28 diciembre 2008

Europa es un país y todos hablan francés


Por lo visto la lince se llama Kellie Pickler, se hizo famosa en un programa tipo Operación Triunfo y parece que en Harvard no la aceptaron. El video está en inglés, pero se entiende, sobre todo cuando la crack pregunta si Hungry (Hambre, que ella confunde porque nunca ha oído hablar de Hungría, Hungary) es un país, y se sorprende porque ya había oído hablar de un país llamado Pavo (Turkey). Bueno, la tipa no tiene cultura pero al menos se la entiende cuando habla.

Cuadrar los balances a fin de año


Cuando llega el final del año todos los medios se lanzan a realizar el arqueo de lo mejor que ha dado de sí el ejercicio. En el caso de los libros es algo habitual y nunca carente de polémica. Partamos de un hecho que muchas veces se olvida: cada año se solicitan en España casi setenta mil altas del ISBN. De ellas aproximadamente diez mil son de libros que aparecen como novedades o reediciones en las librerías. Es imposible, materialmente, dar fe de todo ese maremagnum. Quizás por eso, y quizás por la poca fe que tiene uno en estas votaciones de salón, o en la dictadura del número que impone la lista de libros más vendidos, uno les hace poco o ningún caso. De hecho, no quiero dejar de destacar la que, en realidad, ha sido la más inteligente propuesta en esta ocasión, la de la revista Hermano Cerdo de Mauricio Salvador donde han pedido de forma abierta que se recomiende un libro de modo argumentado. Y les ha salido muy bien, pueden comprobarlo. Por cierto, resulta muy cómico comprobar que algunos no han debido leer bien la propuesta y mandan una lista de títulos, por lo que, en justa correspondencia, los administradores de Hermano Cerdo les ensalzan considerándoles autores de libros que no han escrito, habrá sido una alegría para Vicente Luis Mora enterarse de que es el autor de un poemario tan contundente como Las afueras, cuyo autor en realidad es Pablo García Casado. Es lo que tiene poner títulos complicados a los libros.
Aún así, temporada tras temporada los principales diarios lanzan su lista de "fundamentales". Ya hemos podido leer dos de ellas. Ayer la de El País y hoy la de Público. En ABC, a día de hoy, parece que han obviado el asunto y se han decantado -a mi juicio con acierto- por un encarte con recomendaciones para los regalos navideños, o sea, que al menos no enmascaran la verdadera esencia de estas listas: decirle a los consumidores qué libro comprar al primo que usa gafas. En El Mundo la selección aparecerá, creo, el próximo jueves, y según me han adelantado la elegida como mejor novela española del año es Saber perder, de David Trueba.
El análisis más perspicaz de la lista de El País lo ha realizado, sin duda, Miguel Ángel Muñoz en su blog El síndrome Chéjov. Se ha molestado en bajarse el PDF que ofrece la edición digital del diario y contabilizar las votaciones. Al hacerlo ha "descubierto un error de cómputo" en la redacción de Babelia. Por un lado no aparecen las votaciones de ocho de los críticos a los que se afirma haber consultado. Por otro, siguiendo el sistema que han utilizado, el que debería haber resultado vencedor es la recopilación de todos los cuentos de Cristina Fernández Cubas que publicó en noviembre la editorial Tusquets. Vaya usted a saber por qué, el libro con mayor número de votos ha sido relegado a la cuarta posición tras una novela de un autor anglosajón de prestigio internacional, un premio Cervantes y un eterno candidato al Nobel. Muñoz hace muy bien en destacar esta intencionada postergación del género del cuento, más aún cuando la lista y las votaciones se acompaña de un texto de Winston Manrique Sabogal donde se habla del triunfo de lo breve sin mencionar este hecho. De todos modos, hay detalles en el texto de Sabogal que nos indican una voluntad de enmendar el entuerto clarísima. Por ejemplo, ha destacado el hecho de que tres de los encuestados eligieran La grande, de Saer (RBA), como mejor novela del año. No quiero, de todos modos, dejar de destacar lo retorcido de estos inventos de las listas, ya que, por ejemplo, como bien se señala en este mismo artículo, el libro de Askildsen Desde ahora te llevaré yo a casa, ha obtenido tan sólo dos votaciones pero muy altas, y por eso destaca el caso. Y, sin embargo, el mejor libro de Askildsen que ha aparecido este año ha salido de la mano de la editora de DeBols!llo, María Casas, que atinó a reunir los tres libros que ya se habían publicado del noruego -y mucho mejores que este último, se mire por donde se mire- con un ilustrativo y sugerente prólogo de Julián Rodríguez. ¿Se premia el libro de Lengua de Trapo tan sólo porque es inédito? Habría que justificar esos planteamientos frente a la selección del de Fernández Cubas, por ejemplo.
Hoy ha aparecido la lista del diario Público. Hay que aclarar que en esta uno ha participado, aunque a tenor de los resultados lo esté dudando, o sea, que piensa que el correo electrónico debe haberse perdido en el ciberespacio. Hace una semana se nos solicitó a los críticos habituales del medio nuestra opinión y, obedientemente la enviamos. Por eso, cuando ha aparecido la selección en el diario de hoy no ha podido uno dejar de sorprenderse. Están, sí, libros que uno ha defendido a capa y espada, como La cena de los notables, de Bértolo, pero, por otro lado, ninguno de los críticos que colaboramos de modo asiduo mencionó siquiera la novela de Cristina Grande o la de Najat El Hachmi, pero ahí están, y destacadas. Más sorprendente todavía es lo que ha sucedido en cuanto a los libros de cuentos, el título destacado, el de Jon Bilbao, tampoco apareció en ninguna de las recomendaciones que se hicieron. En cambio, el que estaba por todas partes, era Proyectos de pasado de Ana Blandiana (Perférica) y solamente aparece como uno más en una lista de destacados. Se podrían buscar muchas razones y todas, seguramente, serían igualmente defendibles o refutables, eso es lo de menos.
Quizás todo esto deba servir, una vez más, para que no olvidemos lo poco relevantes que son los medios a la hora de influir en los lectores. La encuesta sobre hábitos de lectura nos indica que apenas entre un cinco y un diez por ciento de los que leen -la mitad de la población- se deja llevar por las críticas que aparecen en la prensa. Así que todo esto hay que vivirlo con distancia y cierto relativismo, y pensar, como piensa uno siempre, que los únicos que leemos estas cosas somos los mismos que las escribimos, así que para eso podíamos quedar a tomarnos unos cafés y al menos socializar un poco en torno a los libros. Si conseguimos que algún gran grupo pague con la excusa de una presentación, pues mejor que mejor, a qué mentirnos.

Caskets, de Damien Jurado


Llevo un par de días fascinado con este vídeo. El director del videoclip se llama Matt Daniels.

