20 diciembre 2011

Dos relatos de Lydia Davis


La luna
Me levanto de la cama en mitad de la noche para ir al baño. La habitación en la que estoy es grande y, salvo por el perro blanco sobre el suelo, oscura. El distribuidor, ancho y largo, parece inmerso en algún tipo de crepúsculo submarino. Cuando alcanzo la puerta del baño veo que está inundado por un resplandor. La luna llena brilla, suspendida, en lo alto. Alumbra a través de la ventana e ilumina directamente el asiento del retrete, como si estuviera enviada por un dios servicial. De vuelta en la cama me echo un rato sin dormirme. La habitación se ve más iluminada de lo que estaba. Pienso que la luna ha debido dar la vuelta al edificio. Pero no, es el inicio del amanecer.

En la estación de trenes
La estación de trenes está muy concurrida. La gente camina al mismo tiempo en todas direcciones. Algunos permanecen parados. Un monje budista tibetano con la cabeza afeitada y una larga túnica color vino está en medio de la multitud, con aspecto preocupado. Yo estoy de pie, contemplándole. Tengo mucho tiempo antes de la salida de mi tren porque acabo de perder el anterior. El monje me ve mirarle. Se acerca hasta mí y me dice que está buscando el andén número 3. Sé dónde están los andenes. Le enseño el camino.
(Traducción de A. Jiménez Morato)

Publicados en edición limitada de 102 copias conmemorativas de una lectura en la Universidad de Arizona el 16 de octubre de 2007

