27 octubre 2007

Al menos los de IKEA me traen el catálogo a casa

Si me descuido lo tiro, como lo cuento, igual que he hecho con la revista de IKEA que me he encontrado en el buzón. Apenas había pagado al quiosquero y, antes de que me diera tiempo a doblarlo y metérmelo debajo del brazo camino del bar, se deslizaron los folletos que encartan habitualmente los sábados y los domingos en los diarios: Un supermercado de electrodomésticos, una marca de ordenadores y un catálogo de una marca de ropa. Estaba doblándolos para tirarlos a la papelera cuando me fijé en la marca del catálogo. Babelia. Parece publicidad de Ralph Laurent, de Tommy Hillfiger, pero no, resulta que ESO es el nuevo Babelia.
Fotos, más fotos y nuevas fotos. No fotos maravillosas –hay una doble página dedicada a la fotografía, pero las fotos del suplemento no son buenas. Son publicitarias. Porque en El País, como ya se dijo aquí hace unos días, no deben mandar periodistas. Mandan publicistas. Este nuevo Babelia no es un suplemento cultural, es un folleto publicitario de la industria cultural. Hace marca, la de esta semana es Jonathan Littell, un escritor mediocre que refríe la historia del siglo pasado y la deja suficientemente triturada para que la puedan vender en enormes potitos –sí, en otro suplemento he leído una columna donde el mérito del libro es que es gordo, las cosas que tiene este mundo. Portada y cinco páginas –cuatro de ellas en fotografías del autor, parece más una estrella del cinema que un tipo que escribe. Otra página con una foto medio desenfocada de Auschwitz que ocupa más de la mitad de la hoja y un mediocre artículo lleno de lugares comunes que duelen, y que lanza el confuso mensaje de que si podemos imaginarnos el Holocausto judío es a través de las obras artísticas que sobre él se han hecho. Y no, amigo Altares –qué apellido, Dios, qué apellido-, uno puede imaginarse el Holocausto sin todo eso. Precisamente lo terrible de aquello es que todas esas obras –y la de Littell, ¿por qué no Little?, menos- no pueden hacernos ni imaginar aquello. Lo que señaló Adorno es la imposibilidad, quizá real, de recrear aquello aunque sea a través del arte, de entenderlo. No deja de ser curioso, por cierto, que las obras que menciona en su repaso Altares sean las mismas que Rodríguez Marcos analiza con mayor profundidad en la página del reverso –no quiero dar a entender que uno sepa y haya leído y otro, por ser el jefe, se aproveche del trabajo del subordinado. Una página más para la reseña de José Carlos Mainer –en la que no hay valoración alguna de la obra, así que no sabe uno si merece la pena leer o no las mil páginas que, Mainer, eficiente en su tarea de publicista, resume y glosa. Ocho páginas con la percha de un libro. En dos páginas se reseñan otros doce. Y un par de ellos, el libro de la semana y otro, han merecido una página para ellos solos.
El nuevo Babelia se reconoce así como parte más de esa industria del libro en la que las ventas de diez títulos crecen mientras que decrecen las de los otros treinta y pico mil que se publican. No es, por tanto, un suplemento destinado a la cultura, sino a la industria del libro, a vender esos títulos que las grandes editoriales quieren vender.
Hay más secciones, sí, pero menos texto, porque ese montón de espacio que iban a suponer las páginas nuevas se las han comido imágenes. Y, como ya digo imágenes burdas, destinadas a hacer marca, no a comunicar, no a cultivar, sino a vender.
Se lo he dicho ya varias veces, amigos de Prisa, pero se ve que no quieren escucharme: la gente que compra un periódico quiere leerlo. Para ver imágenes está Internet, está la tele. ¿Ustedes son tontos? En una carta les remito mis señas para que, si tienen a bien, me envíen a casa sus folletos publicitarios. Del mismo modo que no visto ropa que sirva como soporte publicitario a la propia marca que me la vende, no pienso desplazarme hasta el quiosco a comprar publicidad.
Gracias.

