Ayer comienzó la fería del libro de Madrid. Todo el mundo sabe de qué va eso de la feria. Son un montón de casetas calurosas si hace calor, y gélidas si hace frío, atendidas las más de las veces por gente que ha leído pocos libros, y en las que van los autores a hacer un poco de promoción. Aunque uno la deteste, finalmente siempre se da un par de vueltas por ella y acaba gastándose más de lo que debería -porque finalmente muchos de los libros que compra no los lee nunca- y pasados unos días no queda nada de la feria, ningún recuerdo, nada memorable.
He entrado en la página web de este distinguido evento, que quiere colgarse el cartel que da prestigio, el adjetivo "cultural", cuando en realidad debería asumir su condición real, la de feria de muestras, mercado o rastro de fin de semana, o como cada uno lo quiera ver. Pues bien, allí he visto el bonito cartel que estará por todas partes -cartelería, bolsas y demás- este año. Es el que ilustra este comentario.
Lo mejor de la visita a la web de la feria ha sido leer las declaraciones que el diseñador del cartel hace, y que no deben estar manipuladas como podría suceder en cualquier otro medio de comunicación, ya que expresan el sentir de la organización. Pep Carrió dice: “El libro a veces puede generar mensajes en exceso intelectuales y queríamos llegar a todo el mundo”. O lo que es lo mismo, como cualquiera puede ver, que la feria del libro es una feria de pueblo, con sus caballitos, sus coches de choque, y nubes de algodón, nada que pueda hacer pensar que los libros contienen pensamiento. Yo no tengo nada contra las ferias de pueblo -bueno, una cosa sí, el olor de las gallinejas- pero me parece que no es, desde luego, muy afortunado estar siempre reclamando una consideración de objeto intelectual y pretender venderlo luego -de eso se trata al fin y al cabo esto de la feria del libro- como una mercancía más, que tiene la misma duración que el bocadillo de panceta o la misma importancia que el perrito piloto.
En los últimos años ha acostumbrado uno a darse una vuelta para ver a algún amigo que firmase en una caseta, para entretenarle la espera y tomarse luego unas cañas. Pero este año no será así. La razón es bien sencilla, produce un enorme hartazgo estar siempre escuchando a la gente decir que la literatura esto, que la literatura lo otro, que tienen muchas ideas sobre la literatura y reincidir siempre en que ya no hay arte y todo es mercado, y que hay una literatura del afuera, una literatura que podrá ser o que será, y demás ideas preciosísimas y vacías de contenido. Cualquiera que se tome en serio esto sabe que uno escribe porque cree en lo que hace y no se deja llevar por las directrices del mercado. Lo peor es que hay gente que sermonea por aquí y por allá y luego deja que su editor vaya poniendo carteles con su cara en los escaparates de las librerías, al lado de los premios Planeta y demás, y no duda en pasarse toda la feria del libro participando en el mercado como una cabeza más de ganado, aunque con la excusa, eso sí, de echar unas firmitas y acercarse a sus lectores y demás. Uno debe saber que cuando va a una caseta de la feria, cuando hace la presentación de un libro, está participando en ese mercado que tanto parece disgustarle. Iba a decir que esa hipocresía es repugnante, pero la verdad es que es cansina, es el discurso del burguesito que come cuatro veces al día y tiene como única preocupación la estima ética e intelectual que los demás le profesen.
Todo muy poco literario, de hecho, como pueden ver.