28 abril 2006

La abstinencia laboral del político

Hace ya muchos años que uno va fomentando una idea que leyó en un artículo de Juan Bonilla -en esto de las buenas ideas uno es como las empresas japonesas, que copio con descaro y no me importa difundir a los cuatro vientos el nombre del inventor del asunto, aunque, como en este caso se lo escuché a Bonilla, y lo mejor que tiene él es que se entera de muchas cosas y las difunde, no me siento tan culpable- y es la idea de que el voto en blanco tenga representación parlamentaria. Como todas las buenas ideas es utópica, porque los políticos son bastante ineptos, pero no tan tontos como para tirar piedras contra su propio tejado de un modo evidente. La idea es la siguiente: del mismo modo que los votos a un partido u otro se computan a efectos de realizar el repato de escaños, los votos en blanco serían escaños vacíos. Así, si en el recuento de las elecciones el partido verde tiene un 15% de votos, se queda con una cantidad similar de escaños. El amarillo con otros quince y pasa otro tanto, y los votos en blanco, que son un 10%, suponen un diez por ciento de escaños vacíos. Y si luego hay 350 escaños y se quedan 35 vacíos ya pueden empezar a hablar entre ellos y llegar a acuerdos si quieren lograr mayorías. O sea, que se les obliga a negociar si quieren hacer cosas.
Por otro lado está el asunto de lo bien que vive un político. Si yo me largo del trabajo y, por mi ausencia, se quedan las cosas sin hacer, mi jefe me pide explicaciones, y yo le tengo que reconocer que tiene más razón que un santo. Pero se conoce que los políticos no, que en España, donde se nos dice desde hace veinte años que tenemos que estar a la altura de Europa, y que estamos obligados a ser un poco alemanes como trabajadores, los políticos se siguen comportando como si esto fuera una república bananera. Para hacer un símil literario: los trabajadores están en la onda del Yo, robot y los políticos siguen en el Tirano Banderas. Aclaro que a mí me gusta más el libro de Asimov.
Y lo de la caradura del político no es algo exclusivo de España, eso está claro, pero sí que nadie haga nada. En Italia, ante las ausencias repetitivas de los parlamentarios, se modificó el sistema de retribución. Los diputados fichaban, y cobraban acorde con su volumen de trabajo: el que no aparece nunca no cobra sueldo. A mí me parece lógico.
Lo que sucedió el pasado miércoles en el Senado -un lujo absurdo que nos tenemos que permitir todos los españoles para que los partidos políticos puedan pagar favores a caciques de todo el territorio- es de juzgado de guardia. Si fueran trabajadores de mi empresa estaban todos de patitas en la calle. Para el que no esté informado resumo: Veintitrés de los doscientos treinta y nueve senadores no estaban en su lugar de trabajo. El diez por ciento de la plantilla, para dejarlo claro. Por eso, la tan cacareada ley de reproducción asistida que iba a permitir, por ejemplo, la investigación con células madre –que posibilitan un desarrollo espectacular en el tratamiento de las enfermedades- no se ha aprobado como estaba prevista. El PP ha modificado la ley hasta dejarla prácticamente igual que la retrógrada legislación del 2003.
Lo mejor de todo es que, directamente, se culpó al partido de Champions del Barcelona como razón de la ausencia, a lo que los portavoces de los partidos políticos han dicho, con el desparpajo que caracteriza al político, que eso es absurdo, porque lo que se hace en tales casos es quedarse en el despacho viéndolo y se baja a la votación. O sea, que lo de cobrar de todos los españoles por estar en un despacho viendo un partido es práctica habitual entre los políticos.
No, lo mejor es que esos veintitrés senadores tienen sus faltas justificadas. La mayoría de los del PP no, y dice su portavoz que recibirán una multa por ello. ¿Una multa de quién, del partido? Suspensión de empleo y sueldo es la medida habitual en el mundo de la empresa.
En el PSOE se aluden a razones familiares y médicas. Supongo que debe ser porque a los senadores les hacen las analíticas a deshoras, porque la votación fue a las once menos cuarto de la noche, y en las votaciones anteriores a las ocho de la tarde sí estaban esos senadores que se ausentaron luego.
Lo de los motivos familiares es más justificable, porque teniendo en cuenta que los días laborables de un senador son escasos –tienen treinta días de sesiones en todo el primer semestre del año, lo que hace una media de día y medio de sesiones a la semana- supongo que no tienen otro momento para tratar de sus asuntos personales que a las diez y media de la noche del miércoles pasado.
Lo peor de toda esta historia es que muchas de las excusas se deben a que dichos senadores tienen otros cargos políticos –por lo que seguro que no ven un duro- a los que hay que dedicar también su tiempo. Si yo le digo a mi jefe que no voy a trabajar hoy a la oficina porque me voy a otro lado me dirá que le parece muy bien, que entonces no cobro esas horas y si el trabajo no está en la fecha no cobro nada, porque me voy a la puta calle.
Y a eso se reduce todo el problema, a que en España nadie sale ya a la calle para decirles un par de verdades a los políticos. Ni tan siquiera para exigirles que se den un paseo por ella y vean lo que sucede a su alrededor. Siempre recordaré ese momentazo en que un periodista le preguntó al alcalde de Madrid que nos hacía pagarle los viajes a su señora cuánto valía un billete de metro. Y no supo contestarle, claro, porque él ya tiene la convicción de que el billete de metro, como los viajes de su señora y todo lo demás, se lo pagamos nosotros.