25 diciembre 2008

Luis García Montero y el servilismo de los medios

Hace poco más de un mes saltó la noticia. Yo la leí, primero en Público y más tarde en El País. En ellas se nos ofrecía una historia bastante evidente: la represalía, desde el poder judicial, del pensamiento de un espíritu contestatario, a instancias de una institución, la universitaria, que sirva a los intereses de los viejos catedráticos retrógrados que, una vez más, quieren dictar su propia versión de la historia. Como uno sabe leer, y le escama que en ambos artículos se haga tanto hincapié en ese abandono de la actividad docente -que no es tal, es una excedencia lo que ha solicitado García Montero, lo que desmiente uno de los titulares- busqué en el archivo del diario en el que colabora habitualmente el poeta el famoso artículo que había dado origen a la demanda en cuya sentencia se condenaba al autor de Habitaciones separadas -ese libro que hojeaba Aznar en el Congreso en su primer debate sobre el estado de la nación. Leído el artículo, me quedaron claras una serie de cosas.
Lo primero que García Montero estaba haciendo un uso descarado, y algo patético del victimismo más lamentable. Todos los días llegan a los juzgados españoles, por desgracia, una cantidad enorme de demandas provocadas por artículos. En muchos casos dichas demandas las interponen contra escritores que hacen uso de su tribuna mediática para ajustar cuentas personales. Rara vez nos enteramos de las resoluciones de dichas demandas, en buena medida porque los propios interesados no quieren difundirlas -aunque salgan indemnes o incluso victoriosos de dichos lances judiciales-, o porque se consideran aspectos secundarios del mundo literario. Si nos hemos enterado de esta es porque el propio García Montero la ha aireado para convertirse en víctima. Zizek ha hablado en varios libros del recurso a convertirse en víctima que tanto abunda en el mundo actual. al victimarse uno se coloca como la parte deñada de algo, pero, sobre todo, uno se autoincapacita para poner remedio a esa situación. Automáticamente genera una necesidad de amparo que debe ejercer la sociedad y la existencia de un culpable que debe ser castigado. Eso es lo que hace García Montero, y lo demuestra que aluda como uno de los motivos de su marcha de la docencia -que no es tal, como luego se explicará- a la indiferencia de la universidad ante su situación.
Lo segundo es que el señor Montero ha usado su situación de privilegio dentro de un medio de tirada nacional para ventilar cuestiones privadas, posibilidad que el demandante no tiene. No contento con ese privilegio, que nadie le ha discutido, porque un diario otorga esa tribuna a quien desea y le permite decir desde ella lo que desee, sí que parece ofenderle que el difamado -al leer el artículo se puede ver si asomo de duda que hay una difamación ahí- use la única herramienta que posee para defender su honor: la justicia. Cuando el juez dicta su sentencia, más que lógica y evidente, se monta un revuelo absurdo en el que se olvida lo fundamental, que forma parte del pacto que todos, como ciudadanos hemos firmado de modo tácito, y que parece ser que el señor García Montero se cree en derecho no ya de ignorar, sino de vulnerar: Luis García Montero, como ciudadano, ha cometido un delito, como la sentencia viene a probar, y por tanto debe cumplir la sentencia. Lo mejor es que se quiere vender como que no, que el señor García Montero puede hacer lo que quiere y está por encima de la ley, y cuando esta no le da la razón es porque está siendo ejercida por un resto de la anterior dictadura y del pensamiento fascista.
Lo tercero es que se conoce que ni los autores del artículo de El País -cosa comprensible puesto que se trata de parte interesada en el asunto, es el medio que ha otorgado esa situación de privilegio a García Montero-, como los de Público -cosa más extraña ya que dicho medio debería ser más independiente ante dichos intereses-, se han molestado en leer el artículo que ha originado el juicio y la noticia. De hacerlo, leerán que el profesor José Antonio Fortes, al que tilda de "tonto indecente", de "perturbado" utiliza un "vocabulario marxista de cuarta fila". A mí me interesan dos cosas. Lo primero que si usa un vocabulario marxista es muy difícil que sea fascista o revisionista, como se afirma en los otros artículos. Y lo segundo lo ladino del sintagma, no queda claro si se trata de un vocabulario marxista desnaturalizado, como el aceite de colza, o de que el discurso marxista es de cuarta fila, como los apartamentos de costa desde los que no se ve el mar. Esto, viniendo de un poeta y ensayista que se afirma comunista como García Montero, da verdadero repelús, porque nos habla de hasta qué punto ese comunismo no es más que una pose para vender más.
Lo cuarto es que García Montero no deja la docencia, ni se despide de la facultad ni realiza ningún tipo de acto honroso por el que deba ser aplaudido. Pide una excedencia. No me apetece buscar los datos estadísticos, pero sí se que la de profesor es una de las profesiones con mayor índice de bajas por motivos psicológicos. Los profesores se queman y piden excedencias. Eso es lo que hace el señor García Montero. No entiendo porque las excedencias de otros profesores no son noticia en tal caso, o, cuanto menos, noticias con este aire trágico que destilan los artículos de El País y Público. Más cuando, en las declaraciones que realizó el propio García Montero a Europa Press, la decisión de dejar la docencia en Granada y trasladarse a Madrid -donde reside buena parte del año- era algo que llevaba valorando desde hacía tiempo.
Por supuesto, el clientelismo que genera García Montero y su estatus en el panorama literario -ya se ha hablado aquí de lo cómico que resulta que un narrador tan mediocre sea el encargado de seleccionar los candidatos al premio Camilo José Cela de cuento que convoca la FFE, por ejemplo, y que esa esa la razón más que probable de que, por ejemplo, este año el premiado haya sido un narrador tan mediocre como Benjamín Prado- ha suscitado artículos de adhesión de sus amistades: Carlos Marzal en El Mundo, y numersos foros de apoyo.
Bueno, la verdad es que de todo esto uno pensó que venía a evidenciar lo idiotas que nos hemos vuelto todos y como algo tan rutinario como una sentencia judicial puede convertirse en una noticia si los interesados y sus allegados están dispuestos a ello. Me llamaba la atención, por cierto, como una de las tácticas de El País y de García Montero ha dado buen resultado: si tan relevante es la noticia, porque nadie ha ido a entrevistar al demandante que ha ganado la demanda. No creo que sea, precisamente, una cuestión de ética o de prejuicios en un mundo donde se paga a alcaldes corruptos millonadas por una entrevista. No, el objetivo está cumplido: el otro es un loco peligroso y García Montero el justiciero que se ve maltratado por una ley injusta pero que continuará en la brecha como paladín de la moral y la ética.
Me molestaba enormemente, eso sí, contemplar como el diario en el que colaboro, Público, ha caído una vez más en el juego que menos le conviene: el de hacerle el juego a El País y a su visión de la cultura. Un ejemplo palmario es que el 9 de diciembre se hacía eco de una noticia inédita en las páginas culturales de un periódico: una conferencia de un autor. Debe hacer cien por día en nuestro país. Pero la que se celebraba en Huelva, dentro de los actos del trienio Juan Ramón-Zenobia, la daba el recientemente "victimado" García Montero. Quizás sea el problema de tener al diario del grupo PRISA como único referente en aras de hacerse un espacio, y en basar su criterio informativo en hablar más o menos de lo mismo que hablaría El País. Con mimbres así va a ser muy difícil, desde luego, eso que se proponía el proyecto de hacer un diario para la gente joven que está harta de los medios de comunicación adocenados por el mercado. Al final, Público se parece cada día más a su modelo, pero con menos pasta y menos lectores, claro.
Ahí había quedado todo hasta que ayer, con eso de las reuniones navideñas, un amigo que está participando en el interesantísimo proyecto La casa invisible de Málaga -una realidad muy visible para todos los malagueños, pero que medios entregados al mercado como El País o que se mimetizan con ese discruso de bajo voltaje como Público parecen no querer ver - me comentó que en Rebelión había un artículo al respecto.
Dicho artículo está firmado por Santiago Alba, Pascual Serrano, Constantino Bértolo, Belén Gopegui, César de Vicente Hernando e Ignacio Echevarría. Me parece que sobre ninguno de ellos recaen sospechas de revisionistas, fascistas, perturbados o "tontos indecentes". Pero, curiosamente, en dicho artículo se hace un recuento de lo ocurrido del cual no sale muy bien parado García Montero y mucho menos los voceros que han decidido ejercer de defensores del paladín victimado.
Dicho artículo es, a mi juicio, modélico, y evidencia una voluntad de informar, esto es: de entregar al lector todos los hechos para que él forme su juicio al respecto de todo este asunto. Por un lado hace un repaso pomenorizado de los hechos, destaca la voluntad de generar una narración mítica interesada por parte de los medios afines a García Montero y presenta las reacciones que en visiones bastante más progresistas que el diario de PRISA se han suscitado. Así en él hay un enlace al artículo de Matías Escalera Cordero que a su vez reproduce el texto remitido por César de Vicente Hernando al diario Público. Por otro lado, presenta un enlace en el que "los pobres alumnos consternados" de los que hablaba García Montero en su artículo parecen no compartir en nada la visión simplista e interesada del poeta de la nueva sentimentalidad. Al leerlo no puede uno evitar imaginarse a García Montero lamentándose de que estos chicos no sepan ver la verdad de la que él es profeta.
Como bien se indica en el artículo, el revuelo de la sentencia no se entiende habida cuenta que sigue el mismo criterio por el que Jiménez Losantos, por motivos similares, es condenado: por usar su tribuna privilegiada para el insulto y la difamación. Si lo hace el tipo de la COPE, que pese a su apellido es el demonio -sí, es una broma muy gastada ya pero que utilizo para destacar la dialéctica teológica de buena parte de la progresía hispana-, está mal. Ahora, si lo hace el paladín de la ética García Montero... Y, por encima de todo esto, el acierto de los firmantes del artículo radica en destacar la atinada capacidad del juez al leer el artículo de García Montero y lo presuntuoso y arbitrario de su postura. Para quien tenga curiosidad por ello, el artículo se remata con un enlace para descargar la sentencia completa en pdf.
No puedo sino estar totalmente de acuerdo con todas y cada una de las palabras de dicho artículo, que recomiendo leer a todo interesado en este asunto. De hecho podría haber realizado esta entrada del blog copiando de modo íntegro el artículo. Pero no quería dejar de hacer patente mi reacción ante los hechos, ante la difusión de ellos que se ha hecho desde los medios y lo vergonzoso de este tipo de actitudes.

