21 noviembre 2010

Los hilos de la vida

UNO. Pocas veces puede uno llevarse la alegría de ver cómo ha ido creciendo un texto. Algunos pasajes, ideas, de este libro, pasaron por mis manos en calidad de obra en marcha, en pleno proceso de producción dentro de la dinámica de trabajo de los talleres virtuales de la AUPEX. Quizás por eso resulta doblemente placentero poder leer los cuentos que forman este libro y saber que han llegado a buen puerto.

DOS. No son habituales libros como La mesa puesta en el panorama del cuento escritos en España. Sobre todo porque, todavía hoy, la inmensa mayoría de dichos libros de cuentos terminan siendo en mayor o menor medida una recopilación de textos que se han concebido individualmente y que, sólo por su unidad estilística o por algún tipo de pirueta conceptual, terminan ofreciéndose al lector con un aspecto unitario. Libros como este siguen, para sorpresa de cualquier lector avezado, siendo objetos extraños en los que, desde la primera hasta la última línea uno comprende que son, ante todo, libros, y que la decisión de construirlos como una serie de cuentos responde más a objetivos estéticos que meramente genéricos. Abacá podría, perfectamente, haber trazado una novela en ocho tiempos con cada una de las historias que, finalmente, hablan del proceso de maduración y, en cierto, modo de la herencia y en qué medida nos convertimos en quienes somos sin darnos muy bien cuenta de ello.

TRES. Un lector atento verá que, casi todos los cuentos, comparten una mirada, posiblemente un mismo protagonista. Y que tan sólo en un par de casos hay un desdoblamiento ficcional, que podría, con poco esfuerzo, haberse desplazado de tal modo que esa novela hipotética se hubiese formado. Así que toca hacerse la pregunta del por qué relatos y no una novela, que parece la salida que lectores, crítica y mercado reclaman. Y más en un caso, como este que, ya se ha mencionado, no entra dentro de esa tendencia del cuento español ha formar libros a base de dos o a lo sumo tres hits y otros cuentos de relleno. Pues sin duda se debe a que Abacá tiene una lúcida mirada sobre el relato. Sobre qué merece convertirse en un cuento y qué es apenas relleno.
En mis clases acostumbro a poner siempre el mismo ejemplo para diferenciar un relato, algo importante para quién narra o ha vivido los hechos narrados, y una anécdota. Una anécdota la podemos contar en voz alta, sin mayor preocupación, en reuniones sociales, porque no nos toca. Puede ser más o menos divertida, paradójica, entretenida o indignante. Es algo que, en todo caso, nos cae lejos, no pasa nada porque todo el mundo, más o menos conocido, sepa que lo hemos vivido. En cambio, un relato está poniendo sobre la mesa algo que nos incomoda, que no nos gusta que se vea expuesto de ese modo. Por eso, los relatos, cuando los contamos en nuestra vida, lo hacemos en voz baja, a seres muy queridos y, normalmente, de uno en uno. Porque sabemos que estamos desnudándonos, lo que contamos nos deja muy expuestos, nos da vergüenza, porque es algo que nos ha marcado. Las cicatrices no se van exhibiendo por ahí. Y también por eso cuando alguien con problemas mentales, o alterado, nos confiesa realidades muy íntimas cuando apenas le conocemos nos sentimos manchados, incómodos, violentos. Pensamos que eso se lo debería contar a alguien cercano, alguien que pueda ayudarle y no nosotros, que, como mucho, pensamos que está loco y poco más.
Cada uno de los ocho relatos de La mesa puesta es una de esas historias que contamos en voz baja. Y eso, además, se hace patente en la misma puesta en escena de las narraciones, que siempre escogen conversaciones privadas en momentos cotidianos. El desayuno, un traslado de o hacia una estación, el retorno de una noche de juerga, etc. Momentos en los que uno está con seres queridos y en los que se genera ese espacio de la confesión, de la necesaria intimidad que exige la verdad para brotar.

CUATRO. Atraviesa este libro la vida y la literatura. Sólo por eso merece la pena leerlo. Porque no es un vulgar libro de cuentos a los que nos han acostumbrado enhebrando unas cuentas de collar en un hilo, sino que está trenzado de literatura y experiencia, y por eso es casi imposible desgajar unos cuentos que se apoyan los unos en los otros para lograr algo más que una colección de relatos. El mundo del cuento español está muy necesitado de libros como este, libros que son literatura y no cuento.
Manuel Abacá La mesa puesta Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2010
ISBN: 978-84-9852-258-7