15 diciembre 2011

Los primeros pasos, las mismas certezas


En varias de las fotos que he podido encontrar de él a través de una búsqueda de Google -no hay, desde luego, muchos más medios de encontrar imágenes suyas o de cualquier otra persona hoy-, José Israel Carranza aparece casi siempre con unos auriculares alrededor de su cuello. Me ha llamado mucho la atención porque uno tiende a pensar que los auriculares sirven, sobre todo, para aislarse del entorno en el que uno se mueve, y nadie más necesitado de estar totalmente inmerso en su entorno que un ensayista. A veces, cosa curiosa, se lleva uno sorpresas de este tipo con algo tan sencillo como hacer una búsqueda en internet. Luego volveré a esos omnipresentes auriculares.
El origen de dicha búsqueda hay que buscarlo en la mención del primero de los libros de ensayos de Carranza, La estrella portátil, dentro del último de los textos de Una habitación desordenada de Vivian Abebshushan. Allí, Carranza estaba incluido en esa hipotética nómina de ensayistas mexicanos a tener en cuenta como grandes practicantes del género. Como ya comenté en su momento, había que leer más allá de la mera mención dentro de un listado, la autora estaba generando una lista de referencias. No creo que haya sido casual que la colección Derivas de la editorial Tumbona (dirigida por Abenshushan y Amara), dedicada a las recopilaciones de ensayos, se iniciase con un libro de Carranza unos años después. Siempre, en todo texto crítico, hay que leer algo más que una valoración, no es complicado encontrar poéticas y, sobre todo, la voluntad de ir modificando poco a poco la Historia de la Literatura para acercarla a las propuestas privadas. Abenshusan tiene la audacia de ir más allá y poner en práctica esa lectura de la tradición y cómo se va modificando a través de su editorial. No es, desde luego, algo que pueda dejarse de lado sin más comentario. Abenshushan, como autora, leyó el estado del género en la literatura de su país y, como editora, va generando senderos para que esa visión del ensayo se vaya apoderando de los estantes de librerías y bibliotecas. En el futuro, si la apuesta sale bien, de los manuales de literatura. Hoy Carranza es ya un autor con una trayectoria y el apoyo de una plataforma editorial volcada en los textos ensayísticos.
Pero, qué puede encontrarse en La estrella portátil. Yo he encontrado a un ensayista no tan forjado como las palabras de Abenshushan podrían dar a entender en principio, pero sí desde luego a un practicante del género con un evidente respeto a la línea dura del ensayo literario -caso de que esa clasificación pueda, tan siquiera, existir- y muy dotado para las libres asociaciones que son, en sí, una de las características más impactantes del género.
Hablo constantemente del género y temo que con un sencillo cuestionamiento de la idea de género dentro de un género tan elusivo como el ensayo vengan a tirar por tierra todo el razonamiento. Qué genero de texto estoy, en realidad, utilizando, es la pregunta que habría que hacerse.
Carranza monta su colección con textos de similar extensión, la de un columnista de prensa que colabora con un medio de maqueta generosa, y siempre desarrollando una idea expuesta de modo explícito en el título el relato. Esa uniformidad de títulos es la que enlaza y da cohesión al volumen, copio: "De la memoria y sus imprevistos", "Sobre el asombro", "Del imprevisto y sus méritos", "Sobre la contemplación", Del mérito y las leyendas", "Sobre la conjetura", "De la leyenda y los turnos nocturnos", etc. Por un lado la similitud onomástica con el modelo de Montaigne es evidente. Cada texto se plantea como una ponderación de un tema, el sopesar la traslación entre una idea y otra. El movimiento sintáctico que conforma el texto no es sino la bitácora de esa trayectoria para llegar de una idea a otra. Pero, al mismo tiempo, la reiteración de temas y la trabazón de las mismas a través de una estructura simple pero seguida de modo estricta permite pensar en algo un poco más moderno que la sencilla exploración de las posibilidades del género: la de la voluntad determinada de construir un libro de ensayos de modo unitario.
Cuando cumplió cuarenta y cuatro años, Bolaño osó hacer su propio inventario de normas para el cuento. En realidad era más una serie de filias y fobias marcadas por su gusto e intereses como lector. Son, en todo caso, muy interesantes y de lectura más que recomendada. Lo más destacado de su propuesta, y quizás lo menos asimilado todavía por los cuentistas, es la idea de concebir los libros de cuentos de modo serial y escribirlos del mismo modo. Bolaño apuesta por la escritura conjunta de los cuentos, de modo que se alumbren entre ellos. Leer sus libros de relatos breves sirve para confirmar que, muy posiblemente, es algo que él mismo llevó a la práctica. Hay extraños túneles y pasadizos entre esos cuentos, obsesiones, presencias que los atan y dan mayor firmeza al conjunto. Como todos las colecciones de cuentos se leen de uno en uno, pero terminan funcionando como un todo único. Y eso no es algo tan común cuando uno lee un libro de relatos. Con el libro de Carranza sucede algo parecido, la concepción parece ser más cercana a lo serial, y por lo tanto el libro funciona mejor como conjunto que en cada una de sus piezas. Eso habla, sobre todo, de una escritura vocacional, que plantea una doble articulación en su mensaje: cada texto dice una cosa, obvio, pero el conjunto dice otra más, en la que se reúnen cada uno de los mensajes unitarios ligeramente desplazados.
Quizás lo que escucha de modo obsesivo el autor en esos auriculares no son sino los ensayos anteriores del proyecto que tiene entre manos. Como una manera más de hacer esas obsesiones presencias constantes. Una técnica tan anacrónica o vigente como cualquier otra.
José Israel Carranza, La estrella portátil, Fondo Editorial Tierra Adentro, México D.F., 1997

06 diciembre 2011

Circo del hombre de Charles Simic

Circo del hombre

Malabarista de sombreros y granadas cargadas.
Acróbata, contorsionista, imitador,
Estatua viviente, funámbulo, escapista,
Ventrílocuo aficionado y lector de mentes,

Todo eso ejecutado sin que nadie repare en ti
Mientras paseas tranquilamente por la calle,
Compras el periódico en alguna esquina,
Te agachas para acariciar el perro de un ciego,

Y, al sentarte frente a tu mujer para cenar,
Sin atender a su cháchara sobre el tiempo,
Te concentras en el trapecio que hay en tu cabeza,
El movimiento furioso de los tigres en su jaula.
(Traducción A. Jiménez Morato)

Poema aparecido en The New Yorker, edición del 12 de diciembre de 2011
La fotografía, de Michael Hutcherson, pertenece a la edición limitada del libro Lingering Ghosts