20 diciembre 2008

Cuando no sé que hacer

Me dedico a asuntos muy variados, como ver qué echan en la televisión -solo tengo siete canales-, dar una vuelta, echarme un cigarro -mi vecino de enfrente fuma en su ventana del patio interior y comentamos lo guarros que son los vecinos de los pisos superiores porque nos caen cosas muy raras en la ropa que tendemos-, o, cuando tengo un brote brillante, enciendo el ordenador y le echo un vistazo al ineludible blog de Daniel Gascón. No se molesten en buscarlo en los listados de blogs porque, en vez de estar haciendo amigos y buscando links, Daniel se dedica a lo que debe hacer un buen bloguero: escribir entradas llenas de información que son fruto de la habilidad de su autor y de los tiempos muertos del trabajo -estoy convencido que todo buen administrador de blogs es una persona con mucho tiempo en la oficina. En su blog puede uno encontrar de todo, pero siempre con sustancia.
Hace ya cierto, tiempo, el 19 de octubre, hablaba de una de las ideas más marcianas que se han producido recientemente en este mercado al que, para no asustarnos, llamamos mundo. Se trata del certamen de Haiku cárnico que se ha inventado algún trabajador pasado de porros del departamento de marketing de Burger King. Lo mejor es, sin duda, el eslógan de la campaña: "porque los amantes de la carne también son gente sensible". Uno, que no puede dejar pasar mucho tiempo sin echarse al cuerpo algún animal muerto, agradece que haya gente que no le considere un desalmado tan solo por no haberse convertido en ovolacteovegetariano -sí, tiene toda la pinta de ser algo tan duro como decir la palabrita-. Lo explican muy claramente: "porque salivar al primer vistazo de la carne no convierte al carnívoro en insensible, enseña tu lado profundo creando tu propio poema y compartiéndolo con tus amigos". Y luego, para esa gente sensible que no ha tenido la suerte de leer nada más que la tabla de menús del restaurante, les explican en qué consiste un haiku. Fascinante.
En la página web puede uno comprobar la calidad lírica de los participantes, desde la profesora de yoga que ilustra la página web -se conoce que no le han dicho nada de lo feo que es para los chakras eso de andar comiendo carne de vaca-, hasta los más simpáticos, y sensibles, por supuesto, poetas carnívoros. Desde aquí animo a las cadenas de comida rápida hispanas a sumarse a estas iniciativas y proponer el mejor soneto tortillero, la décima de fabada o el siempre resultón romance de fritura de pescado. La poesía gastronómica, un nuevo campo para llevar a la gastronomía a los museos: si usted siente una excitación líria de primer orden al leer las cartas de los restaurantes donde todo lleva una reducción de Pedro Jiménez, o un crujiente de algo, no lo dude, láncese a la creación lírica.
Desde aquí aporto mi sextina provenzal dedicada a la ensalada simple y clásica, porque los vegetarianos también saben de métrica:
Ensalada provenzal
Lechuga
Tomate
Cebolla
Aceite
Vinagre
Sal

Sal
Lechuga
Vinagre
Tomate
Aceite
Cebolla

Cebolla
Sal
Aceite
Lechuga
Tomate
Vinagre

Vinagre
Cebolla
Tomate
Sal
Lechuga
Aceite

Aceite
Vinagre
Lechuga
Cebolla
Sal
Tomate

Tomate
Aceite
Sal
Vinagre
Cebolla
Lechuga

El tipo de lechuga o de tomate,
de cebolla, de aceite o de vinagre
da igual si te pasas con la sal.


Si por un haiku elegido te dan 25 dólares, a mí me deben dar como poco 100 euros, qué coño.

Una promo que crea adiccion



Con videos así, desde luego, que dan ganas de ponerse a leer.
Qué bien que lleguen las vacaciones, que falta nos hacía.

14 diciembre 2008

Qué buena


Mi vida era mucho más relajada antes de que Martín reabriera su blog y se dedicase, como el buen camello que es, a proporcionarnos dosis gratis para que luego estemos todo el día mendigando más para calmar el mono. Llevo todo el fin de semana escuchando una y otra vez esto.

11 diciembre 2008

Invitación a la lectura

Hay editores que no dudan en confesarte que el libro que publicaron es una pieza fundamental en la Historia de la Literatura y que se sienten honradísimos de haber podido ofrecérselo al público lector. Pueden estar durante horas hablándote de lo bueno que es el volumen y de cómo uno no puede abandonarlo una vez lo ha abierto.
Otros te previenen contra su libro, y te confiesan que casi nadie ha pasado de la primera página porque es un texto muy complejo y arduo.
Son dos modos de invitar a la lectura igual de válidos, pero a día de hoy los que usan el primero son la inmensa mayoría. ¿Por qué?

07 diciembre 2008

Como un juguete recién abierto


Para Ramón y Poti

El aluvión de informaciones, de estímulos que recibimos día tras día nos va anestesiando poco a poco. No, no es nada original, desde luego, cualquier se da cuenta. Sirva como ejemplo el hecho de que cuesta mucho, muchísimo, revivir la sensación de sorpresa, de fascinación, con la que descubrimos muchas de las cosas que se han convertido en parte de nosotros mismos: libros, autores, música y películas. Experiencias que ya nadie puede decirnos que no son de nuestra propiedad.
Por eso, cuando se revive esa sensación uno rejuvenece un poco, se convierte en ese adolescente que fue, y el mundo se vuelve un poco más nuevo, más reluciente. Y parece que se hace de día más pronto, y las noches son más cálidas.
Hoy se me ha erizado el verbo de todo el cuerpo dos veces, y me ha parecido que hacía mucho más frío que esta semana pasada, y eso que hemos tenido una ola de frío polar y hoy volvía a hacer un poco más de calor. Escalofríos de esos que disfrutas y que desearías que no terminasen nunca porque, de algún modo, son los que te hacen sentir más vivo.
Las dos veces estaba escuchando Batiscafo katiuscas en el mp3.

