Vengo del primero de los actos de lo que se ha dado en llamar, pomposa y erróneamente, La noche de los libros. Digo posmposamente, porque al final uno libros está viendo pocos, sería todo lo más la noches de los autores, por una lado. Por otro, llamar noche a algo que comienza a las 5 de la tarde y que va a acabar a eso de las una o una y media es una de las maneras más curiosas de arrimar el ascua a la sardina de uno. Si uno busca el programa de la Noche blanca parisina del año pasado -que es el modelo a copiar más o menos confeso- verá que la noches del primero de octubre París está viva. Que hay actividades de cinco de la tarde a cinco de la mañana -que para los horarios franceses sería como decir que aquí están montando actividades hasta las siete u ocho de la mañana-, pero claro, supongo que la Comunidad de Madrid, que es la que a fin de cuentas paga esto, no está muy interesada en promover la noche, aunque sea con pretextos culturales y una vez al año.
Pues bien, acabo de volver del primero de los actos, que era una mesa redonda-coloquio sobre un tema, en principio, atrayente aunque ya algo gastado de la novela frente al cuento. El moderador: el compañero Ronaldo Menéndez, invitados: Juan Bonilla, Giralt-Torrente y Luisgé Martín -o sea, que la cosa, sin ser para tirar cohetes, pintaba bastante bien. Y mal no ha estado la verdad. Lo que se ha dicho en la mesa, claro.
Porque la organización ha sido pésima. Lo de que no empezase a la hora prevista es algo esperable. Pero lo de que a las cinco y diez entraran todos los periodistas al café Gijón y se pusieran en medio de todo el mundo, a hacer fotos y recursos durante media hora -cuando el acto en sí ha durado una hora poco más o menos- tiene bemoles. Aunque lo mejor ha sido cuando un patán -siento ser tan sincero- llamado Luis Miguel Torrecillas que, por lo visto, es reportero de una cosa llamada Madrid Directo -nunca bendeciré lo suficiente a mi jefe por tenerme explotado, ya que me ahorra el bodrio de la televisión- al que, en mitad del acto, se escuchaba más que a los ponentes. Además con un discurso de los más intelectual: "Uno, dos, probando, probando".
Varias veces el amigo Ronaldo ha estado a un tris de dar un toque a los periodistas. Habría estado mejor que bien, la verdad, porque habría salido en todos los zappings del país, pero supongo que a los organizadores no les habría hecho mucha gracia.
A mí, la verdad, me ha parecido una cosa bastante divertida, porque uno siempre anda diciendo que es importante que la información llegue a todo el mundo, que el ciudadano pueda estar informado porque es esa voluntad de ser una persona al tanto de lo que sucede lo que le va a hacer más libre. Lo que se le olvida a uno a menudo es quiénes informan. Y es algo que no debería pasarme, porque son ya muchos años de colaborar con publicaciones que llevan -como es lógico- gente con la licenciatura de periodismo y mi experiencia me indica que son gente con pocos, muy poquitos, conocimientos de lo que hablan, un ego bastante sobredimensionado que les hace pensar que son ellos los que le otorgan a un acto o a una obra importancia con su presencia.
Sin ir más lejos, hoy mismo, he leído en El Mundo del bar donde como -no doy el nombre porque cualquiera podría ir a la hora de la comida y buscarme la ruina, porque en el blog se ve mi foto bien clara- una noticia muy bonita. Por fin en la Biblioteca Nacional se han dado cuenta de cuáles son sus funciones y han buscado el material necesario -planchas de grabados y demás- para reeditar la que de siempre se ha considerado la mejor edición del Quijote, la que imprimió Joaquín Ibarra en 1780 a instancias de las Real Academia.
Lo que sucede es que en todo el artículo del periódico aparece el nombre del editor. Sí aparece el de la directra actual de la Biblioteca, Rosa Regás, aparece incluso el de la conservadora que se ha encargado del proyecto, pero se conoce que Ibarra no hizo nada. En El País -donde le dedican un suelto- tampoco dicen nada, y en el ABC, donde le dedican mucho más espacio a la noticia, tampoco parecen conocer a Joaquín Ibarra.
Uno, que es malintencionado, pagaría por ver el dossier de prensa que la Biblioteca Nacional ha entregado, a ver si en él aparece Ibarra por algún lado. En cualquier caso, de ser así, sólo indicaría la caradura que suelen gastar los que viven de algún sueldo de la administración de turno -yo sigo pensando que en este país no hemos evolucionado desde el modelo de alternancias gubernamentales de la Restauración- para hacerse autobombo en vez de hacer bien su labor.
Lo más lamentable es que, en Internet, con buscar "Quijote" y "1780", aparece el nombre del impresor, no es necesario fatigar enciclopedias, como habría dicho Borges. Claro que siempre recordaré como un amigo, por cierto: un saludo, Santi, protestaba de una asignatura que no aprobaba en la carrera de periodismo, en la Complutense por más datos: Historia del periodismo español, o algo así se llamaba, que tenía unos ciento cincuenta folios de apuntes -ciento cincuenta folios después de un año de clases, unos cuatro folios por clase- y que era mucho leer.
Pues eso, periodistas.