15 noviembre 2010

Tontos somos todos aunque nos creamos muy listos


Hoy se ha producido en Madrid la "mayor liberación de libros de la historia". Todos deberíamos estar dando saltos de alegría porque, por una vez, algo relacionado con libros se convierte en un fenómeno en las calles de la capital española. Pero, curiosamente, el día elegido ha sido un sombrío domingo de noviembre en el que durante casi todo el día ha estado lloviznando. No ha tenido el clima el detalle de permitir que luciera un sol otoñal de los que, muchas veces, nos regala Madrid en esta época. Pero, quizás, ha sido porque el tiempo, muy sabio, se ha dado cuenta de que toda esta martingala de la liberación de libros no merecía esfuerzo alguno.
Yo debo ser muy antiguo y retrógrado, porque a mi la idea del "bookcrossing" me parece una solemne estupidez. No entiendo el concepto de que un libro esté retenido o enclaustrado a la espera de que alguien lo libere. Los libros, como sabe cualquiera que haya usado uno -algo que muchos no han hecho nunca, de ahí que no sea tan absurdo el referirlo-, se liberan en la mente del lector cuando éste transita por ellos. Dejar un libro en la calle no es, desde luego, liberarlo. Es dejarlo en la calle. Porque, conviene no olvidarlo, desde hace muchos años hay unos lugares destinados a albergar libros y que pueden ser usados de modo gratuito por el ciudadano que desee leerlos. Se llaman bibliotecas. Son un muy buen invento que, como sucede casi siempre con esta modernidad idiota que nos rodea, algunos se empeñan en destrozar. Por ejemplo, con las mediatecas, o con la idea de que hay que atraer al "público lector" -uno de esos sintagmas cargados de sentidos místicos- realizando actividades lúdicas y festivas que les haga perder el respeto a los usuarios potenciales de dichos espacios. Y, lo mejor de todo, es que cada vez hay más bibliotecarios contentísimos con que las bibliotecas se llenen de gente que va a conectarse a internet, a llevarse prestados cd y dvd, de madres y padres que convierten durante los meses de invierno la biblioteca infantil en el parque infantil con calefacción, y las salas de lectura se transforman en receptáculo de manadas de estudiantes durante los meses que preceden a los exámenes y desiertos e ignotos espacios el resto del año. Las bibliotecas, por fortuna, eran lugares donde había poca gente, donde se estaba callado, donde iba el que quería y encontraba allí los servicios atentos y eficientes de sus trabajadores. Que, se conoce, deben ser los carceleros de los libros.
Porque la idea del bookcrossing es llevar los libros a donde no suelen estar. O sea, abrir espacios para que los libros se dejen ver por gente que no tiene ningún interés en ellos. Porque ir hasta una biblioteca es, se conoce, un arduo esfuerzo. O, más cómico aún, debe haber detrás de todo esto algún humorista que piensa que, por encontrarse en la calle el libro, el que no lo lee cargará con él hasta casa y se convertirá en un agradecido lector. Yo, lo siento, seré muy pesimista, pero no lo veo. A mí todo esto me parece, por un lado, la tontería nueva con la que algún listo saca dinero a una institución o una empresa. En este caso, por lo que he leído, una marca de cerveza. Cerveza, sin, por supuesto, porque se conoce que el alcohol y los libros no pueden ir de la mano a juicio de estos brillantes filántropos. Uno cree que todos esos libros, treinta mil, podrían haber ido a parar a los estantes de las bibliotecas públicas, de donde pueden ser liberados por todo usuario que lo desee. Pero no, la "liberación de un libro" pasa porque alguien se lo lleve a casa y se lo quede. Como los muebles viejos, como los animales perdidos, como las monedas encontradas. Debo ser el único que entiende esto del bookcrossing como un sucedáneo estúpido de la posesión. Ay, me lo encuentro y, si me gusta, me lo quedo, y si no, lo pongo de nuevo en cualquier lugar para que alguien se lo lleve. Así me ahorro tirarlo al contenedor de papel.
No creo que esta generosa "liberación de libros" tenga que ver con la realidad mercantil de la edición española. Miles de libros devueltos, cientos de títulos que pasan sin pena ni gloria por las librerías sin que, en muchos casos, se llegue a abrir la caja que los contiene porque hay exceso de novedades o porque no se vende apenas como para realizar toda la rotación mercantil a la que se han acostumbrado editores, distribuidores y libreros. En España se hacen muchos libros, muchísimos, pese que no somos una de las potencias lectoras del mundo, sí lo somos en el sector editorial. Y esos libros, ahora, no se venden. Así que hay que "liberarlos" para que el consumidor se lo lleve a casa gratis.
No queda otra que darse una vuelta con un libro, sentarse en una terraza, pedir un gintonic bien cargado y esperar para contemplar la nueva tontería de cualquier piernas que nunca lee libros para acercar el libro a los ciudadanos. Tiempo al tiempo.
La fotografía es de Paul Skinner