02 diciembre 2008

Encarnación tecnológica

Era una idea de promoción del grupo planteado como un cierto terrorismo cultural burgués, que no llegará a constituir más que un juego de salón. Fundamentalmente, sus filmes venían marcados por un elevadísimo grado de colonización cultural que les desproveía de cualquier sentido crítico, totalmente alejados de nuestra realidad.
La cita está extraída de una entrevista que le hicieron Martí Rom y José María García Ferrer a Pere Portabella, y la recoge Rubén Hernández en su excelente libro Pere Portabella, hacia una política del relato cinematográfico. En ella está planteando la distancia que siente hacia lo que se llamó la Escuela de Barcelona, donde militaron en su momento desde cineastas tan interesantes como Joaquín Jordá o Gonzalo Suárez, además de otros realizadores de méritos más reducidos -y que, por eso, obviaremos.
Cuando leí esta cita me vino a la cabeza de modo casi automático el nocillismo. Con ese nombre aglutino a un grupo de escritores vinculados de modo más o menos explícito al núcleo de la revista Quimera y dentro del que hay autores muy interesantes y otros que lo son poco nada. También, por razones evidentes, obviaré hacer listados. No es eso lo que me interesa en este caso. Lo que me interesa es que creo que, en buena medida, la cita sería aplicable a ellos si cambiamos la palabra "filmes" por "libros". Yo creo que su modo de hacerse presentes dentro del panorama nacional ha sido ejercer ese terrorismo, sobre todo en la vertiente de generar la imagen de un grupo más o menos definido con una serie de reclamaciones que hacer al mundo editorial, y por extensión cultural, patrio. Y, por otro lado, es evidente que cuando ellos hablan de referencias pop -en el particular caso el afterpop de Fernández Porta-, yo entiendo que me están hablando, siempre o casi siempre de una cultura underground yanqui que me/nos es totalmente ajena. O sea, la cultura pop en España pasa, en el aspecto muscial, por ejemplo, por el Fary, Isabel Pantoja o José Luis Perales tanto como por Mecano, El último de la fila o Duncan Dhu. Y eso lo obvian. La cultura pop no es Vainica Doble, ni McNamara, que eran under y lo siguen siendo por mucho que cualquier trendy de hoy los reivindique.
Sí, la cita y la lectura que hago de la misma es parcial. Adapto una reflexión en torno a una grupo de los sesenta de ámbito cinematográfico a una invención promocional de los noventa montada en torno a la literatura. Sé que estoy arrimando el ascua a mi sardina, por así decirlo. Y precisamente por ello quiero hablar de lo que me parece más interesante del nocillismo. Hay una realidad evidente y es que en la España hipermercantilizada -sí, el mundo como hipermercado, a lo Houllebecq- de estos inicios del siglo xxi, donde una corporación informativa y editorial ha logrado -es ingenuo usar el "pretendido" en este caso- modelar a su gusto la imagen de la cultura, era necesario entrar en ella rompiendo las puertas y no pidiendo paso. Y los nocillos han hecho eso, aunque, después de la bullanga inicial, parece que se han calmado en cuanto les han abierto las puertas. Ha bastado con tirar unas piedras para que les hayan franqueado el paso, y ahora, desde dentro, con el beneplácito de los que pagan, y por tanto mandan, poder seguir realizando su terrorismo de salón.
Por otro lado, hay un aspecto más perdurable e interesante de su labor, y es la de introducir a la literatura española en el siglo xxi. Si uno lee los libros que se nos venden como canónicos, parecería que España sigue en el contexto histórico de la serie Cuéntame. A mí se me caen de las manos los libros de Javier Marías, de Muñoz Molina, de la Grandes, de Llamazares, de Millás, etc. -añádase cualquiera de los autores de la "nueva narrativa española"- porque están tan cercanos a mí en la imagen que generan de la representación del mundo como los de Galdós o Baroja, con la diferencia de que los otros sí dialogaron con su tiempo de tú a tú. El nocillismo ha servido para recordar al mundo del libro que existe internet, las low cost, los teléfonos móviles o el mp3. O sea, que hay un presente que modifica no ya nuestras costumbres, sino nuestros modos de asimilar el mundo. Y eso es más importante de lo que muchas veces se pretende hacer creer. Sirva como modo de ejemplo el prototipo de ejemplo moral que se ofrece desde el mercado al mundo: José Saramago. Un hombre que concibe el "compromiso político" bajo las mismas coordenadas que lo hacía un autor de los años cincuenta como Sartre, y que, pese a sus aireadas posiciones ideológicas no duda en participar dentro de ese mercado que afirma detestar. O sea, alguien completamente desfasado en palabra y obra -no me extrañaría que él use esa terminología para explicar sus actos-.
Por eso me parece interesante como propuesta el libro Todo lleva carne de Peio H. Riaño. Por un lado se entronca de modo claro con esta tendencia del universo nocillo de querer mostrar la realidad tecnológica como primer objetivo. En este libro hay capítulos que están nombrados como si se tratase de archivos de imagen. Así, hay 32 secciones del libro que aparecen siguiendo una cuenta atrás y que, se supone, deberían plasmar una imagen. En realidad a mí no me parece que lo sean, y en realidad encuentro poco comprensible que, lo que podían ser secuencias sin más tengan que aparecer con esa excusa tecnológica. Evidentemente es una elección del autor, pero me parece que es una elección errónea. Conviene no olvidar que Peio H. Riaño dirige la sección de Cultura de un diario de tirada nacional -sí, esa misma sección en la que yo colaboro por lo que uno ha pensado mucho, pero mucho, lo que escribiría aquí sobre el libro-, y eso es determinante a la hora de elegir un discurso. El suyo pretende estar "a la última", cazar una tendencia que tanto los medios como parte del público ha aplaudido de manera entusiasta. Y es quizás por ese lado donde estriba la principal fuente de caducidad del libro.
Por otro lado hay una faceta que lo diferencia del entorno nocillo. Se aprecia una preocupación real por el entorno, por ir más allá de ese terrorismo de salón y hablar de los problemas de la gente común. Es esa faceta sociológica, documental, la que lo lleva a retratar "lo que sucede en la calle", y hacerlo de un modo crudo, directo, y por lo visto, casi hiriente para algunos -la crítica del ABCD no dejaba lugar a dudas sobre cómo debe leerse un libro con preocupaciones ideológicas desde un periódico reaccionario-, pero que al mismo tiempo resulta, para otros, interesante por lo que tiene de golpe en la mesa para, sino denunciar, si alertar sobre la deshumanización de nuestro entorno. La realidad es que esa voluntad de reflejar lo que sucede en la vida de cualquier ciudadano es la que lo aleja de la obsesión tecnointelectual del entorno nocillo y lo acerca a otros narradores como Julián Rodríguez en sus preocupación por decirnos cosas sobre el hombre y su condición en el mundo de hoy.
Y, sin embargo, lo que trascenderá de este libro no será ni el uso más o menos oportuno de las referencias de la era Google, ni la voluntad testimonial y documental del libro. No, lo que muy posiblemente haga más duradero el libro es la simiente que se abre en la narración cuando hay un motor que redistribuye las fuerzas motrices del libro: Lucas. Toda la rabia, toda la deshumanización del libro parecen descongelarse, y el libro termina con alguien al que la llegada de un nuevo ser le ha cambiado la vida. Para bien y para mal, pero la ha cambiado. Y es desde esa mirada desde donde Todo lleva carne cobra nuevo sentido. Porque el libro se convierte entonces en la historia de una transformación, la del joven marginado por la sociedad de mercado, refugiado en la tecnología y la cultura en algo tan corriente como un padre.
Más allá del retrato generacional, lo que se nos cuenta en estas páginas es una Bildungsroman del nuevo siglo, donde tan sólo las responsabilidades de la paternidad parecen servir de bisagra entre la rabia juvenil y el sosiego de la madurez. En un mercado -no vamos a seguir llamándolo sociedad tan sólo por anestesiarnos- como en el que vivimos, donde se nos pretende eternos adolescentes abocados al consumo, quizás ese anclaje a la vida sea la palanca que mueve el mundo.
O tal vez no, tal vez sea la narración de una doma. Todo depende de cómo se lea.

01 diciembre 2008

La realidad como tumor

Para Jordi

Puesta a la venta en España –y medio mundo- como The Kingdom, la cinta del autor danés se ha convertido en una serie de culto que pasa de mano en mano aunque todo el mundo se la quiera quedar.

UNO. Lars Von Trier, para bien o para mal, se ha convertido en una marca, en un distintivo que vende un producto, independientemente de la calidad del mismo. Riget (The Kingdom) está realizada justo en el momento en que esa marca tomó forma. Las dos temporadas de la serie datan de los años 1994 y 1997. Sirvan como referencia las fechas de estreno de algunas de sus largometrajes: Europa, 1991; Rompiendo las olas, 1995; Los idiotas, 1998. Y una, quizás, más determinante, la del manifiesto Dogma 95. ¿Qué quiere decir todo esto? Que las dos temporadas de la serie, que arrasaron en los índices de audiencia de su país, están realizadas en los años en que Von Trier se convirtió en un referente de la cinematografía mundial y, por extensión, en una estrella con marchamo de “autor”.

