Uno de los príncipales obstáculos que todo aquel que quiera ser escritor debe superar es el de ponerse a escribir. Cualquiera que se haya planteado hacer algo en esto sabe a qué me refiero. Escribir días sueltos es muy fácil, a uno se le ocurre algo y lo escribe, el rapto puede durar varios días, pero no mucho más. Si las pausas fuesen cortas, escasas, uno tampoco se preocuparía mucho, pero a veces pueden ser muy largas. Juan Bonilla me comentó una vez que precisamente esa libertad de horarios era lo que más le gustaba de ser escritor, que gracias a ella él se había decidido a dedicarse a esto. Pero eso es cierto a medias, porque una cosa es que si a uno la apetece hacer un parón lo haga con la alegría del que se sabe libre y sin jefes que vengan a pedirle cuentas del trabajo no realizado. Lo peligroso no es tomarse un día libre sin escribir, lo peligroso es no querer sentarse a trabajar.
Hay mil cosas que hacer en lugar de sentarse a escribir. Dar una vuelta, ver la televisión, ir a alquilar una película, quedar a tomar cañas con los amigos, leer, limpiar la casa, ir a comer con la madre. Hasta aburrirse porque nadie le llama a uno y hacer esas llamadas a viejos amigos de los que hace tiempo no sabemos nada y que se quedan sorprendidísimo al escuchar nuestra voz. "Y cómo es que me llamas, ¿te pasa algo?", "No, era por perder un poco de tiempo y no ponerme a escribir".
Supongo que a Stendhal le pasaba algo parecido en su juventud y por eso se marcó el firme propósito de escribir al menos veinte líneas cada día, Vingt lignes par jour, génie ou pas. Deja muy claro que no importa tanto la calidad, dice claramente que lo importante no es que sean geniales, sino que sean veinte líneas todos los días, establecer una relación casi de pareja con la escritura. Stendhal pretendía crearse un método para escribir un libro. Pero de un modo intuitivo marcó una de las directrices fundamentales a la hora de enfretarse al trabajo de, por ejemplo, el diario, que para muchos es un método de tener la muñeca caliente, preparada para escribir.
No puedo evitar pensar que, de haber vivido hoy y no hace dos siglos, Stendhal habría escrito un blog. Teniengo en cuenta la patente modernidad de su obra, él mismo dijo que no escribía para los lectores de su época, sino para los que nacieran cincuenta años más tarde, no es de extrañar que hoy estuviera dándole a un medio que le permitiría satisfacer el afán polémico que siempre demostró.
No es difícil imaginarse el blog de Henri Beyle, bueno, de Stendhal, porque en este caso seguro que usaría un pseudónimo, un nickname, qué leñe, en el que nos va relatando todo lo que ve en sus viajes italianos, su opinión sobre los coches tuneados de los jóvenes, los atrevidos vestidos de las muchachas y sus encantadoras miradas, aprovecharía para provocar con comentarios laudatorios de Napoléon en los distintos post y tendría una interface delicadamente retocada para provocar en el lector ocasional el mismo embriagador rapto que el sintió en la iglesia de la Santa Croce.