En Fuego amigo pueden leerse esos dimes y diretes, esas opiniones a corazón abierto a las que tan acostumbrado tiene a su lector García Martín. Pero también hay literatura –mucha y buena-, un ejercicio constante de criterio –y siempre insobornable-, y algunas veces poesía. Porque, y no está de más recordarlo de vez en cuando, porque muchas veces se olvida o, peor aún, se silencia, García Martín es uno de los mejores poetas que hay en España. Ahí están sus libros para demostrarlo, y su extrema rigidez autocrítica –que le ha llevado, por ejemplo, a podar muchos poemas que aparecían en Material perecedero para su Mudanza- perdiendo en ello, a mi juicio, algunos de sus mejores versos.
De todos modos, está uno siempre en la televisión, en la radio, en la prensa y en las barras de los bares y cafeterías hablar a unos de otros, y casi siempre mal. Así que eso del cotilleo lo ve uno muy extendido. Lo que no ve uno tan a menudo es que alguien sea capaz de escoliar una cita oportuna y acompañarla de un comentario atinado. Copio una entrada de abril del año 2000.
Domingo, 23. Los libros sólo hablan de aquello que en cada instante nos preocupa. Abro al azar los Cuadenos de Cioran (todas mis lecturas fundamentales han sido fruto del azar): “Las relaciones más complicadas, las más terribles, las más indefinibles son las que mantenemos con nuestros amigos. Cada uno de ellos es un enemigo virtual. De un amigo se puede esperar cualquier cosa: hay que estar en constante alerta. La transformación de suele darse mucho antes de que nosotros nos percatemos de ella.”
Tampoco conviene olvidar que García Martín, además de persona inteligente que ha vivido mucho, es crítico literario –uno de los más independientes y acertados que pueden disfrutarse hoy- y que le gusta decir las cosas bien claras. Sobre todo si, al decirlas, puede aprovechar y, al mismo tiempo, poner en tela de juicio algún que otro ligar común.
¿El esfuerzo que cuesta escribir una obra está en relación directa con su valor? Quizá. ¿Y el esfuerzo que requiere leerla? En este caso, seguro que no.
Que es algo que debería saber todo aquel con vocación literaria. Ser claro, que a uno se le entienda de una sola lectura es como ser hospitalario, una virtud. Y sólo el necio piensa que ser sencillo es ser simple. Precisamente sucede al contrario, porque la mayoría de los textos que uno lee como si ascendiera a una montaña son vacíos e inanes, mientras que aquellos por los que se transita como si de un paseo dominical se tratase suelen estar cargados de verdades y observaciones atinadas. No porque se encuentre uno mejores o peores cosas, sino porque como no se está esforzando en la marcha tiene tiempo para verlas.
Luego está la realidad, la triste realidad, donde parece importar poco la calidad de un texto, y todo el mundo pierde noches y días en las relaciones sociales o en establecer una marca –ya se sabe que, una vez catalogado es mucho más sencillo ser asimilado por la sociedad y su mercado- en vez de esforzarse en devolverle algo único y precioso al mundo.
Miércoles 28. En un libro de Anatole France encuentro subrayada la siguiente frase: “Las medianías son ensalzadas por las medianías que las rodean y se honran con su encumbramiento. La gloria de un hombre vulgar no ofende a nadie: más bien es una secreta adulación al vulgo. Pero hay en el talento una insolencia que se expía entre sordos rencores y calumnias insidiosas”. Me temo que, aunque eso sea verdad, se trata de un falso consuelo: también hay medianías que no son ensalzadas por nadie. Tener éxito no es sinónimo de tener talento, pero no tener éxito lo es menos todavía.
José Luis García Martín Fuego amigo Llibros del Pexe, Gijón, 2000