26 octubre 2007

Quinta columnistas

Leo el artículo de José Andrés Rojo –un poco superficial, como todos los suyos, porque ha aprendido bien la doctrina-estética del periódico en el que trabaja- de ayer sobre Slavoj Zizek. Me sorprenden muchas cosas, por ejemplo que utilice el adverbio todavía cuando se refiere a la influencia que el pensamiento de Marx ejerce sobre el pensador esloveno. Sólo alguien muy estúpido –y sé que Rojo no lo es, pero a veces se conoce que todos jugamos a parecerlo- negaría la vigencia del pensamiento de Marx. Una de la cosas más sorprendentes del mundo que nos ha tocado vivir es que haya tantos intelectuales –entendiendo esta palabra como gente que trabaja con el intelecto, ya sean periodistas, escritores o cualquier otra cosa que exija palabras y razones- que insistan en considerar que el pensamiento de Marx está caduco, que ha periclitado. Hay mucha gente que, erróneamente, considera que el pensamiento marxista está ya cerrado, que no tiene espacio en el mundo de hoy. La razón es bien sencilla: muchos países que, durante años, tuvieron gobiernos comunistas, han dejado de tenerlos. Bien, por esa absurda regla de tres, el capitalismo feroz ha periclitado también, porque no dejan de caer gobiernos que han dejado que el ultraliberalismo y el straussismo campara a sus anchas durante legislaturas. Decir hoy que alguien todavía defiende el marxismo es verdaderamente estúpido. Es como decir que alguien va por el mundo, todavía, defendiendo a Kant, a Descartes o a Wittgenstein. Por favor, señor Rojo, Marx es un pensador que, precisamente, es fundamental para entender la política globalizadora en la que nos vemos inmersos. El cambio que supuso la visión de Marx –junto con Freud y Einstein padres de la realidad en la que hoy nos movemos- es incalculable como pensador.
Lo que sucede es que, cuando se critica el marxismo se quiere poner en tela de juicio su praxis. Es algo que, en El País, donde consideran que Chávez, un presidente que puede gustar o no pero que está elegido por los ciudadanos venezolanos, es un dictador. O Evo Morales, o Rafael Correa, o quien sea. Vamos a ser serios. El comunismo es una ideología, y como tal no puede ser negada ni considerada extinta. Eso demuestra, sobre todo, la ingenuidad del que enuncia esa oración. Zizek, como cualquier persona con dos dedos de frente, sabe que el pensamiento marxista está en continua revisión y que es, sin duda, uno de los más fértiles semilleros de pensamiento que tenemos en un mundo de marcas, spots y consumo alocado. Lenin, otro pensador que, según Rojo –qué ironía este apellido- estará caduco, dijo que “Todo es irreal, menos la Revolución”, y verdaderamente dijo una verdad. Si uno analiza lo que sucede en el mundo vemos que la única política real, que no se basa en hechos virtuales, en cuentas corrientes desorbitadas que indican unas cantidades que ningún banco podrá, nunca, avalar, que no está construida sobre el vacío, es la política de izquierdas, la revolucionaria, que se está llevando a cabo en muchos de esos países sudamericanos que han dado un giro a la izquierda. Precisamente la gran baza del Partido de los Trabajadores que llevó a Lula al poder en Brasil son los presupuestos participativos, que es un modo de hacer la política real para los ciudadanos.
Pero es que, yendo más allá, y centrándonos al mismo tiempo en el trabajo de Zizek, es que el pensamiento marxista, el comunista, de hecho -no olvidemos que Rojo evidencia que ha leído poco o nada al esloveno antes de ir a darle la tabarra al hotel- en los textos de Zizek hay influencias estalinistas o maoístas, que son ya los dos cocos de los que no se puede hablar en el mundo capitalista. Pero, si uno lee a Zizek, se descubre que ese pensamiento, lejos de estar cerrado o ajeno al mundo que nos ha tocado vivir, permanece plenamente vigente. El proceso de desactivación del pensamiento marxista, como el de Bakunin o Kropotkin, es una herramienta fundamental del nuevo capitalismo. Es, de hecho, la puesta en práctica de la censura tal y como la entiende el mercado. No se puede tapar la boca a la gente y prohibirle que piense –eso es algo que el sistema ya ha comprobado-, pero sí se puede utilizar todo el mecanismo de propaganda que se tenga para convertir al disidente, al que no comparte el discurso mayoritario, en un loco. Cuando alguien demuestra que se puede construir pensamiento –y pensamiento válido, coherente e iluminador- desde ciertos moldes, automáticamente hay que convertirlo en algo ajeno, extraño, iluso, loco, ido, etc. “Zizek todavía defiende la lucidez de Marx”, efectivamente, porque Marx es extraordinariamente lúcido, y su pensamiento no está cerrado, ni ha dejado de ser válido para leer el mundo hoy. Lo sabe la gente que piensa un poco más, como Zizek, como Martín Kohan en su estupenda novela Museo de la revolución, lo sabe Belén Gopegui al cuestionar el estado del bienestar, lo sabe Tabarovsky al poner en tela de juicio el discurso del poder y el mercado, lo sabe Andrés Rivera al hacernos recordar de dónde venimos y lo sabe mucha más gente que, como mínimo, ha leído a Marx.
Ahora, está muy bien, es muy lindo indignarse de que en el Hotel Santo Mauro, a donde se ha ido a hacer la entrevista, le cobren a uno treinta y dos euros con diez por un café, un refresco y dos cruasanes. Pero, amigo Rojo, te estás comportando como un lacayo del sistema que encuentra en ese hotel un escaparate. Háztelo mirar.

25 octubre 2007

Conversación sobre enfermedades comunes y síntomas divergentes


Mañana, si la salud no lo impide, en la Biblioteca Regional de Madrid, nos reuniremos Damián Tabarovsky,la gente que tenga a bien asistir y un servidor para hablar de literatura. Una enfermedad común que, para colmo de males, parecemos hasta disfrutar a veces.
Eso sí, para hacer el acto más divertido -una charla entre hipocondríacos no es, desde luego, el mejor de los planes posibles- aprovecharemos para diseccionar los síntomas. Y lo haremos haciendo un somero repaso a las dos obras publicadas por Tabarovsky en las tierras hispanas (La expectativa y Autobiografía médica, ambas en Caballo de Troya) y el ensayo que puede encontrarse importado en las mejores librerías -tenemos que adaptar ya el discurso de las salas de exhibición a nuestro vocabulario-: Literarura de izquierda (Beatriz Viterbo).
A las 19:00, traigan bocata y bota de vino, esperamos salir por la puerta grande.