DOS. La serie funciona como un catalizador de todas las obsesiones de su autor: La incomunicación, el cuestionamiento del intelecto y la razón como herramientas para comprender la realidad, el humor -siempre teñido de absurdo- y la crítica social más o menos explítica. No es casual que para muchos críticos, los de Cahiers du Cinema entre ellos, sea la mejor cinta de Von Trier.
Por un lado está la trama superficial: una anciana aficionada a la parapsicología finge una enfermedad neurológica para ser ingresada en el hospital en el que trabaja su hijo. Allí investiga una serie de sucesos extraños que se están produciendo como la presencia del fantasma de una niña o la del padre del hijo que espera una de las doctoras –su embarazo avanza de un modo inusualmente acelerado-, que es un espíritu. A esta línea argumental se unen otras como la intención de un patólogo de transplantarse un hígado canceroso para que el hospital tome posesión del excepcional tumor que lleva años intentando estudiar, o las consecuencias de la mala praxis de un neurólogo sueco que ha dejado a una niña en estado vegetativo. Este escenario de terror gótico más o menos actualizado con el barniz hospitalario, ha seducido a Stephen King que ha producido una serie que tan sólo prolonga estas tramas epidérmicamente y que es, suponemos, tan ligera e irrelevante como casi todas las adaptaciones cinematográficas de sus narraciones.
Pero, subterráneamente, opera toda una lectura simbólica que se entronca con el shakespiriano “algo huele a podrido en Dinamarca”. Como denuncia la frase de Marcelo, este caos aparente en realidad enmascara el verdadero problema: la ineficacia del sistema, retratada con un humor socavador y muy inteligente, en el que se prefigura el dominio de la comedia de Von Trier que hemos disfrutado en “El jefe de todo esto”. No es casual que el hospital, el más grande de Dinamarca, se llame “Hospital del Reino” (Rigshospitalet), y que en él nada funcione. Al final de cada uno de los episodios el neurólogo sueco, el doctor Helmer, sube a la azotea del edificio, desde donde se contempla la ciudad de Malmö, y exclama “Escoria danesa”. El espectador, que ha sido testigo del mal funcionamiento del recinto hospitalario se ve obligado a estar de acuerdo con esa visión ajena, externa, que se niega a asumir como normal lo que no puede serlo.

TRES. Lo verdaderamente novedoso es, al igual que en toda la filmografía de Von Trier, la situación en la que se coloca al espectador. Por un lado comparte la visión del extraño ya mencionada. Pero sabe que ese extraño es un doctor que ha tenido que irse de su país tras una condena por mala praxis médica y que, apenas ha llegado a Dinamarca, ha cometido un error similar. ¿El espectador como delincuente?
O como idiota. Uno de los atractivos del planteamiento de la serie es la utilización de un “coro griego” que comenta y explica aspectos de la acción para aclarárselos al espectador. Pero dicho coro está formado por los dos lavaplatos del hospital: un chico y una chica con Síndrome de Down que saben más de lo que sucede que el propio espectador y los personajes. Precisamente por su renuncia al intelecto llegan más allá en el análisis de las situación: una historia llena de ruido y furia.
O como pelele. Por si todo esto no fuera suficiente, al final de cada capítulo aparece el propio Von Trier comentando los sucesos de cada entrega, lanzando preguntas sobre lo sucedido o anticipando lo que sucederá. Si fueran, verdaderamente, acotaciones ilustrativas o iluminadoras uno las agradecería, pero esas apariciones que terminan siempre emplazando al espectador a presenciar en el siguiente capítulo como continúa “la lucha entre el bien y el mal” parecen más la puntilla de una tomadura de pelo monumental, que verdaderas revelaciones o astutos indicios para comprender la historia. El empeño del movimiento Dogma en presentar como documentos reales y libres de artificio lo que no son más que ficciones sería otra muestra de esa manipulación.

CUATRO. Paradójicamente, la serie entra dentro del nutrido grupo de narraciones inacabadas, fundamental para entender la narrativa –escrita, audiovisual o como sea- de occidente. Ahí están Proust, Kafka, Musil, Welles, etc. como ejemplo. La muerte de los actores que interpretan al doctor sueco, a la espiritista y a uno de los lavaplatos, sirve como excusa perfecta a Von Trier para no continuar la serie por muchas presiones que reciba. Pero queda la sospecha de que la serie no puede tener un final, como no lo tiene la vida. Lo enrevesado de la trama, la gran cantidad de historias secundarias que se esgrimen, sirven para sospechar que la intención no fue nunca la de dar soluciones, sino la de plantear preguntas, la de analizar, con mirada siempre inteligente, la vida. Situar al espectador como integrante final de este enredo.

(Artículo aparecido en ABCD las Artes y las Letras el 29 noviembre de 2008)

30 noviembre 2008

Bellatín por Mordzinski


Una foto única que tomó el gran Daniel en la edición de la FILBA de este año. Magnífica.

28 noviembre 2008

El Cervantes de hoy

Por fin se han encargado de limpiar el Cervantes, desde que Cela lo dejó suficientemente cubierto de mierda no habían premiado a un narrador español en condiciones. La entrada es de enero del 2006, pero creo que el tiempo la ha tornado vigente de nuevo:
Subida al monte Carmelo

21 noviembre 2008

La noticia del día

Pasará desapercibida, y tan sólo un grupo de entendidos sabremos que es, sin duda, la noticia del día. No hablarán de ella en el telediario, ni será una de esas noticias que se recopilan en los anuarios de los periódicos, pero en realidad, será la que nos proporcionará más placer de todas las que se han producido hoy. Un acuerdo entre la revista Life y Google va a permitir que cualquier usuario pueda acceder a diez millones de instantáneas que pertenecen al archivo de la revista. Ahí es nada. Yo no me resisto a compartir con todos una selección del universo que nos acaban de regalar.

13 noviembre 2008

Vente a Romania, Pepe

Estamos en tiempos de crisis y hay que apretarse el cinturón. No, ya sé que no es nada nuevo, es el discurso con que somos bombardeados a todas horas desde hace meses. Pero llama la atención como esa crisis se ve reflejada en la vida cultural. Y no hablo, desde luego, en los saraos de presentación de libros -que siguen produciéndose con la misma puntualidad de siempre, tan cargados de canapés de diseño como carentes de eco mediático-, o de debates y conferencias -porque las cajas de ahorros siguen teniendo mucho dinero que ahorrar en impuestos a través de sus fundaciones. No, me refiero a la vida cultural de verdad, la que consiste en acercar al ciudadano libros, películas, música y demás sin zarandajas mediáticas, sino de modo constante y eficaz. Sí, hablo de las bibliotecas. Parece ser que en el Ayuntamiento de Madrid no hay dinero para las bibliotecas. Se reduce el número de actividades que se organizan en ellas -o dependen de las donaciones de fundaciones y otros mecenazgos externos-, se reduce el número de adquisiciones -que puede llegar a ser inexistente de aprobarse un canon bibliotecario que no va a poder costearse-, y todo eso se produce bajo la excusa de la crisis.
No se dice que casi la mitad del presupuesto de la Concejalía de Cultura se va en un sólo día, o noche, mejor dicho, llamada La noche en blanco, que es un capricho mediático de enormes proporciones y lamentables resultados: los conciertos suenan mal, las exposiciones se colapsan, las actividades extraordinarias pasan desapercibidas. Todo en aras de unas acciones espectaculares que se ven reflejadas en todos los medios, que es lo único que al político le interesa -voy a obviar lo fácil de tildar esa política como un mal del partido que gobierna, no creo que Miguel Sebastián lo hubiera hecho mucho mejor-.
Pues bien, aunque no hay dinero para cultura, resulta que el ayuntamiento financia con 70.000 euros, imaginen para cuántos talleres, cuentacuentos, fondos daría ese dinero, el equipo de baloncesto de Georgetown -la universidad donde José María Aznar dicta clases-.
Mientras tanto, ¿quién suministra libros, vídeos y música a las bibliotecas municipales de Madrid? El gobierno rumano, a través de la biblioteca Metropolitana de Bucarest. 9500 títulos que ha regalado para que los ciudadanos rumanos -y todo usuario que quiera- puedan disfrutar de su cultura. Vistas las cosas así, tan sólo podemos afirmar eso de "Vente a Rumanía, Pepe."

