Tuve la mala suerte de no poder asistir allí a ninguno de los pases de la cinta, y encontrarme siempre ocupada la copia que en la cinemateca del festival ponían a disposición de invitados y acreditados. Así que me fui a casa sin ver una de las mejores películas del festival que, además, se llevó el premio del público -a fin de cuentas el premio más honesto de todos los que se puede llevar una cinta en un festival, porque el público vota exclusivamente lo que le gusta, sin darle más vueltas ni dejarse llevar por pretensión alguna.
Por eso, en el mismo momento en que me enteré que, dentro de la programación del Documenta Madrid de este año se iba a pasar la cinta corrí como alma que lleva el diablo a comprar la entrada de una de las sesiones para poder, al fin, verla.
La sesión era doble, dos trabajos de una hora, y el film de Geogi era el segundo. Hubo que atravesar, pues, la travesía del desierto que suponía un trabajo soso y aburrido sobre la penuria de los niños de la calle en Ucrania. La idea de la denuncia estaba empañada por un montaje verdaderamente soso y un trabajo poco concienzudo con los dos niños elegidos para el rodaje. De hecho, una vez han pasado los títulos de crédito se ve una escena muy corta, de no más de dos minutos, donde vemos hablando a uno de los niños -algo que casi no hemos disfrutado en toda la película- con un cierre irónico sobre la presencia de la cámara que sirve por toda la hora anterior. La cinta se llama El camino de Dios (Wege gottes) y es claramente prescindible.
Lo peor que pudieron hacer muchos fue dejarse llevar por el aburrimiento y abandonar la sala cuando terminó esta cinta, porque Viaje en sol mayor es una maravilla.
La película gira en torno a los dos abuelos del propio directos, Georgi Lazarevski, a quien no vemos en ningún momento de la película, tan sólo le escuchamos hacer algunas preguntas a sus abuelos. Aimé, su abuelo, tiene ya noventa y un años, y siempre ha querido viajar a Marruecos. Lo tiene todo preparado, todo planificado, pero su mujer no quiere ir de viaje con él, a ella le gusta estar sentada en una silla cómoda, es todo el placer que espera ya de la vida. Y Aimé no quiere, no se trave, a ir solo. Ese es el punto de partida da una película donde vemos a la abuela del director contestar a una serie de preguntas y hacer unos comentarios a la cámara, y en la que el centro de la historia es el viaje que realiza Aimé con su sobrino.
Podría ir dando datos de la película, hablar de las preciosas escenas que rueda en Marruecos, del recibimiento que tienen en todos los lugares porque en la cultura marroquí se aprecia todavía mucho al anciano, su sabiduría, su experiencia, y todos quedan impresionados por el viaje que hace un nieto cuidando de su abuelo. También de los paisajes, de cómo se nos va mostrando en su intimidad, poco a poco, el violinista que se está quedando sordo con los comentarios que hace sobre la vida, contestando a las preguntas y sugerencias de su nieto. O de las intensísimas disertaciones de la abuela, que encuentra placer en ir a la peluquería sólo por poder sentarse en los sillones en que a uno le lavan la cabeza.
Lo mejor de esta película es como se nos demuestra que la vida está hecha de pequeños detalles, de cosas muy pequeñas que se van uniendo, como pequeños ladrillos que se van juntando para formar una sólida pared, y que debemos ser capaces de vivirlas intensamente.
La película, que uno no puede ver con indiferencia, que lo toca a uno en lo más profundo, es honesta porque, en los créditos finales, nos permite ver a Aimé, el protagonista del viaje, confesando que ha superado ese miedo que siente a hacer cosas. En la cinta se nos muestra como un hombre que estuvo toda la vida trabajando como violinista en una orquesta de máximo nivel y que nunca se atrevió a pedirle al director de orquesta dar un solo concierto como solista. Un hombre que nunca se atrevió a ser osado. Y en ese pequeño flash nos confiesa que ahora le pregunta a todo el mundo, que entabla conversaciones con todos, que ha aprendido en ese viaje a ser osado –uso este adjetivo algo arcaico por influencia directa del verbo francés.
Por eso me ha parecido especialmente intensa e inteligente esta película, porque sabe no ya hacer su cometido, sino que explicita en su mismo metraje la experiencia de cambio que se debe sufrir en todo acto artístico. El viaje ha cambiado a Aimé, seguramente también a Georgi como nieto y como realizador, pero también a nosotros. Eso es el arte, el arte en estado puro, algo de lo que no teníamos ni la más mínima conciencia de su existencia y que, de la noche a la mañana, nos deja transformados, cambiados.
Viaje en sol mayor es, por eso, una película única, de lo mejor que puede verse en una pantalla hoy en día, y es una pena que por el formato de la película, por su duración, no esté al alcance de todos.
Georgi Lazarevski Voyage en sol majeur Quark productions