23 octubre 2007

Juegos de luces

No les voy a venir a contar quién es Rafael Azcona. El que no lo sepa que tire de Google o que meta la cabeza en el primer agujero que encuentre. De un tiempo a esta parte, como suele suceder cuando un artista se va haciendo mayor, se suceden las reediciones de antiguos libros suyos y se publican textos nuevos sobre su obra. Ni en un lado ni en otro cabría que encajar estas Memorias de un señor bajito que la gentes de Pepitas de Calabaza acaban de editar.
Digo que ni en un lado ni en otro porque se podría pensar que este volumen recoge los textos que, en sus días, publicó Azcona en La Codorniz y que se editaron en libro en su momento. Pero no, porque el propio Azcona ha corregido, ampliado –la censura tenía estas cosas- los textos, y este libro tiene, por tanto, el tinte de lo inédito, que siempre queda muy bien a la hora de vender el libro.
La lectura de este libro nos demuestra muchas cosas. Lo primero que Alfonso Guerra debió cumplir lo que prometió, y a esta España de ahora no la conoce ni la madre que la parió y, recíprocamente, esta España se parece ya muy poco a la que originó estos textos. Se podría, como se suele proceder en estos casos, haciendo la vista gorda y decir que no, que no hemos cambiado tanto y que leyendo estos textos se ve que las cosas no han cambiado nada. Pero la verdad es que sí han cambiado, y no tanto las cosas como el modo de mirarlas, de acercarse a ellas. El tono que despliega en estos textos su autor suena hoy un poco ligero, ni parece llegar hasta el final de las posibilidades de algunas situaciones, ni parece ver realidades que han surgido hoy y que darían mucho juego frente a las historias propuestas. El lector se encuentra, así, ante un libro que no niega ser hijo de su tiempo, los años cincuenta, pero que tampoco parece haberse puesto al día para sonar más propio del nuevo siglo. Han pasado cincuenta años, y eso no se puede obviar.
Por otro lado este libro viene a demostrar lo que todo lector atento descubrió hace mucho tiempo, y es que, si escribir para cine –para cualquier medio audiovisual- es tan complicado como hacer un libro, también es cierto que no todas las personas están dotadas para hacer ambas cosas. No quiero decir que Azcona sea un mal escritor, porque no lo es. Tiene ingenio, capacidad de urdir situaciones y diálogos brillantes y logra entretener a cualquiera que se acerque a lo salido de su mano. A veces deslumbrar. Lo que sucede es que escribir para cine requiere una destreza notable en el desarrollo de las tramas, en el manejo del tempo narrativo, tener oído para trazar diálogos naturales y penetración psicológica a la hora de construir los personajes. Pero lo que nunca se le pedirá a un guionista es que le dé cuerpo a sus historias, que levante realidades con ellas. Un guión es una obra literaria de pleno derecho, pero al mismo tiempo es un instrumento que debe pasar, más adelante, por la mano del realizador, de producción, que se encargan de la puesta en escena. Y es ahí, en una faceta que no se le pide al guionista pero sí al novelista o al cuentista, donde Azcona –como les sucede a muchos guionistas- yerra. La puesta en escena es algo que en un libro depende del autor, y en una película no.
Cuando uno lee este libro de Azcona, y sucede lo mismo en el resto de sus textos, no hay manera de sumergirse en el mundo que se le coloca ante los ojos. Uno escucha personajes, a veces sabe qué aspecto tienen, sabe qué sucede, pero no lo ve todo encajado ante sus ojos. Falta la labor del director, que enlaza esos elementos en el plano. No creo que sea casual que, como han analizado muchos críticos cinematográficos, cuando los guionistas se lanzan a la realización, cuidan mucho la atmósfera, la puesta en escena de la cinta. Porque saben que es un terreno vedado por costumbre y deben dar ahí el do de pecho.
Leer las Memorias de un señor bajito produce la sensación de una pantalla de cine, tal cual. Vemos moverse cosas, las oímos, pero siempre sobre una pantalla plana sobre la que son proyectadas, no como realidades ante nuestros ojos, palpables, vivas. Las buenas novelas, los buenos cuentos, incluso las grandes películas –como Plácido o El verdugo- sí logran hacerse presentes ante nosotros.
Rafael Azcona Memorias de un señor bajito Pepitas de calabaza, Logroño, 2007

22 octubre 2007

Yo sueño libros mejores

Todavía recuerdo un estupendo artículo de Juan Bonilla que escribió cuando se estrenó la película El embrujo de Sanghai. En ella hablaba no de la película mediocre y chata de Trueba –por cierto, el último acercamiento a la ficción del realizador-, sino de la de Erice, la que él esperaba ver. Con la adaptación de la novela de Marsé hemos tenido, al mismo tiempo, la desgracia de ver que Erice no la firmó, de no poder ver la película que Erice habría podido hacer, y, por otro lado, la suerte de poder leer La promesa de Sanghai, que viene a ser una especie de boceto, de plan de trabajo, de lo que “pudo ser”. Leyendo el libro puede uno construirse una película mejor que la que se vio en los cines, y eso, más o menos, hizo Bonilla, y así lo reflejó en su artículo.
Es algo parecido a la exposición que sobre José Palacios se montó hace unos años en una de sus obras más emblemáticas: el Círculo de Bellas Artes. Allí, además de las fotografías y planos de los edificios que levantó se pudo ver una realidad que “pudo haber sido”. Las fotografías de sus maquetas para Vigo, los planos para la reforma de la zona de los alrededores de la Puerta del Sol o los bocetos de una plaza de Colón muy distinta de la que hoy conocemos, con edificios que parecen extraídos de la Metrópolis de Fritz Lang. Un Madrid que podría haber sido, demasiado neoyorkino para la ciudad manchega que por entonces era, y que quizá todavía es.
Ha salido a la venta un libro que comprarán muchos fans de Bob Dylan y algún curioso, que recopila las letras de sus canciones. Es un libro que está, por así decirlo, bonito. Pero a todos los seguidores de Dylan nos deja un sabor de boca amargo. Hace tiempo el proyecto era mucho más bonito, se iba a encargar Fresán de él. Si hay alguien en las letras españolas –y al decir esto me refiero a gente que escribe en castellano, independientemente de la nacionalidad que aparezca en su documentación- que sabe de Dylan, que lo ha tratado y utilizado como nadie, ese es Fresán. Por ejemplo, en Mantra, la importancia de Visions of Johanna, es determinante no ya para el asunto de la novela, como para el tono. No sé si, alguna vez, podremos leer las traducciones y comentarios de Rodrigo Fresán sobre las letras de Dylan. Sí sé que en mi cabeza había un libro mejor que el que tengo entre las manos, como en esos versos de Verlaine donde él soñaba libros mejores.
No conozco las razones de las desavenencias que han llevado a editor y traductor a no entenderse -aprovecho la circunstancia para invitar a ambos a que nos las transmitan- pero sí sé que es una verdadera pena que los lectores hayan perdido la oportunidad de leer un libro único. Hay gente que quiere para Dylan el Nobel de Literatura -con la ingenuidad de los que piensan que ese premio se otorga a autores de obra excelsa- y algún amigo mío me comentó entre risas que puestos a darle un premio de esos casi mejor que le den el Príncipe de Asturias, que es el de las Letras, y eso sería más exacto. Lo que sí sé es que la traducción que se ha publicado en muchas canciones es de una candidez abrumadora. Los versos de Dylan no pretenden comunicar pensamiento, sino trasladar sensaciones, y eso se conoce que no lo deben saber ni los que traducen fidedignamente una letra ni la editorial que acepta esos trueques.
Diego Manrique, con una ironía algo estólida que últimamente deja traslucir más menudo de lo que sería deseable, decía en su reseña de Babelia que a los fans de Dylan no les gusta el libro porque consideran sus letras intocables y que lo consideran un Dios inefable. Y no es eso, Manrique, no es eso, es que el libro, tal y como ha salido, es mediocre. No es el libro de la semana, desde luego. No es que no se pueda traducir a Dylan, sino que hay que tener un poco más de categoría para hacerlo, porque a la vista de los resultados...

