28 noviembre 2006

Difama, que algo queda


Vivimos momentos absurdos. El fantasma del plagio se usa, insistentemente, como arma para intentar denigrar a un autor o menoscabar su prestigio. Buena muestra de ello fue la reciente entrada sobre el plagio, y manipulación, ejercidos sobre un texto de Andrés Neuman amparándose en el anonimato de Internet.
Hoy, en El País, aparece un artículo donde se dice que Ian McEwan "plagió" fragmentos de las memorias de la escritora de novelas rosa Lucilla Andrews. Incluso aparece un pequeño estracto de muestra que intenta demostrar los "plagios" que ha cometido McEwan.
Provoca ataques de risa loca ver, por un lado la caradura de los herederos de la Andrews. La novela apareció hace ya cinco años, y la supuesta plagiada falleció el mes de agosto pasado. En la novela McEwan indica que una de sus fuentes de documentación, sobre todo para los pasajes de las escenas protagonizadas por enfermeras en la Segunda guerra mundial, fueron las memorias de la escritora de novelas románticas, y durante la promoción de la novela no se cansó de indicar su nombre y lo útil que le habían resultado sus memorias por la escasez de testimonios sobre la labor de las mujeres en los campos de batalla. Ahora bien, la interesada tuvo cinco largos años para promover alguna acción legal contra el autor británico de haber considerado que existía plagio. Si no lo hizo seguramente fue porque ella era escritora, y sabía perfectamente que no lo había, y tenía la vergüenza suficiente como para no remover la mierda. Sus herederos -casi siempre los herederos son lo peor de los autores- si están dispuestos a removerla, tengan razón o no, y a poner en tela de juicio la labor, en general, de todo autor, sea de ficción o no, en este planeta.
Por encima del evidente interés que tienen en intentar sacar algo de dinero al autor y a su editor, caso de que prosperen las acciones que han emprendido, lo realmente lamentable es el desconocimiento de todo acto intelectural que demuestran. Y que, por supuesto, debería llevar al juez no ya a fallar a favor de McEwan, sino a imponer una multa ejemplarizante para que este recurso a la difamación se extienda todavía más de lo que ya, de por sí, lo está haciendo.
En el caso de considerar que Expiación plagia las memorias de Lucilla Andrews habría que sentenciar también a todos los autores de novela histórica, sean estos más o menos respetuosos con las fuentes consultadas, ya que para escribirlas han tenido que ceñirse a los documentos históricos que existe y que, en la casi totalidad de los casos, no son de su autoría. Habría también que condenar a todos los novelistas del realismos decimonónico, en especial a Flaubert y a Zola, verdaderos recopiladores de documentación técnica, sociológica e histórica que volcaban en cada una de sus novelas. Vargas Llosa debería ser, también condenado, por el uso que hace de Trujillo y de muchos otros personajes reales en La fiesta del Chivo, y García Márquez debería pagar derechos de imagen e intelectuales a los descendientes de los dictadores en los que se basó para escribir su novela El otoño del patriarca. Es delirante. Porque, y aquí radica buena parte del problema, es que la que ha aireado todo este asunto es una tal Natasha Alden, estudiante de Oxford que prepara una tesis doctoral sobre narrativa bélica. Sorprende que pueda ser doctoranda alguien que no debería tan siquiera haberse licenciado, ya que no sabe distinguir entre una narración de hechos reales -unas memorias- y una narración ficticia -la novela de McEwan. Ya se ha dicho aquí que el problema no se circunscribe a tesinandos, Benjamín Prado ha tomado como verídica la novela de Antonio-Prometro Moya sobre Pilar Primo, así que de miedo que fuentes ha barajado para escribir su novela histórica de reciente publicación; y más de una publicación ha reseñado el libro de Moya dentro de las páginas dedicadas a los ensayos históricos. O sea, que lo del síndrome del Quijote, de confundir la ficción con la realidad está más patente que nunca, o tal vez sea la incultura, la zafiedad que llevó, por ejemplo, a prohibir la exportación de novelas a América ya que podían tomarse como hechos verdaderos.
Aunque lo peor de todo este asunto es que un autor tenga que escribir un artículo defendiéndose de esta serie de calumnias, de esta verdadera muestra de incultura que, para más INRI, está animada y propiciada desde los medios de comunicación, por periodistas tan ignorantes a incultos como los propios herederos de la Andrews, que no dudan en arrimarse al asunto con tal de sacar un poco de notoriedad. En el artículo ya mencionado de El País aparecen unos cuantos nombres, y el tono general del artículo demuestra que su autora no acaba de creerse, y si no observan como botón de muestra el titular del artículo, que podía haber sido algo así como: "McEwan hace su trabajo. Ante la cantidad de gente inútil, es noticia que alguien sepa ejercer su profesión y... lo demuestre" -¿hay que creer la verdad?, no, siempre es mejor repetir una mentira hasta que todo el mundo la considere real- que lo único que hizo McEwan es escribir una de las mejores novelas de los últimos años, sin ambajes, usando las armas y recursos que están a su alcance, como es la literatura anterior y los documentos históricos. En esas líneas de fricción se recogen apenas tres lineas de una novela de quinientas páginas, y ni ta siquiera esos pasajes son plagios. A lo mejor el problema de todo esto es que no saben tan siquiera qué es un plagio, me da miedo que vayan al DRAE y le pongan una denuncia a la Real Academia por plagiar los significados de las palabras.