10 noviembre 2008

Mercado y academia


No ha trascendido lo que cabría esperar una información paralela a la reciente concesión del premio Nobel de Literatura a Le Clézio: su ausencia de las librerías españolas. Si repasamos la lista de ganadores en lo que va de década obtenemos un censo de autores que tenían una presencia editorial y comercial en España evidente: Naipaul, Kertész, Coetzee, Jelinek, Pinter, Pamuk y Lessing. Todos ellos, salvo el húngaro y el británico, en editoriales del grupo Random House Mondadori, sirva como aviso de navegantes. Así, cuando se les concedió el premio, lo único que tuvieron que hacer los libreros fue buscar en sus estanterías y colocar los libros en la mesa de novedades -o, todo lo más, pedir a la distribuidora que les trajese más ejemplares. Con Le Clézio hemos podido comprobar algo mucho más preocupante: que la literatura ambiciosa, la que pasa a los manuales, no está presente en las librerías españolas.
Y no porque nunca se haya editado a Le Clézio en España. Tusquets lo intentó hace ya diez años y no funcionó. Antes lo hizo Debate -en la época de Bértolo- y tampoco. Los primeros fueron Seix-Barral y Barral, y no funcionó tampoco. En el momento en que se le concedió el premio, los únicos libros de editoriales españolas que estaban "vivos", no arrumbados en almacenes, eran la edición de El atestado de la colección de Clásicos Universales de Cátedra y una monografía menor sobre Frida Kahlo y Diego Rivera en Temas de Hoy.
Todos estos datos nos dirigen a una realidad que muchas veces se olvida: si Le Clézio no está en las librerías se debe, sobre todo, a que el mercado no ha seguido las sugerencias que le han ofrecido los editores a lo largo de más de treinta años. O sea, que el lector medio español no ha aceptado la propuesta narrativa de Le Clézio.
Ahora toca, una vez que le han dado el Nobel, llenar las mesas de novedades de libros suyos. ¿De dónde los sacan los libreros? De Argentina. Eudeba, El Cuenco de Plata, Adriana Hidalgo, etc. Y eso se debe a que a lo largo de esta década se ha producido una distanciación cada vez mayor entre lo que compra el público lector en España -libros de consumo fácil, intercambiable, que huyan de la complejidad- frente al lector hispanoamericano -que prefiere libros densos, singulares y de varias lecturas, quizá porque no hay dinero para estar comprando libros todos los días, y eso se nota-.
De todos modos, no deja de resultar curiosa la influencia del premio Nobel en la España de hoy. Cualquier lector medio sabe que, desde luego, no se premia la calidad literaria, que son otros los baremos y otras las razones por las que un autor se lleva el premio a casa. Pero cuando el que lo obtiene publica con ciertas editoriales -Saramago, Grass- la presión mediática se vuelca en destacar sus valores artísticos y éticos, mientras que en otros casos -Pinter, Jelinek- se obvian.
De todos modos, no termina uno de entender por qué los libreros corren a rellenar sus mesas de novedades con los libros de Le Clézio, por mucho premio Nobel que haya ganado, no por eso van a vender sus libros. Hace un mes que ganó el premio y ya nadie habla de él.

09 noviembre 2008

Monrovia, mi agenda literaria

Amigos, lectores, alumnos, enemigos, desconocidos, políticos, vendedores de pañuelos de los semáforos, camareros, farmacéuticos... Una lista interminable de personas me pedían que este blog fuera más informativo y menos crítico -algunos, piadosamente, decían analítico- porque las entradas son muy largas y lo que cuento en él me intersa solo a mí -sí, así de sincera es la gente cuando uno no les pide que lo sean. Y como no quiero cambiar este blog, que me gusta tal y como está, he decidido abrir esa agenda que me pedían. Se llama Monrovia y se puede visitar desde hoy a través de este enlace.
Espero que os guste y la encontréis, cuanto menos útil.

02 noviembre 2008

La desaparición de la muerte, la oscuridad del presente


Una cosa es que la muerte nos de respeto. Todos sabemos lo que supone la muerte, pero, de ahí a que desaparezca hay un gran paso. ¿Por qué digo esto? Hace tiempo que no compro periódicos en papel. Además de que me da mucha pereza ir hasta el quiosco, cargar con el periódico -siempre me he preguntado por qué no tienen formatos más manejables, los siguen diseñando como si los que los leyesen fueran señoritos que van a hojearlos en el casino del pueblo, y no la gente normal que se encajan como pueden en el metro o el autobús o que deben convivir en barras de bar atestadas de maleducados clientes-, y luego tener que tirarlo en el contenedor de papel, me parece que el signo de los tiempos es Internet. Así que hay que leer la información a través de este medio. Pues bien, hoy he leído un interesante artículo sobre los legados artísticos escrito a seis manos por Torres, Rodríguez Marcos y Ruíz Mantilla. El artículo está bien, correcto, informa del delirante estado de algunos legados y de la injusticia de que los herederos, por el sencillo hecho de ser descendientes de un autor, tengan derecho a algo más que a recibir los derechos de autor que la obra de sus familiares sigue generando. Yo, en esto, coincido plenamente con lo que ha expresado muchas veces Andrés Trapiello: la pasta para los herederos -que a fin de cuentas es lo que les interesa-, pero las decisiones abiertas y públicas. Los herederos de Saint-Exupery se han forrado con el merchandising de los dibujos de su ancestro, por ejemplo, pero no sé qué les da derecho a decicidir quién hace las camisetas con esos dibujos.
Pero bueno, todo esto es accesorio. Lo que me ha llamado la atención es que en el artículo de la edición digital del periódico aparecen enlaces a las fichas biográficas de varios de los autores citados en el texto: Cabrera Infante, Cela, Alberti, Gil de Biedma y Paz. Todos están muertos, como es evidente. Pues bien, en el enlace aparece su fecha de nacimiento, pero no la de su muerte. Aparece detallada: día, mes y año -salvo Gil de Biedma, de quién no aparece el día exacto-, pero no aparece la de muerte. Tan sólo puede uno saber cuándo murió si sigue el hipervínculo. ¿Por qué no aparece la muerte? Se conoce que no vende, que no debe aparecer por ningún lado, no vaya a ser que el lector se asuste. Vivimos en un mundo que le da la espalda a la muerte, como concepto y como encarnación. A nadie le gusta hablar mucho de la muerte -bueno, ni mucho ni poco-, y tampoco se puede uno extender mucho hablando de cadáveres sin que los interlocutores de uno le miren mal. Un ejemplo más: los vampiros. Ahora se han puesto de moda los vampiros y todas las editoriales andan a la caza y captura de novelas sobre vampiros. Sirva, por cierto, como aviso para navegantes: si usted tiene una novela, no importa lo mala que sea, las que se están vendiendo como churros ya lo son, protagonizada por vampiros mándela a una editorial indicando claramente en el manuscrito que es de temática vampírica. Se la editan seguro. (Ya puedo imaginarme a un montón de autores de best-selleres potenciales maquillando sus textos para que aparezcan afilados colmillos y cuellos sangrantes).
La muerte es oscura, da miedo y hay que evitar nombrarla. No hay mejor modo de hacerla desaparecer que no mencionarla. De lo que no se habla no existe, que se lo digan, por ejemplo, a los apóstoles straussistas que ahora siguen negando que las intervenciones estatales en los bancos son actos de control casi marxistas. Bernanke, el presidente de la Reserva Federal de los USA, es experto en el Crack del 1929, y precisamente por eso está poniendo en marcha las acciones que entonces no se realizaron: intervenciones que acercaron mucho el proyecto del New Deal de Roosvelt a los conceptos de socialdemocracia intervencionista europea.
Vivimos en la oscuridad y por eso buscamos ensayos iluminadores. Llevo una semana encontrándome con frases en contracubiertas, fajas promocionales, dossieres de prensa en los que siempre se dice que el ensayo en cuestión es iluminador. No es ya sólo que no se usen verbos como clarificar, explicar, ilustrar, reflexionar y que ahora los ensayos parezcan todos escritos por el dependiente de la sección de lámparas de IKEA, no, lo que nos dice es que el mundo es oscuro -como un ataúd- y que necesitamos de ese ensayo para ver el camino y poder encontrar la salida de este laberinto en que nos vemos.
Si se hiciera un pormenorizado recuento de esas palabras que van bombardeando al ciudadano medio -propaganda al fin y al cabo- veríamos que todo se dirige a la preparación de la llegada de un nuevo líder, un mesías, que nos guiará fuera del sendero de la oscuridad en el que nos encontamos. "Y aunque camine por el valle de la muerte nada temeré, porque tu vara y tu callado me confortan".
Un nuevo mesías en un nuevo orden económico mundial. Zapatero se vuelve loco por asistir a la reunión donde se van a sentar "las bases del capitalismo del futuro". Ya ni siquiera se plantean el futuro del mundo, sino tan sólo el del mercado. Por eso no se habla de la muerte, porque todos lo estamos ya, muertos y desollados, expuestos en la carnicería para que el mejor postor se pueda ir con nosotros en la bolsa de la compra. Quién sabe qué cocinarán con nuestras carnes. Seguro que algo iluminador.