Visiones de Johanna (Versión y comentarios de Rodrigo Fresán)
¿No es propio de la noche confundirte cuando tratas de evitarlo?
Estamos equivocados, aunque nos esforcemos por negarlo
Y Louise sostiene un puñado de lluvia, tentándote para desafiarlo
Las luces parpadean en el loft de enfrente

En esta habitación la calefacción tose
La emisora de country suena suave
Pero no hay nada de nada que apagar
Sólo Louise y su amante entrelazados
Y estas visiones de Johanna que me asedian

En el solar donde las damas juegan a la gallina ciega con el llavero
Y las noctámbulas murmuran escapadas en el tren "D"
Podemos oír al sereno encender su linterna,
Preguntarse si es él o son ellas quien está loco
Louise está bien, tan sólo cerca
Es delicada y se parece al espejo
Pero deja perfectamente claro
Que Johanna no está aquí
El fantasma de la electricidad aúlla en sus huesos faciales
Donde estas visiones de Johanna ya ocupan mi lugar

El niñito extraviado se toma tan en serio
Se jacta de su desgracia, le gusta vivir al límite
Y cuando menciona el nombre de ella
Menciona un beso de adiós
Tiene arrestos ser tan inútil
Soltar nimiedades cuando estoy en el salón
¿Cómo lo explico?
Oh, es tan difícil seguir
Y estas visiones de Johanna, me desvelaron hasta el alba

Dentro de los museos, el Infinito va a juicio
Las voces repiten que a la postre así debería salvarse
Pero Mona Lisa debe haber sentido nostalgia de autopista
Se ve por el modo en que sonríe
Mira cómo se congela ese alhelí ancestral
Cuando las mujeres de rostro gelatinoso estornudan
Escucha a la bigotuda, "Jesús,
no puedo encontrar mis rodillas"
Oh, joyas y anteojos cuelgan de la cabeza de la mula
Pero estas visiones de Johanna, hacen que todo parezca tan cruel

El vendedor ambulante le habla a la condesa que finge preocuparse
Diciendo, "Nombra a alguien que no sea un parásito y saldré y rezaré por él"
Pero como Louise suele decir
"No puedes abarcar mucho, ¿verdad, tío?"
Y ella misma se prepara para él
Y Madonna sigue sin aparecer
Vemos que la jaula vacía se oxida
Donde su capa teatral ondeaba
El violinista se pone en camino
Escribe que se devolvió lo debido
En la parte trasera del camión de pescado que carga
Mientras mi conciencia estalla
Las armónicas tocan las llaves maestras y la lluvia
Y estas visiones de Johanna son lo único que queda.

Anfitriona del, se dice, mejor verso en todo Dylan: "The ghost of 'lectricity howls in the bones of her face". Y también, junto a "Like a Rolling Stone" y "Tangled Up in Blue", habitual ganadora como mejor canción del hombre. Existen varias versiones (todas formidables; también variaciones acústicas de su gira ?66 en Biograph y en The Bootleg Series, Volume 4: Live 1966 The Royal Albert Hall ) porque Dylan no podía encontrar el tono justo de lo que en principio se tituló "Freeze Out" o "Seems Like a Freeze Out" y que -puede pensarse, las fechas de su composición coinciden- trata de un triángulo amoroso y del momento en que Dylan y Joan Baez rompieron y el momento en que Dylan y Sara Lownds se casaron. Y es exactamente el mismo momento. Así que quizá (atender a la tercera estrofa) por una vez Dylan esté pidiendo disculpas mientras escribe todo esto en una habitación del Chelsea Hotel, famoso -entre muchas otras cosas- por el ruido que hacían las cañerías de la calefacción que no dejaban dormir a los huéspedes. En un artículo de Tom Doyle publicado en la revista inglesa Q se lee: "A Dylan le atormentaba la interpretación literal de sus letras que hacían tanto críticos como fans, que las tomaban como si se tratase de confesiones autobiográficas. Aunque puede que esta percepción fuera algo cierta en lo que a Visions of Johanna se refiere." No en vano, desde 1965 Dylan había mantenido relaciones paralelas con Sara Lownds y Joan Baez. "Al final, Sara y yo nos hicimos amigas, explica Joan Baez, y nos pusimos a hablar durante horas de los tiempos en que el vagabundo primigenio jugaba a dos bandas con nosotras". Al Kooper, por su parte, recuerda cuando la esposa de Dylan se presentó en el estudio de Nashville y le hicieron escuchar la canción: "Se apareció ahí una tarde y él puso "Visions of Johanna". Ella dijo: 'Esto es bastante fuerte'". El mismo Dylan, lateralmente, apoyó esta última idea sin comprometerse demasiado cuando, en un concierto de su gira por Inglaterra, la presentó así: "Esta canción es el típico exponente de lo que los medios británicos consideraran una canción sobre las drogas. Pero no lo es. No lo digo para defenderme o algo por el estilo, no es tan sólo una canción sobre las drogas. Es muy vulgar pensar que lo es". Y agregó: "Estoy cansado de la gente que pregunta qué significa. ¿Qué significa? No significa nada." Mención aparte merecen los músicos que, con delicadeza sobrenatural (ese toque mágico de platillos casi zen), parecen acompañar cada palabra y fraseo de Dylan. Siguiéndolo y acompañándolo al mismo tiempo. Dijo Robyn Hitchcock: "¿Es sobre Joan Baez? ¿Es sobre Edie Sedgwick? ¿Es sobre Nico? ¿Quién sabe? Yo sólo sé que cuando la escuché por primera vez en mi adolescencia, la letra y la música resumían a la perfección el sitio donde yo quería estar. Nunca volví a ser el mismo". "Cada una de las palabras significa tanto para mí cada vez que la canto. Es una de las que continúa siendo importante. Tal vez sea más importante ahora que nunca", comentó Dylan hace poco. Tiempo después, los siempre serviciales Rolling Stones reproducirían los versos que hablan de joyas y binoculares colgando de la cabeza del mulo para la carátula de su Get Yer Ya Ya?s Out. En el último verso "esas ¿skeleton keys' pueden entenderse tanto como 'llaves maestras' o, tratándose de una armónica, mutar a 'tonos esqueléticos'". Y para cerrar con otra mutación de esta canción mutante: En 1999, en un club de Manhattan, Dylan modificó título y letra y la cantó como "Visions of Madonna" porque "hay foto de ellos dos juntos después del concierto" Madonna estaba entre el público. Años atrás, en una entrevista, Dylan afirmó que "el entretenimirento pop no significa nada para mí. Nada. Pero, sabes, Madonna es buena, tiene talento, se ha preparado, ha aprendido... Pero es el tipo de cosa que te lleva años y años de tu vida alcanzar. Tienes que sacrificarte mucho para llegar allí. Sacrificio. Si quieres triunfar a lo grande tienes que sacrificar muchas cosas. Siempre es igual. Siempre es igual...".
Una indiscutida obra maestra. Una catedral de canción. El equivalente a "A Day in the Life" en Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. Nadie ha escrito y cantado y sonado mejor ni volverá a sonar y cantar y escribir mejor acerca de lo que significa padecer y disfrutar el insomnio del amor.

