03 abril 2006

Vivir como si siempre fuera domingo

Es un deseo muy generalizado. A la gente siempre le ha gustado la holganza, a qué negarlo, así que tal vez orque la semana está distribuida de un modo desigual, a casi todos les gustaría que los fines de semana fueran largos y los días laborables cortos, muy cortos. No conozco niño que no haya mencionado alguna vez su deseo de que se cambiaran las tornas, y hubiera dos días de clase y cinco de descanso.
Y para descanso, el domingo. Los domingos tienen muy buena prensa. Para muchos son el día ideal, hasta el punto de que desean vivir siempre en un domingo. Una de mis alumnas así lo ha dicho, "vivir como si siempre fuera domingo", y supongo que a ella le hará ilusión, pero a mí, la verdad, no. No hay nada tan eterno, tan dolorasamente largo y aburrido como una tarde de domingo. Son larguísimas, desde mi más tierna infancia -si es que mi infancia fue tierna, que eso habría que preguntárselo a mi madre- me han parecido soporíferas. Cualquier cosa es mejor que una tarde de domingo, donde no se puede hacer nada -por eso tantos matrimonios pasean los domingos.
Puestos a vivir siempre en el mismo día de la semana, vivamos un sábado. Es mucho mejor. Tampoco es laborable, y si uno quiere puede usarlo para lo mismo que un domingo: para nada. Pero, en cambio, es mucho más variado. Puedes comprar si te apetece, y lo que quieras, sin tener la sensación de que uno es un ultraliberal cabrón que obliga al proletariado a desconocer el día libre. Puedes ir al cine sin apreturas, porque es el domingo por la tarde cuando todo el mundo va al cine, ya que es de las pocas cosas que uno puede hacer en un día así. Pero, sobre todo, puedes disfrutar del día sin pensar que a la mañana siguiente hay que ir al trabajo. Los planes para los sábados son mucho mejores: "Vente para acá y luego salimos de marcha" y lo puedes hacer porque vas a tener todo el domingo para reposar la resaca. En cambio sal un domingo y verás la semana de lujo en la que te metes con el primer día ya de resacas.
Si hubiera que vivir siempre en un día yo me quedo en un sábado. El sábado es un día puro. No se trabaja, al día siguiente tampoco, y hay tiempo para todo, y nada importa, y cualquier cosa se puede dejar para el día siguiente. El sábado es el pequeño anticipo del veraneo, que es la mejor época del año para vivir. Fernando Ortiz, que es uno de los mejores poetas que ha tenido España en la segunda mitad de siglo XX, se dio cuenta de eso, y publicó un libro de artículos llamado Manual del veraneante perpetuo. Lo editaron en una pequeña editorial de un bar del barrio de Santa Cruz llamada La Carbonería -ahí es ná, un bar editando libros, nueve libros editaron en dos años- y es un ejemplo maravilloso de lo que debe ser vivir siempre en el reino del descanso. Pequeños textos, artículos de prensa, en los que se demuestra que el pensamiento de un veraneante va por ráfagas -conviene no interrumpir el descanso con un esfuerzo continuado- y que los dominios de la pereza son el mejor lugar para dedicarse el noble arte del pensamiento.
Hoy todavía podrá encontrarse ese libro por las estanterías de los libreros de viejo, o esforzándose un poco a través de Internet. Los veraneantes perpetuos no lo leerán porque supondría mucho esfuerzo hacerse con uno, pero el que es trabajador puede buscarlo como método de autoayuda para ser mejor.