Imaginen un libro, no, mejor, una literatura. Y que esa literatura, lejos de servir como imitación más o menos servil de la existencia, es el mundo en sí, es la vida. Leer un libro que personificase esa literatura sería como pasear por un mundo no sé si mejor, pero más dúctil, que nos serviría para entener un poco mejor nuestra existencia. Quiza esas páginas resulten más amigables que las calles que transitamos, y en los recovecos de la vida de los protagonistas nos sintamos más cómodos que en los vacíos de nuestra propia rutina. Nuestro barrio, que a veces se nos presenta como un lugar medio inhóspito, y en el que, en vez de sentirnos a gusto como si fuera el salón de nuestra casa, nos enfrentamos a la mirada hostil de los que deberían ser amigos, compañeros de viaje, y que nos señalan con una mirada torva por no haber cerrado la puerta del portal, o por haber tendido la ropa goteando después de que se nos estropeara la lavadora en medio del centrifugado. Tal vez alguien escriba un día ese libro en el que quedarse a vivir, como si fuera una de esas urbanizaciones maravillosas que nos venden desde los escaparates de las inmobiliarias, un futuro lleno de paz y descanso, un paraíso a cambio de unas cuentas monedas. O un lugar de reposo, que permita estar sólo con uno mismo, como un balneario suizo de tuberculosos donde los días pasan lentos, tranquilos, abarcables. Imaginen un libro así, uno que todos querríamos tener y que pueda albergar nuestros deseos. Ese libro no existe. Sólo existe el deseo de ese libro.
En esta colección de relatos, que vienen todos juntos formando un libro, se habla de ese deseo, y de la necesidad de alcanzar ese deseo. Y de como sufrimos al no encontrarlo. En este libro se acaricia ese libro que todos hemos deseado. Imaginen ese libro, y entretanto lean este.