21 octubre 2007

El traje nuevo del emperador

Mañana el discurso será que se ha tratado de un éxito. Y hay que reconocer que, siguiendo sus varemos, lo será. Yo he tenido que estar dando vueltas de quiosco de prensa en quiosco de prensa durante media hora para comprar un ejemplar del “nuevo” periódico global en castellano. Así que se ha agotado, y eso, que es un triunfo económico, empresarial, será la excusa para hablar de éxito. Yo, la verdad, me alegro por ellos, porque son muchas familias comiendo de la empresa y no es cuestión de que se queden todas en la calle.Ahora, la verdad es que hojear el periódico ha sido decepcionante. Le han hecho, sí, un lavado de cara. La tipografía es muy bonita –le han puesto la tilde a la cabecera, después de treinta años- y el color queda muy bien, y el aspecto de la página es más descargado, aparece menos abigarrado que antes. O sea, que les ha quedado un periódico muy bonito, muy de lo que se lleva ahora, que parezca que se debe leer poco, que es ligerito.
Pero lo importante de un periódico, que son los textos, los periodistas, los columnistas, sigue igual que siempre. ¿Para cuando una renovación real del periódico? Es evidente que este lavado de cara, que muy posiblemente estaba planeado desde hace tiempo, antes de la muerte de Polanco, se ha acelerado con la aparición de un nuevo diario que pretende, descaradamente, crecer a base de lectores potenciales de El País. Ahora bien, ¿por qué el análisis que se hace es que basta con lavarle la cara al periódico? No se dan cuenta que el problema es de fondo, de contenido. Hace ya muchos años que los directores de mercadotecnia y los diseñadores tomaron posiciones de privilegio en los grandes grupos mediáticos. Y en la sociedad de mercado en que nos ha tocado vivir se han convertido en los amos del cotarro. Pero si se han apoderado de esa parcela de poder es porque los directivos, los consejeros delegados y demás mandamases con cargos de estilo rococó y rimbombante, son bastante estúpidos.
Yo entiendo que en una televisión se tenga en cuenta la accesibilidad, o en la radio, o incluso en Internet, que son medios de acceso fácil, gratuito –siempre y cuando uno tenga el aparato o la conexión- y que, por lo tanto, deben atraer al “consumidor” con un reclamo llamativo. Pero, ¿un periódico que cuesta un euro cada día y que compite con diarios gratuitos debe seguir los mismos criterios? Evidentemente, no, y ahí es donde caen, todavía, y pese a los trajes nuevos, los directivos de El País. Si este periódico ha perdido poder de influencia y no crece dentro de la población joven –en las reuniones de la empresa lo llaman target, eso seguro, porque no saben que existe la palabra objetivo- no es porque sea en blanco y negro, porque tenga mucho texto o porque la Times New Roman sea peor tipo de letra que la Magerit. Si no crece es porque cualquier lector con un mínimo de formación, algo entrenado en los mecanismos y herramientas de mercado, y con dos dedos de frente, se aburre soberanamente al leer el folleto que pretenden hacerle pasar como periódico. El suplemento de fin de semana es un catálogo en toda regla, donde importa más vender –lean cualquier artículo, desde los de la sección “estilo” a los reportajes sobre artistas o hechos noticiables, donde también se vende la obra del autor o el proyecto humanitario- que informar. Y el periódico está más dirigido a crear tendencia que a facilitar datos e información a sus lectores.
Mientras los cuatro tontos encorbatados con los Audi y los Mercedes en la puerta de Miguel Yuste se masturban con las nuevas páginas a color de su diario, y mientras los tres bobos con gafas de pasta están contentísimos en su estudio, decorado con botellas de Vodka y carteles de películas de Almodóvar, de haber diseñado un periódico; mientras todo eso sucede, ese “nicho de mercado” que tanto les interesa está conectado a Internet leyendo blogs con diseños horrorosos, dejándose las pestañas en leer textos larguísimos en la pantalla, por el simple hecho de que les dicen cosas, de que son honestos. Ese precioso suplemento llamado Domingo sigue teniendo como columnista a un mastuerzo del calibre de Javier Rioyo, que ha leído cuatro libros en su vida y no se ha enterado de la mitad de lo que ha leído, pero como es de la estirpe de Juan Cruz –esos que se creen tan buenos o inteligentes como la gente con la que comen o toman copas-, piensa que él puede hablar de libros y escritores.
Para arreglar un periódico hay que pensar –sé que no es estila mucho eso de pensar, pero qué le vamos a hacer- y dar a la gente algo en que pensar. Ahora ya sabemos que El País tiene un nuevo aspecto, pero por muy vestida de seda que esté al leer los artículos nos encontramos con la misma mona de siempre.

