Los libros sirven para muchas cosas. Pueden, por ejemplo, calentar un crudo invierno si los echas a la lumbre, o también pueden servir como apoyo para calzar una mesa. Los usos de los libros son insospechados.
El de Sergio González Rodríguez, llamado Huesos en el desierto, y del que Anagrama acaba de editar un nueva edición -que es algo bastante extraño dentro de la trayectoria de Anagrama, muy conservadores con la fijación del texto- con una actualización al final del libro, puede servir para calentar conciencias, motivarlas para que se pongan en marcha y hagan algo, y como apoyo de las mujeres que sufren y luchan en Ciudad Juárez.
González Rodríguez está hoy amenazado por el gobierno mexicano. Amigos e informadores que tiene dentro de las fuerzas policiales y el servicio de inteligencia mexicano le han hecho saber que los diez años invertidos en la investigación del asesinato sistemático de mujeres en la frontera mexico-estadounidense no es bien vista con buenos ojos por el poder ejecutivo del país. El éxito que a lo largo del mundo ha tenido esta maravilla de periodismo que acabo de leer no hace sino intensificar el malestar de las autoridades.
Huesos en el desierto es, ante todo, un documento impresionante que no olvida en ningún momento de qué está hablando: el asesinato de cientos de mujeres en Ciudad Juárez. Porque donde el periodista suele alzar el vuelo y pretender revelar una conjura que modificaría el destino de la humanidad -en eso los periodistas de investigación tienden a parecerse mucho a Dan Brown- González Rodríguez no olvida nunca que por encima de todo eso está el sufrimiento de las víctimas. Eso no le hace esquivar su voluntad añadida de señalar con el dedo acusador a los poderes políticos aliados con el narcotráfico com0 inductores o encubridores de la matanza. Por eso cuando en el úlimo capítulo del libro -a excepción del añadido de esta tercera edición- el lector que, tras seguir la estela de las investigaciones y denuncias que el libro va recapitulando magistralmente, ha podido olvidar la raíz de toda la investigación se encuentra con el catálogo pormenorizado de las víctimas, a lo largo de más de veinte páginas, y no puede evitar quedarse pasmado del enorme tamaño que esta desgracia ha adquirido en diez años.
No es eso, de todos modos, lo que ha hecho que muchos de los informantes y colaboradores de González Rodríguez que aparecen en este libro estén hoy bajo tierra o huidos de Ciudad Juárez o de México. Y que el propio autor del libro viva con miedo sabiéndose señalado por la mano del propio gobierno, no lo olvidemos, porque la otra gran investigadora de estos asuntos, Diana Washington, tiene la ventaja de vivir en los Estados Unidos, donde los políticos no destacan por su compromiso ético, pero al menos no demuestran sus carencias morales con tanta desvergüenza. No, lo que molesta especialmente a los gobernantes es que en este reportaje se demuestre cómo está montada la política mexicana. Cuando aquí, en España, sale a la luz algún caso de corrupción nos indignamos y pedimos la dimisión inmediata del responsable. En México la corrupción va más allá de intereses económicos, en ella participan de un modo activo los cárteles del narcotráfico, y muchos de los políticos que han tenido relaciones con ellos -relación demostrada con evidencias en muchos casos, que intentan desimular o esconder pero nunca eliminar, lo que no deja de resultar aún más indignante- terminan por tener altos cargos en los gobiernos, sean del color que sean -ya sea dentro del organigrama de esa cosa casi surrealista ya en su nombre llamada PRI (Partido Revolucionario Institucional) o en el PAN de Fox, que ha demostrado ser tan incompentente en el gobierno como sus antecesores, con el agravante de profundizar el abismo de la pobreza de buena parte de la sociedad mexicana- y no dudan en usar ese poder para hacer de su capa un sayo. Se enriquecen por métodos cuestionables y, si en el camino hay que quitar de en medio a alguien, no hay mucho problema en hacerlo. Pero lo llamativo es que esto parece moneda común en la política mexicana, no es una excepción, y el propio gobierno entra en el mismo juego, e incluso premia a los políticos cuestionados con cargos de mayor responsabilidad en el gobierno. Es un hecho común que un policía sea, al mismo tiempo, un matón de algún narcotraficante, que le paga más, con lo que la acción de la justicia se ve bastante mermada. Además, es el fiscal el que decide si merece ir a juicio o no, y el juez apenas sanciona lo que el fiscal le ha presentado tras una investigación, con lo que a los mafiosos les basta con tener bajo nómina a los fiscales para poder dormir tranquilos. A modo de muestra perfecta de lo que decimos está la semblanza que hace en una de las secciones del libro el autor:
Carlos Salinas de Gortari, presidente de México entre 1988 y 1994. En su libro México, un paso difícil a la modernidad, describió así a Francisco Barrio Terrazas [el libro demuestra de un modo indudable la relación entre este y los asesinatos de mujeres, sobre todo como encubridor] como gobernador: "siempre se desempeñó con seriedad y talento. Barrio era, sin duda, un político excepcional y respetable". Durante su gobierno se firmó un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, hubo un levantamiento indígena en Chiapas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), y fueron asesinados Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial del PRI y su excuñado José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI. Su hermano Raúl Salinas de Gortari porgua en la actualidad una condena de 27 años por el homicidio de Ruiz Massieu.
Este tono es que preside todo el libro. No es un libro de opinión, es un libro de denuncia porque los datos que va acumulando como si se tratase de ladrillos que van edificando el enorme muro de la corrupción y de la impunidad -sobre todo si el criminal tiene dinero y está, por tanto, relacionado cuando no dentro del mismo gobierno- que es el que separa a México de la modernidad real.
Tiene difícil González Rodríguez vivir en su país, a qué engañarnos, sobre todo porque la única posibilidad de futuro que tiene ya es renunciar a ser lo que le mantiene vivo económicamente, la puerta de atrás del hermano del Norte, donde se esconden las ratas, donde se lavan los trapos sucios, y donde uno puede ir a satisfacer cualquier voluntad que en la fachada de la casa no estaría bien visto realizar. México tiene un problema, se llama crimen y su sinónimo, por desgracia, se llama gobierno y policía.