30 octubre 2008

De olores

Datos, tan sólo datos, y alguna apostilla para que los fanáticos del blog no piensen que uno se ha ablandado.

En un país no muy lejano existía una banda de salteadores que se dedicaban a repartirse entre ellos los botines más cuantiosos. Uno de ellos, entregado por las empresas que se dedican a enriquecerse con el monopolio de los ferrocarriles de este país del que hablamos, se producían sospechosos fenómenos en las deliberaciones de los jurados.
Para que nadie diga que estos son opiniones subjetivas:

Premiado Cuento 2008: Benjamín Prado -ese gran narrador y mejor cuentista-.
Miembros del jurado: Luis García Montero (Coordinador del Comité de Lectura de Cuento) -no, no es broma, alguien ha decidido pagar a García Montero para que valore la calidad de unos cuentos, quién tenga curiosidad por conocer la competencia de este como narrador puede echar un vistazo a la antología que Pre-Textos editó con motivo de su trigésimo aniversario, Nosotros, los solitarios, y comprobará que el de García Montero es el peor del libro, y mira que los había malos en el librito-; Jesús García Sánchez (Coordinador del Comité de Lectura de Poesía) -o sea, Chus Visor, donde Prado y García Montero tienen patente de corso.

Premiado Poesía 2004: Bejamín Prado
Premiado Cuento 2004: Vicente Gallego -sí, como cuentista, no es broma.
En el jurado, por supuesto, García Montero, Chus Visor y Carlos Marzal -¿también valenciano, también poeta, amigo de Gallego? Sospechoso.

Premiado Poesía 2003: Carlos Marzal
Segundo premio 2003 de poesía: Felipe Benítez Reyes
En el jurado estaban Chus Visor, como siempre, y Vicente Gallego -véase el año anterior para entender el concepto de un año me lo llevó yo y el siguiente te lo doy a ti.

Premiado Poesía 2002: Vicente Gallego -de no ser una broma fácil se podría decir que este hombre ni cuando deja de trabajar deja de estar entre basura.
Segundo premio poesía 2002: Luís Muñoz
En el jurado el eterno Chus Visor, y nadie más, lo que hace pensar que en este caso es posible que sí hubiera un poco de limpieza en las deliberaciones.

Con los datos aportados -obtenido de la propia FFE, no me los he inventado yo, podemos considerar que:
a) La perpetuación de unos mismos miembros en el jurado favorece la corrupción -lo sabe cualqueira menos los de la FFE.
b) Que, no contentos con su situación hegemónica en el Parnaso poético hispano, los poetas del grupillo de Rota -a fin de cuentas es donde veranean todos- también quieren quedarse con la plata de los premios de prosa.
c) Ni un sólo año hay un cuentista competente en el jurado, lo que desluce mucho el premio.
d) Como más de uno estará pensando esto le digo desde ya que los premios de Fundaciones se hacen con el dinero de todos -es dinero que las empresas dejan de tributar al fisco, de donde se supone que debe salir el dinero para todos los españoles sin distintición alguna- y que por lo tanto estamos en nuestros derecho de criticar sus acciones.

Recuerdo que el primero premio son 15.000 euros y el segundo son 5000. O sea, que no estamos hablando del dinero que cuesta una bolsa de pipas.

Buen fin de semana.