19 octubre 2007

Yo leo poesía, ¿y tú?


Hacerse autopromoción está feo, pero si la promoción está dirigida, realmente, a acercar la obra de otros, es justificable. Esta tarde, a las 19:00, en la Biblioteca Regional de Madrid, se estrena el proyecto penúltiMa, y lo hace con el ciclo poético Poesía en mutación.
La ventaja de montar un ciclo como este es que uno ha podido contar con un equipo de ensueño -lo de dream team me parece muy sajón- de poetas geniales que, encima, son majos y están por la labor de acercar el asunto a la gente. La nómina es, desde luego, la envidia de cualquier editor: Elena Medel, Pablo García Casado, Esperanza López Parada, Julieta Valero, Mariano Peyrou, Ana Gorría, Mercedes Cebrián, Martín López-Vega y el invitado de hoy: Carlos Pardo.
Y, para mayor alegría, tendremos como invitado para presentar a Carlos Pardo a otro poetas excepcional, Andrés Navarro, uno de los becarios de este año de la Residencia de Estudiantes.
Estáis todos invitados, porque todos leemos poesía. ¿O tú no?

17 octubre 2007

¿Ficción?, ¿y eso qué es?

Si uno es, como lo somos yo y buena parte de los lectores de este blog, enfermos del cuento –me parece que enfermo es más exacto que fan o lectores, porque lo nuestro es una verdadera enfermedad-, lo lógico es que tengamos mitificada una cabecera como Esquire. En esa revista publicaron buena parte de los grandes cuentistas de la tradición estadounidense esos cuentos que otras publicaciones más clásicas como The New Yorker rechazaba. Los relatos de Esquire eran, cuanto menos, arriesgados, difíciles, o sexualmente explícitos –más picantes que los de la correcta revista neoyorquina. Por ejemplo, una figura tan interesante como Gordon Lish fue el editor de ficción de la revista desde el año 1969 hasta 1976. Allí publicó a Carver, a Ford y a T.C. Boyle, entre otros. Luego, ya trabajando con Alfred A. Knopf, se convirtió en el primer editor de Carver –y posiblemente en el artífice de su duro y seco estilo, pero esa es otra historia.
Por eso cuando se anunció que alguien se lanzaba a la aventura de editar Esquire en castellano uno comenzase a hacerse esperanzas. Como el primer número ha sido objeto de una campaña intensísima de promoción que ha puesto la cara de Woody Allen en casi todos los quioscos de mi ciudad, y costaba tan sólo dos euros, me decidí a comprarla. No le demos vueltas: una verdadera decepción.
Supongo que habrá lectores que encuentren originalísima y profunda hasta más no poder esta revista, a estas alturas del mundo a uno no le extraña casi nada, la verdad; pero sí que puedo afirmar que cualquier persona que se acercase a esta revista pensando en esa referencia mítica de la literatura norteamericana se sentirá enormemente estafado.
La revista presume de estar dirigida a hombres, pero, al contrario que la mayoría de las revistas masculinas que pueden comprarse en el quiosco, está dirigida de cintura parra arriba. Y leyendo este estreno uno comprueba que es así, porque de la página setenta y tres a las setenta y seis aparecen cinco chaquetas y la más barata cuesta quinientos veinticinco euros. Desde luego es una revista pensada de cintura para arriba, pero eso no quiere decir que entre sus objetivos esté el cerebro.
El único rastro literario de la revista es un artículo de José Ángel Mañas sobre Haruki Murakami. O lo que viene a ser lo mismo, el del cotolengo hablando del charcutero. Perdonen mi sinceridad, pero cualquier lector un poco entrenado –cien libros en veinte años es una marca suficiente- comprende la vacuidad de Murakami y las ventajas de no ir más allá de la estética del momento. Planteemos esta cuestión de un modo silogístico. ¿De repente todo el mundo se ha vuelto superculto y lee a Nabokov? No, de repente todo el mundo lee a Murakami, y creo que es evidente que “todo el mundo” no está por la labor de esforzarse mucho, y más con la lectura.
Con Mañas no voy a perder ni tiempo, yo leí en su momento lo del Kronen –era la moda, yo iba de vez en cuando al bar que ponía título al libro, esas cosas de la juventud. En fin, observen que en este párrafo no he mencionado una sola palabra que tenga que ver con literatura o cultura.
Pues bien, lo mejor de todo es que si uno lee el artículo resulta que Mañas se ha leído cuatro libros de Murakami. Sólo cuatro, y un par de entrevistas. Porque para rellenar las cuatro páginas de revista que tiene el artículo se tiene que poner a hablar de Japón –tópicos, por supuesto- porque con los tres libros que se ha leído –si los ha leído- no le llega.
No voy a incidir más en el asunto.
Si uno le echa un ojo a la página web de la revista en su versión hispana contempla un remedo algo escaso y burdo de la yanqui. Misma cabecera, misma distribución de las secciones, pero, sin sección de ficción. Pueden comprobarlo ustedes mismos, en la web de la revista original aparecen las secciones Women, Features, Style y -¡oh, sorpresa!-, Fiction. Incluso en la home aparece un destacado de The Napkin Fiction Project, que ha consistido en reclamar un relato que quepa en una servilleta de papel a doscientos cincuenta autores. Sirva como ejemplo el texto de Alarcón que también ilustra estas líneas.
En la española vemos Moda, Estilo, Ocio, Negocio y Reportajes. ¿Ficción?, no gracias. Eso para los yanquis, que son muy tontos y eligen elección tras elección a Bush. Aquí somos mucho más cultos, y europeos si me descuido. Desde luego, hojear las doscientas cuarenta y cuatro páginas de la revista demuestra que libros se leen pocos en la redacción. Una página, la cincuenta y dos, está dedicada a los libros. Aparece una originalísima fotografía de Diego Martínez en la que se ve los libros, puestos en pie sobre una mesa, desde arriba. O sea, que se ven hojas, podrían ser los libros de los que se habla u otros cualesquiera. Son cinco, y el texto de Daniel Entrialgo en el que, a razón de veinticinco palabras por libro, se limita a no decir nada de ellos, es lógico, con sólo dos docenas de palabras es difícil que se evidencie que uno no los ha leído.
Han sido sólo dos euros y media hora de mi vida, pero qué mal me ha sabido. Ahórrense el esfuerzo ustedes, que han sido más sabios y han esperado a que otro pasase el mal trago.

