aficionado sabe, en el momento de los deportes de los noticiarios de la televisión, siempre se menciona el puesto del tenista dentro de la clasificación, y sólo de vez en cuando las ganancias. Esa es la hipocresía de la sociedad neoliberal, que todos nos movemos por algo que no se nombra, se hace gala de ello, se exhibe, pero no se menciona. Hablar de ellos sería ponerlo en primer plano, y siempre es mejor el secreto.
Yo creo que es un modo justo de evitar la competencia atroz que asola la profesión. Basta con echar un vistazo a los foros de las web de premios literarios para ver hasta qué punto esta necesidad se está volviendo acuciante. Sobre todo porque quedaría en manos más justas la decisión de, por ejemplo, qué autores van en los viajes oficiales que el Instituto Cervantes o la Sociedad de promoción de España en el Exterior hacen cada cierto tiempo, además de los de cada comunidad autónoma y en algunos casos municipios. También podríamos ahorrarnos todos, los contribuyentes, a los cargos elegidos a dedo que, desde esas instituciones, vienen designando –también a dedo, claro- qué amigos suyos viajan y quiénes no. Ante un escalafón bien realizado deberían atenerse.
También serviría como referencia para editores y agentes del verdadero valor de mercado de sus chicos. Así no se producirían las rocambolescas muestras de negociaciones equivocadas en las que se evidencia la astucia de unos u otros para dejar en el camino la literatura que está muy depreciada.
Y, por encima de todas estas cuestiones, algunos, creo que unos pocos, de los que nos dedicamos a esto –a trabajar en el mundillo, pero sobre todo a leer- podríamos quedarnos tranquilos sin escuchar todas estas discusiones idiotas de autores celosos. Y tener por fin tiempo para leer.
Me cuentan que anda Calcedo Juanes molesto conmigo por lo de meterme en cómo se gana el pan, cuando en realidad está el hombre con una excedencia y tiene que sacar el dinero de dónde pueda. Amigo Gonzalo, no ha sido en ningún caso mi intención ofenderte, porque no creo que haya ofensa en decir que has ganado un premio -por cierto, me soplan que ha caído otro más, en Cádiz, enhorabuena, vas a estar arriba en el escalafón-, ni tampoco es ofensa, creo, decir que eres funcionario. Me parece muy lícito que te presentes y ganes premios, ya que están ahí y alguien tiene que ganarlos. Lo que critico es la existencia y mecánica de esos certámenes. Y señalo que estás bordeando un peligroso sendero, el del ostracismo, el de ser un autor de "premios" frente a ser un autor a secas. Es difícil vivir del cuento en este país, de sobra lo sé. Pero hay que ser más ambicioso en los objetivos. Una carrera que no pase de estos premios no tiene mucho vuelo, la verdad, y eludo comentar el hecho de que tus textos tengan o no calidad porque de sobra sé yo y muchos lectores que hay textos tuyos fantásticos -de hecho en la hemerotecas están las críticas que he hecho de La pesca con mosca o La carga de la brigada ligera- y no voy a descubrir eso ahora.