02 abril 2006

Los fines de semana

Una de las cosas más desagradables de la rutina es que tiene la fea costumbre de mancillar todos los días de la semana. Si fuera una persona de fiar no haría eso, se quedaría en casa a descansar los fines de semana y nos dejaría tranquilos, como hacemos nosotros con ella. Pero, a poco que uno se descuide, y eso suele ser cuando uno comete el error de escuchar a su cuerpo aunque, por mucho que sepamos que vamos a pagar nuestra imprudencia, es lo pero que podemos hacer, y nos quedamos a pasar la noche de un viernes o la de un sábado en casa. Los días siguientes a las noches en casa son horribles. Se despierta uno como si fuera un día laboral, sin necesidad de despertardor, pronto, por pura y dura rutina, y se dedica a hacer cosas, como si se tratase de un martes cualquiera. Esos días son horrorosos, uno limpia la casa, hace la comida y, si te descuidas, hasta tienes tiempo para darte una vuelta, ver el atardecer y esas cosas.
Por suerte, a poco que un se lo curre, los fines de semana se pasan en un tris. Basta con buscar como un desesperado cualquier amigo, un conocido también vale, con el que salir de copas. Y al día siguiente no hacer ni puto caso al despertador. Yo, los domingos, no tengo despertador. Bueno, los domingos por regla general no tengo nada: ni cuerpo, ni dinero, ni siquiera madre.
Ya a lo largo del día me voy enterando de que sí tengo cuerpo, pero porque me duele mucho la cabeza del alcohol que tomé en el bar la noche anterior; que el cajero suelta dinero los domingos -pero siempre en billetes grandes, por lo que el de la cafetería te mira mal al pagar con uno de cincuenta un café solo, y es esa la razón de que los domingos se ponga uno tibio, y los modernos, que no pueden llamarlo “desayuno abundante”, lo llaman brunch, a ver quién come luego algo con el pedazo de desayuno que te has metido a las dos para el cuerpo-. Y mi madre acaba por llegar también, en forma de voz en el teléfono, recordándome que hoy tenía comida familiar con la tía, así que ya estoy yendo para casa rapidito y bien vestido. Y sólo son las tres menos cuarto, y ya no me entra nada en el cuerpo, y la única salida posible es llamar a mamá y decirle que se ha roto una cañería y no me puedo ir dejando el piso así, que le de un par de besos a la tía, pero tengo que buscar un fontanero de urgencia.
Una vez la has convencido sólo queda apagar el móvil, echarse en el sofá y esperar que el lunes, con una o dos horas de adelanto, en esos momentos ya da igual, llegue rápido.