15 octubre 2007

Seven eleven


Como ya no existe la compañía que da nombre a este post, me puedo permitir titularlo así. Parece ser que esto del Internet está abierto todo el día y a cualqueir hora puede uno entrar, leer estas líneas y opinar sobre ellas. Esa es la razón de que Félix de Azúa llamase al libro que le han editado con las entradas de su blog Abierto a todas horas.
Yo, la verdad, no he podido tener mucho rato abierto su libro, porque me he aburrido como una ameba. A lo mejor es que a mí las pretenciosidades intelectualoides del señor Azúa me dan bastante sopor. No hay un sólo texto que no rebose de esa idea de "alta cultura" amenazada por este mundo de cómida rápida y arte barato.
A modo de ejemplo del estilo esforzado y la esclavitud que la supuso la escritura del blog, el texto de la contracubierta. No tiene desperdicio:
Durante un año traté de mantener una sana esperanza y no escribir sino palabras verdaderas. Todos los días, sin descanso, me deslomé como los antiguos trabajadores de las canteras de Carrara, los cuales creían estar proporcionando bloques a los grandes escultores del Renacimiento cuando, en realidad, estaban tallando el paisaje más bello de Italia, un abismo blanco de escalones de mármol que desciende hasta el corazón de la tierra. Paisaje, por cierto, que se divisa desde el tren. Así un año entero, sin descanso, como un galeote.
Algunos días mis palabras resbalaban sobre el éter como grasa atacada por detergente y comprendía que aquellas frases no eran verdaderas y que si las miraba más de cerca no me las creía ni yo. En ocasiones tenía que decir insensateces o trivialidades para no mentir, balbuceando como un chiquillo que no se sabe la lección. Alguna vez me parece que incluso traté de silbar. En fin hice el ridículo.
Ahí está como botón de muestra de que no me invento nada. En fin, supongo que para gustos colores. Seguro que hay gente que disfrutará leyendo este libro, como hay gente que se desplaza hasta Segovia para escuchar los mismos tópicos de siempre del señor Marías, Rodríguez Rivero -lugarteniente oficial- mediante.
Para llevarse el libro a casa hay que trabajar con el texto citado de Azúa. Se puede corregir, reescribir en un estilo más pretencioso si cabe -lo del galeote no tiene precio, aunque uno sospeche que no le han debido pagar mal el libro y el año de escritura en el blog- o corregir para que esté escrito como dios manda -aviso para navegantes: ¿por qué no escribió "y escribir palabras verdaderas"?, ¿le pagarán al peso y por eso hay un cuarenta por ciento de palabras inútiles?.En fin, hacer con el texto de Azúa lo que os apetezca. Hasta alabarlo; qué leches, se admiten hagiografías.
Y el que gane se llevará el libro a casa.

13 octubre 2007

Trajes de baratillo

No es uno nadie para decirle a un editor cómo tiene que hacer su trabajo, pero de un par de semanas a hoy me están llegando muchas historias extrañas que demuestran a las claras el deterioro de la profesión. En el festival Hay de Segovia estuve hablando con unos cuantos autores y uno de ellos le contaba a otro que la imagen de la cubierta del libro en su edición americana fue una decisión en la que ni siquiera le dejaron opinar. De hecho le enseñaron una maqueta prácticamente definitiva y le preguntaron si se oponía seriamente a que fuera esa la portada del mismo. Como dijo que no, así se quedó la portada. Me he acordado de esto porque hoy mismo, en la Casa de América, hemos vuelto a hablar sobre el tema de las cubiertas de los libros otro grupo de escritores porque uno de ellos tenía un ejemplar de su nuevo libro, que se va a poner a la venta la semana que viene, y, siendo generosos, se puede decir que la cubierta es horrorosa. Un dolor de fea, la verdad. El otro le decía que él impone la imagen de cubierta al editor, de hecho, de ser por él, se cambiaría hasta la maqueta, pero ahí ya el editor no da bola, que se suele decir en estas conversaciones.
Pero no sólo hay poca o ninguna preocupación por lo que opine el autor del aspecto de sus libros. También veo poca en lo tocante a la recepción del texto por parte del lector. He citado muchas veces a Juan Ramón cuando decía que un libro, editado de un modo u otro, dice cosas diferentes, y los que no han debido escucharme son los chicos de Seix-Barral. Me ha llamado mucho la atención de que haya sido esta editorial, que normalmente edita con buen criterio, maqueta generosamente y demás detalles que hacen la lectura más placentera, la que de un tiempo a esta parte esté teniendo deslices como el de La vida plural de Fernando Pessoa, reedición del estudio fundamental que Angel Crespo le dedicó al genio luso, que apareció con una mancha imposible, de hecho tenía todo el aspecto de ser un refrito de la anterior edición en la misma editorial. Pero un refrito impreso con los mismos fotolitos –o con el libro antiguo escaneado- sin tener en cuenta que el formato es ahora otro, y que lo lógico habría sido maquetar de nuevo el texto.
Yo creía que esto era un episodio pasajero hasta que hojeé El aliento del cielo, la edición de los cuentos completos de Carson McCullers –que, por cierto, el libro aparece en la página web de la editorial como “novela”, no es broma- que se acaba de editar. Es un libro encuadernado en cartoné con sobrecubierta, páginas gruesas, letra aceptable que carece de márgenes. No, tampoco es broma, la mancha del texto se va hasta el extremo del papel y mis pulgares –y háganme caso, tengo las manos pequeñas, algún amigo las llama "muñones"- no cabían. ¿Tanto dinero suponía haber impreso cincuenta páginas más por ejemplar y haber realizado una edición canónica? Todas estas cosas sorprenden porque, al mismo tiempo, en Seix-Barral tienen la colección Únicos, que ha ganado premios de diseño, donde se demuestra que, cuando se quiere, se edita muy bien.
Entretanto uno sospecha que es verdad eso de que en las editoriales mandan más lo de mercadotecnia que los de edición, y tratándose de hacer libros eso no habla muy bien del estado de las cosas.

