01 marzo 2006

A una escala diferente


Desde que se produjo la noticia, y de esto hace ya quince días, he esperado, inútilmente, que alguien comentara algo, hiciera alguna referencia al hecho más fantástico que ha sucedido en todo el mes de febrero en la capital del reino, el Foro como diría algún castizo: el accidente -llamémosle así- que terminó con el choque de un camión contra la Puerta de Alcalá.
No me refiero a que no se hayan hecho eco de la noticia numerosos periódicos, que lo han hecho y pormenorizadamente, sino a que nadie se haya puesto a reflexionar sobre lo que ese choque significa. Lo primero que me ha llamado la atención es que nadie haya visto relación entre el camión y los aviones que se encargaron de demoler las torres gemelas. O sea, ni tan siquiera una broma, un chiste de los mil que en España florecen como setas en otoño. Nada.
No ha habido ninguna referencia a la solidez berroqueña de la puerta madrileña frente a la levedad del vidrio y el cristal neoyorquinos. Tampoconadie ha tocado el tema extrapolándolo a terrenos más simbólicos.
No ha habido ninguna referencia de un situacionista espabilado hacia el espectáculo que supone ver la persecución de una camión desde Sol hasta la plaza de la Independencia, a la idea de que la gente de hoy va incorporando actitudes que se siembran frente a la consola de videojuegos y florecen como actos vandálicos como las carreras de coches por las calles de las ciudades, a los kamikazes que deciden ir contra el mundo en las autopistas y carreteras de circuvalación. Nada.
Ni tan siquiera una referencia a que la relación de cotidianeidad que tiene hoy el ciudadano madrileño con las obras -raro es el habitante de la capital que no tiene a menos de doscientos metros de su casa una obra de mayor o menor envergadura- que la existencia de un camión de ese tonelaje circulando por el centro de la ciudad sin control, lejos de sorprenderle le resulta tan rutinaria como la visita al quiosco para comprar el pan.
Y, sin embargo, la estampa del ese volquete estampado entre los pilares centrales de la obra de Sabatini, ese genial napolitano en cuya cuna desconocen, es la imagen más acabada que se ha dado del Madrid de Gallardón, que resiste por muchos embates que, a golpe de cementera y tuneladora, le amenacen.