30 mayo 2007

Muy poco ruido y muy pocas nueces

La consigna, de unos años ahora, está muy clara: El cómic, siempre que trate de temáticas adultas, es bueno. A un cómic le basta con no ser infantiloide para que todo sean voces aduladoras y a todo el mundo le parezca mejor que bien la edición de tal o cual álbum –ahora los llaman novelas gráficas, porque siempre hay tontos para cada tontería siempre que sea novedosa-, y así todos contentos, sobre todo los autores y las editoriales.
Acabo de leer, bueno, de atravesar, la lectura de La metamorfosis de Franz Kafka, adaptado por Peter Kuper. Una vez se ha leído uno las ochenta páginas del texto puedo recomendar, sin que me tiemble la voz, que el lector interesado en la historia de Gregor Samsa lea el original del escritor checo y deje en la estantería este cómic.
¿Por qué? Porque Kuper se ha limitado a trasponer la historia del hombre convertido en un monstruoso insecto en imágenes sin inventiva, sin ninguna capacidad de enriquecer con matices la historia –ni tan siquiera parece aprovechar las capacidades del medio, que explora tan sólo en una plancha y no de un modo muy afortunado- y que, por el contrario, sí que se ve duramente mermada en muchos detalles por la superficialidad del tratamiento.
Los personajes parece caricaturas, guiñoles, que carecen de toda profundidad, de toda intensidad. El dibujo, la composición de las planchas, son igualmente convencionales. Un aburrimiento, una falta de ambición, de trascendencia, verdaderamente sorprendentes.
Si el futuro del cómic, ese género de nuevo emergente –por cierto, ¿todos los modernos que usan esa palabra no se han dado cuenta de su cercanía etimológica con emergencia?- depende de cosas como esta, mal andamos.
Peter Kruper, La metamorfosis de Franz Kafka Astiberri, 2007