Uno de los libros que más veces me he encontrado en las estanterías y los montones de libros de saldo de las librerías de viejo ha sido este, de José María Gironella. Nunca tuve la más mínima intención de comprarlo, a qué mentirnos. No me interesa nada Gironella, ni su mundo ni su estilo, así que mal negocio podía hacer comprando el libro aunque estuviera a un euro -cosa que ya no sucede, porque en el extravagante mundo del libro usado y de lance un autor que tiene una repentina notoriedad informativa, como la tuvo Gironella por morir sin tener nada que llevarse a la boca pese haber sido uno de los mayores best sellers españoles del siglo, pasa a revalorizarse, y el mismo libro que estuve a un euro durante veinte años pasa a estar a seis o siete porque sí.
Pues bien, ironías de la vida, pocos titulares son hoy más expresivos que ese viejo título de Gironella para dar a entender el sentimiento que, desde el medio día de ayer, ha ido anidando en muchos españoles.
A lo largo del día de ayer se fueron sucediendo las reacciones de distintos políticos, medios de comunicación y la opinión de la gente de la calle. Las había, como no, para todos los gustos. Ahora se abre un horizonte en el que los políticos deben ejercer una de las virtudes que, se supone, poseen y, mediante la diplomacia, llegar a un acuerdo para que todo esto se acabe de una vez. Muchos que hasta ahora venían opinando de más y sin mucha razón deben adoptar el compromiso moral de cerrar la boca y pensar en el futuro y dejar de mirar al pasado.
Pero, por encima de todo esto, pienso en la gente de la calle que ya no tendrá que pasar miedo por vivir cerca de una casa cuartel, por estar amenazado o por no poder decir lo que piensa en público sin temer que haya algún chivato cerca que lo señale en un futuro. Sólo por eso, la noticia habrá merecido la pena.
Hoy era imposible hablar de otra cosa.