No sé cómo se las deben apañar los profesores para enseñar a los niños a leer y escribir, pero ahora la gente escribe verdaderamente mal. Cuando yo era pequeño, o sin ir tan lejos, cuando entré en la universidad -y de eso hace unos diez años, que no estoy hablando de cuando los dinosaurios poblaban la tierra- había mucha gente que escribía mal. Y me refiero no sólo a las faltas de ortografía, sino a la manera de construir las frases y demás. Pero la gente que llegaba a la universidad, mal que bien, se apañaba, y pasaban por personas medianamente cultas.
Pero ayer, por circunstancias que ahora no vienen al caso, pude ver un manojo de textos de alumnos universitarios de letras de primer curso y casi me caigo de espaldas. ¿Cómo demonios han llegado hasta la enseñanza superior sin saber construir frases? No había casi faltas de ortografía, la verdad, estaban bastante disimuladas -todavía recuerdo a los profesores en la carrera diciendo que presentando un examen con tres faltas de otografía estabas suspendido, y que yo siempre decía que con una sola había que suspender a alguien en filología española, qué leches-, pero la sintaxis era verdaderamente comanche.
Así que no sé cómo se les enseñará ahora a los chavales a escribir. A lo mejor lo que sucede es que, como la mecánica de la pedagogía ha cambiado y se busca fomentar la creatividad y lo lúdico en la escuela, ya no se hacen dictados. Sólo el nombre evoca al antiguo regimen: Unos niños escribiendo lo que el profesor -pequeño tirano en su clase- dictaba intentando que el texto que ellos al final tengan en la hoja se parezca lo más posible a lo que el profesor corregirá más tarde en la pizarra.
Yo crecí con esa misma práctica. Apenas habíamos dejado las cartillas fotosilábicas Palau -por cierto, perdonen la confesión, pero casi lloro al buscar en la web y encontrarme con la portada de una de las cartillas con las que aprendí a leer y que es la que ilustra estas líneas- y ya todas las mañanas era la misma cantinela, primero el dictado y luego una buena sesión de tablas de multiplicar.
Y todo eso con una progresiva complicación años tras año. Todavía recuerdo que, en quinto de EGB el dictado era ya al oido, la puntuación, todo, tenía que ser captado al oído.
Supongo que los popes de la nueva pedagogía habrán decidido que el dictado no es didáctico. Que un grupo de alumnos que se dediquen a escribir como borregos lo que el profesor lee no es la mejor manera de aprender a esribir, y a lo mejor creen que, lo verdaderamente pedagógico es que, como por ciencia infusa, los niños aprendan las reglas de ortografía, la sintaxis y demás. Supongo que a eso se debe que, al comenzar a explicarles cuestiones de análisis sintáctico los chavales miren al profesor como un marciano, porque es la primera vez que le hablan de que esos simbolitos que él ya lleva unos años ahorrándose al escribir los mensajes con el móvil siguen unas normas de utilización más o menos lógicas.
A fin de cuentas, uno de los beneficios que aporta el dictado, es la progresiva aceptación de unas normas que rigen las uniones de ideas, de palabras, de conceptos, y que terminan por permitir que el discurso se modalice y sea comprendido por el lector.
Supongo que los críticos de toda disciplina en la didáctica se me echarán encima aludiendo a que es esa interiorización de las normas la que hace que luego sea más fácil inculcarles otras normas sociales que fomentan el acomodamiento social y la falta de inquietud y mil zarandajas seudoprogres. Yo a todo eso elijo contestar con el "pues vale", si la ortografía es el primer escalón para el civismo, por ejemplo, no va a poder hacer uno otra cosa que estar de acuerdo con ellas.
Pero claro, supongo que eso se debe a que yo aprendí del dictado, claro, y no he hecho más que interiorizar todas esas cosas.