14 marzo 2006

El arte de hacer dinero

Voy a pecar de ultraliberal, pero creo que el esplendor de la cultura va, necesariamente, unido a la prosperidad económica, y no me refiero a que tengan que ser coeténeos, sino que es la prosperidad económica la que facilita un posterior desarrollo de la cultura.
Un análisis histórico evidencia que las sólidas muestras culturales españolas del siglo XVII son hijas de la solidez económica y política del silgo anterior. Hay pocas obras maestras absolutas de la época del emperador Carlos I -¿por qué siempre decimos Carlos V si no somos alemanes?-, pero en cuanto sube al poder su hijo comienza a forjarse el siglo de Oro y es ya con su nieto y su bisnieto cuando nacen las piezas únicas de Cervantes, de Velázquez, cuando comienza a valorarse en su justa medida a San Juan de la Cruz, a Garcilaso.
El ocaso imperial y la destrucción del Imperio austrohúngaro -este blog está quedando muy berlanguista, o netamente pro-Astrud, vaya usted a saber- fue el pistoletazo de salida para uno de los momentos más fascinantes de la Historia de las Artes, con la Secession y la obra de autores como Roth, Morgensten y demás -ampliamente analizados por Magris, otro enamorado de esa idea de la Mitteleuropa que se perdió con el Imperio.
Que hoy no se produzcan obras importantes en España en campos como el cinematográfico o el literario -por poner dos ejemplos- está directamente relacionado con la nula importancia que ambas insdustrias tienen hoy por hoy. El mundo del cine quiere vivir de las ayudas gubernamentales sin preocuparse de llevar gente a las salas o de hacer películas innovadoras o, al menos, importantes. El cine español no ha abandonado todavía el costumbrismo de los sesenta, pero ha preferido olvidar el humor que aquellas películas destilaban y que llenaban los programas dobles de los cines de barrio. El cine español, salvo honrosas excepciones, sigue siendo terreno de casticistas con menos gracia de las que tuvieron Azcona o Ferreri.
La literatura no anda mucho mejor. Eso que se dio en llamar "nueva narrativa española" no era sino una puesta al día cultural de los autores que, de pronto, accedieron a muchos libros prohibidos durante años por el franquismo y que habían, en su desconocimiento, divinizado. Como sucedió con la literatura de Arrabal, se descubrió bien pronto que casi era mejor que no llegaran los libros a España, pero no por convulsos o polémicos, sino por malos. Hoy, veinticinco años después del inicio de ese movimiento, vemos que la literatura se mueve en un pasto de pretendido culturalismo que no esconde dos realidades, su superficialidad y alejamiento de la realidad. Frente al cine, costumbrista, la literatura se muestra burguesa y acomodaticia, con historias de traductores cuya única preocupación es un cuadro de atribución discutible o una mujer que se les muere en la cama.
Y, para mayor pena, los autores con una propuesta arriesgada, como Belén Gopegui, van naufragando cada vez más en una literatura panfletaria, alejada de los arriesgados supuestos con los que se inició. Y sin nadie cerca que le eche una mano. Vamos a ver por dónde sale Isaac Rosa.
Entre tanto el refugio parece ser el cuento. Como una secta, los cuentistas -escritores y lectores- parecen convertirse en los ecologistas preocupados por la supervivencia de la literatura como arte innovador y exigente.
Todo esto me ha venido a la cabeza por el chaparrón de informaciones sobre la exposición On-site sobre la arquitectura española reciente que se celebra hoy por hoy en el MoMA de Nueva York. Una idea clara es que el riesgo, la voluntad de construcción de hitos y obras de arte que se da hoy en España está directamente relacionada con el esplendor de un sector, el constructor, que mueve hoy la economía española. Las empresas constructoras españolas no sólo marcan el pulso económico del país, sino que participan en obras por todo el mundo, además de sumir la gestión de muchas empresas de infrastructuras. El ladrillo español vende, cada vez más, y el riesgo que los constructores y las administraciones asumen va en directa relación.
La arquitectura española es arriesgada y rentable. ¿Será eso casual?