12 octubre 2007

Aquellas pequeñas cosas


Hay libros que se van ganando, poco a poco, con el paso del tiempo. Otros, desde el mismo momento de su publicación, reciben un cálido recibimiento por parte de todos sus lectores. Pero los hay, escasos pero los hay, que antes incluso de existir como tales tienen ya un montón de lectores ganados. Estos libros, que parecen venir con un pan debajo del brazo, están compuestos muchas veces por textos que ya habían aparecido en publicaciones periódicas y similares, y por eso cuentan con admiradores antes de tener lomo suficiente como para que un editor se anime a mandarlos a la imprenta. Manual del distraído, de Alejandro Rossi, es uno de ellos. Libro extraño, curioso, en que todo tiene cabida siempre y cuando no esté catalogado de un modo inequívoco, fue apareciendo, primero en dosis controladas, en la revista Plural, que dirigía Octavio Paz, y luego tomo cuerpo como libro en el año 1978.
En España había tenido un par de ediciones, la del ochenta en Anagrama y una reedición, diecisiete años más tarde, en la misma editorial y en Círculo de Lectores –no es que me haya dado un ataque de rafaelcontitis, sino que desde que tengo Internet en mi domicilio me es mucho más sencillo hacer consultas de este tipo. Que en los muchos años que llevo ruando los pasillos de las librerías de nuevo y de viejo no me hubiera topado nunca con este libro revela que es de esos extraños libros de los que no se desprenden los lectores. Todo aficionado a la lectura conoce libros que están, siempre, en las mesas y estantes de las librerías de viejo. Son libros que nadie quiere conservar –de unos meses a este me encuentro mucho el libro de Curri Valenzuela, por ejemplo- o que fueron un fracaso editorial –y debemos entender como tales esos libros de los que se tiraron muchos más ejemplares de los que el mercado podía realmente asumir, y que se van desgastando en las cajas de los almacenes hasta que los saldan en las librerías de lance.
Lo dicho, nunca me crucé con el libro de Rossi, de ahí que cuando me enteré de la edición del mismo en Debolsillo no lo pensase mucho –lo pensé tan poco que ni siquiera lo pedía al departamento de prensa y me lancé a comprarlo en la librería de al lado de la oficina- y me hiciese con él.
El libro ha sido mi compañero constante a lo largo de dos días en que no se ha separado de mí. Lo llevaba en el bolsillo de la chaqueta y ha estado a mi lado en cada una de las clases que he dado, ha contemplado mi trabajo desde la mesa del trabajo, y ha hecho más llevaderos los ratos en que he usado el transporta público o he tenido un tiempo muerto –uno de esos que lleno, siempre, con un libro. Lo he leído del tirón, como suele decirse, disfrutando muchas veces de la erudición demostrada en un artículo, de las referencias literarias que exhibe o, en las menos ocasiones, algo distraído de la historia que me contaba Rossi. Es curioso, porque en cada uno de los textos que forman el libro, el autor ha realizado, casi siempre, la misma operación, que es la de distraer al lector, la de confundir sus expectativas sobre el texto. Si uno espera, a tenor de cómo se inicia el texto, una narración, normalmente termina la lectura del fragmento convencido de que se trataba de un ensayo, si, por el contrario, se ha hecho a la idea de que está ante un ensayo, normalmente se le entrega una narración. El mecanismo es, casi siempre, el mismo, una distracción, una narración ejemplificativa de lo que luego será el razonamiento que sostiene el ensayo, o bien una digresión sobre el asunto del que tratará la narración. Quizá por eso, piensa uno por momentos que el libro debería llamarse, tal vez, Manual de distracción, pero luego se dice uno que no, que Rossi ha sido muy irónico, y destaca en el título del libro la incapacidad que tiene el distraído no ya de reparar en lo que sucede a su alrededor, sino en darse cuenta de, tan siquiera, lo que está realmente haciendo.
Supongo que cada lector que se haya acercado al libro tendrá sus preferencias en torno a los textos reunidos. A mí me han resultado más estimulantes los que resultan ser más ensayísticos, más dirigidos a la reflexión, salpimentados con narraciones y referencias. Por el contrario, los pequeños relatos me parecen desvaídos, poco vívidos, textos que evidencian las carencias de Rossi como creador de realidades, de universos en los que dejar moverse a sus personajes.
Aún así, tienen la ventaja los textos de Rossi de ser permeables, porosos, y permitir una lectura amena, que, incluso cuando no nos saca de nuestra realidad, se sobrelleva con gusto. Tabarovsky, en otro libro que he leído recientemente, señala que su personaje ha perseguido siempre libros ligeros, imperfectos, que en su falta de ambiciones retratan el mundo de un modo mas fiel y exacto que las grandes obras que ambicionan abarcarlo todo y servir como brújula para generaciones venideras. Tal vez sea, este de Rossi, uno de esos libros, como esas amistades que, sin pretenderlo, se nos van metiendo en la vida hasta que se convierten en parte insustituible de ella.
Alejandro Rossi Manual del distraído Debolsillo, Barcelona, 2007