21 septiembre 2008

Lo incómodo


En su libro Cómo hablar de los libros que no se han leído, Pierre Bayard describe el libro interior: la imagen del libro leído que cada lector construye en su mente. Se da el caso de que los prejuicios son, sin duda, uno de los aspectos más determinantes a la hora de la construcción de ese libro interior en cada lector. Es evidente que tendemos a pensar mejor de los libros de autores queridos o admirados que de los detestados o despreciados. Cualquier lector de este blog sabe que a mí me cuesta horrores encontrar algo interesante salido de la cabeza de Javier Marías, o que prácticamente cualquier cosa que escriba Julián Rodríguez me va a interesar. Tampoco me preocupa mucho lo que se desprenda de ello porque cualquiera sabe que soy humano, y cualquier lector inteligente verá que mi criterio es muy interesante y justificado, o sea, que es mejor Rodríguez que cualquier Marías. [Los comentarios al respecto pueden guardárselos, gracias.]
Todo este preámbulo viene justificado por el libro del que voy a hablar: Un pistoletazo en medio de un concierto. La posición de compromiso político de su autora ha hecho que los acercamientos críticos a sus libros sean, por decirlo de un modo educado, controvertidos. Si uno busca en el oráculo encontrará, por ejemplo, la reseña que Diego Salazar escribió sobre el libro en Letras Libres. ¿Sobre el libro? No, cualquiera que haya leído el libro y el texto de Salazar se dará cuenta de que Diego -me voy a permitir el tuteo porque nos conocemos, me cae muy bien y el hecho de que haya escrito ese artículo no modifica el respeto que le tengo-, antes de leer una sola línea, iba a buscar cualquier resquicio por el que atacar a una autora cuyo compromiso ideológico ni comparte ni respeta. Resultado: del libro en sí, de las tesis expuestas en esa conferencia, Salazar habla poco o nada. O sea, que hace un artículo, pero no sobre el libro de Gopegui, sino sobre la imagen que de ella tiene como autora comprometida con el comunismo y, en particular, con el castrismo cubano.
Excurso a la manera Foster Wallace (ya lo estamos echando de menos):
Como detalle, por cierto, invito a la lectura de uno de los comentaristas del texto de Salazar, un tal Roberto M. (Visitante), con un comentario que es toda una joya de la ignorancia. Como desconoce el origen del título del libro de Gopegui, y del otro, que vamos a suponer que sí ha leído, de Cristopher Domínguez Michael, piensa que Gopegui ha copiado al tal Domínguez. Amigo Roberto: Stendhal, leamos a "ese desconocido" llamado Stendhal, y luego nos dedicamos a hacer comentarios más o menos idiotas en la blogosfera.
El libro de Gopegui, como puede entender cualquiera que lo lea -vale sólo tres euros, así que hay pocas excusas-, versa sobre lo polémico de la aparición de la política en la narrativa, y en particular, en la novela, que es el género narrativo más influyente hoy en día -vamos a ahorrarnos el análisis del por qué-. Para hacerlo utiliza un recurso muy interesante: el de usar otra voz, en este caso, la de un joven revolucionario de nuestros días, Diego -no confundir con Diego Salazar, que ni es revolucionario ni es un personaje de ficción, sino un simpático periodista que ha descuidado este detalle al hacer su comentario del libro de Gopegui-, logrando una distancia muy interesante para hablar de ideas que hizo ya famosa Coetzee en los libros protagonizados por Elizabeth Costello. La idea es muy sencilla, pero implica ideas y soluciones complejas: la conferencia no la da el autor, sino un personaje con su propia visión del mundo y su biografía. Más allá de un juego, como se podría pensar, supone un inteligente recurso para evitar esas ideas preconcebidas de los comentaristas del libro, está bien, llamémoslos prejuicios, y coloca una pregunta sobre la mesa: ¿las ideas que se exponen en el libro, son las del autor o las del personaje? En el caso de Coetzee y de Gopegui la solución vendría a ser la misma: es evidente que el autor tiene una clara simpatía por esas ideas de las que habla el libro, pero el hecho de que no aparezcan como directamente suyas le permite ir hasta el final en su defensa de las mismas, porque son las ideas de un ser de ficción. Esto debe ser muy complicado porque no lo tienen en cuenta muchos lectores. Es lo que permite a un autor escribir desde Jack el Destripador sin haber abierto a nadie en canal nunca, o desde la Madre Teresa de Calcuta sin dar una sola limosna en la calle. Algo difícil de entender también debe ser la diferencia entre un texto de ensayos o de debate político y una novela, que es ficción. Usar a un personaje como enunciante de la conferencia es modificar los presupuestos de dicha conferencia. Pero bueno, a lo mejor es una idea muy sofisticada y hace falta un doctorado para entenderla y tenerla en cuenta.
Bien, lo que Diego, personaje, defiende en su disertación es, por un lado, el derecho a hablar de política en la novela, a mostrar una ideolodía en la novela. Permitir al autor y a los personajes, de ahí viene lo del punto de vista democrático y para todos, tener opinión y manifestarla. Como bien señala Diego, uno de los mecanismos más reiterados del poder real de este mercado en el que vivimos -o sea, de aquel que tiene el dinero-, es el de desactivar cualquier discurso enfrentado a su posición tildándolo de adjetivos que van desde el de ingenuo hasta el de perverso. En un mundo donde lo único real son los números -los del DNI, la cuenta bancaria, las tarjetas de crédito y el saldo del banco-, proponer otro discurso, basado en la palabra es, cuanto menos, iluso. Diego presenta en su conferencia un ejemplo muy claro de ese maniqueísmo, la novela de Phillip Roth Me casé con una comunista. Yo, advierto desde ya, no he leído casi nada de Roth, me interesa poco/nada tanto su mirada a la realidad como su obra. Coincido en esto bastante con Foster Wallace, que con la percha de la crítica de un horror de novela escrito por Updike comentaba lo poco que le interesaba la mirada solipsista y ególatra de Roth. Por supuesto, no he leído el libro que usa Diego en su discurso, pero sí que pienso, como él, que su retrato de una comunista es de una superficialidad pasmosa. Supongo que con esa capacidad de construcción de personajes es con la que sus hagiógrafos defienden su candidatura al Nobel, que es un premio que le vendría muy bien para reforzar su ego. [Por cierto, recomiendo a los fanáticos de Roth lo mismo que a los fanáticos de Marías, que me ahorren los comentarios.]
Pero, pasemos con esta percha al verdadero meollo del libro de Gopegui, y lo que lo hace verdaderamente interesante a cualquier lector que sepa abrir los ojos sin prejuicios a lo que se dice en él. Lo que señala es que esa utilización de la política es, o esquemática y prototípica, como en el caso del libro de Roth, o bien tan hermética y elusiva que apenas uno la siente como tal, caso de la obra de Onetti o Piglia, por hablar de dos autores interesantísimos donde la política está siempre presente pero bajo una clave que debe ser descifrada. Lo que sucede, y lo que molesta más porque cumple con los prejuicios de los lectores a los que denominaremos liberales -siempre que uso la palabra con ese significado me viene a la cabeza que pensaría Cervantes si viera en qué se ha convertido su "amante generoso", da escalofríos sólo de pensarlo-, es que Gopegui es revolucionaria y en el ejemplo que busca para su personaje aparece la plasmación del estereotipo que ha construido el capitalismo de un revolucionario. O sea, el problema fundamental de este textos de Gopegui es que no escurre el bulto y no agacha la cabeza, que presenta su texto de un modo directo y honesto. Así que vamos a hacer un ejercicio interesante, que es contraponer un ejemplo contrario, el de un libro con clara vocación progresista donde el autor ha caído, también, en el maniqueísmo.
Isaac Rosa es, desde luego, uno de los autores más interesantes del actual panorama literario. En breve hablaremos de su última novela. Pero vamos a ir a la primera. Se llamó La malamemoria, se publicó en el año 1999, cuando su autor contaba con veinticinco años. El propio Rosa, con la ironía y acierto a que nos está acostumbrando, realizó una "relectura" de ese libro a la que llamó ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, que se publicó en el año 2007. ¿En qué consistió esa relectura? Básicamente en hacer esa autocrítica que el pope Roth nunca se plantearía hacer sobre su propia obra. El autor que ahora es Rosa relee, con ironía y distancia, con acierto y ausencia de piedad alguna, al que fue ocho años antes. Desde entonces ha publicado una novela fundamental como es El vano ayer y está escribiendo y planificando El país del miedo, dos novelas donde la ingenuidad de su primer libro ha desaparecido. Si leemos todos los comentarios jocosos que hace ese "lector" de La malamemoria, vemos que, dejando a un lado los cuestionamientos estilísticos -todo autor inteligente se va dando cuenta de lo innecesario de la retórica y de los adornos en la prosa-, todas sus críticas se dirigen al esquematismo con que presenta a esos autócratas del régimen franquista que no dudaron en llegar hasta donde hizo falta para obtener dinero y poder. Critica no ya el punto de partida del libro -en El vano ayer desde unos mimbres parecidos cuajó una novela estupenda-, sino el propio proceso y lo obvio de los recursos, lo simplista de la caracterización de ese personaje cuya verdad busca el protagonista del libro. Lo ingenuo de esa mirada es lo que se pone en duda. Y no tan sólo porque de ese modo se ajustan las cuentas con el pasado del escritor, sino porque está buscando el modo de ser mucho más eficaz en sus objetivos. Rosa tiene una intención claramente política, se da cuenta de que su primera novela era de una candidez pasmosa, de que perdía su fuerza en lo simplista de su planteamientos. O sea, Rosa se da cuenta con treinta y pocos años de algo que el prostático Roth no se da cuenta a su edad: de lo vacuo de los tópicos a la hora de escribir novelas. Pueden valer para otras cosas, desde las charlas con los taxistas hasta los comentarios simpáticos en una cena, pero no para hacer literatura. O sea, que a lo que renuncia Rosa no es a hacer política -porque la política se hace-, sino a hacerla de un modo simplista y, por eso, ineficaz para sus objetivos.
Como siempre se ha dicho, no hay que dejar de repetirlo, una de las cosas más interesantes de la ideología revolucionaria es que en ella siempre se ha debatido, que hay voces discordantes y que se aprecia una continua necesidad de renovación y ajuste con el presente. O sea, que se hace autocrítica y revisión, algo que no se produce en otras tendencias, como, por ejemplo las liberales. Ha querido la casualidad que, el mismo día en que escribo estas líneas, se anuncie la mayor intervención estatal en la economía desde el Crack del 29. El gobierno Bush, alimentado por los think tank neoconservadores, esos filántropos ultraliberales, inyecta caudales públicos y ejerce de flotador para unas empresas privadas mal gestionadas. O sea, todos los ciudadanos, con sus impuestos, salvándole el culo a los empresarios que viven en mansiones. Lo más parecido, bueno, es idéntico, a este estalinismo que tanto dicen detestar que se ha visto en muchos años. A lo mejor va a resultar que Koba está más vigente de lo que pretenden vendernos.
De eso habla Gopegui a través de la voz de Diego en Un pistoletazo en medio de un concierto. De la necesidad de hacer buena literatura para hacer política, de la necesidad de que la política se traslade a la literatura del modo más exigente y meditado. Esto puede resultar sorprendente para alguien acostumbrado a las simplificaciones demagógicas del debate político, los matices y la necesidad de esa ironía que exige una novela pueden pasar desapercibidos para muchos. Más aún en un país como el nuestro con la clase política que tenemos -Aznar leyendo las Habitaciones separadas de García Montero en un debate sobre el estado de la nación por recomendación de sus asesores-, o con los periodistas que se encargan de analizarla -por ejemplo, Jesús Maraña que, además de ir a debates de alto nivel en la televisión, considera El juego del ángel de Ruíz Zafón como una magnífica metáfora del intrincado navajeo político y mediático del PP-. La realidad es que nos toca vivir en un mundo donde lo único medianamente refinado son los mensajes publicitarios, que están ideados muchas veces por poetas y narradores, pero lo demás aparece de modo bastante basto y grueso. Es una pena que no se sepa leer un libro más allá de prejuicios, y, sobre todo, que se haga de una manera tan superficial. Bayard habla del terror que sienten los autores cuando se les habla de sus libros, porque saben que en la mayoría de los casos van a descubrir lo mal que se ha entendido su mensaje. Imaginemos el caso en que ni tan siquiera se lee el libro, sino que uno ya sabe lo que va a pensar de él... Pues eso.

10 septiembre 2008

Mucho de novela, poco de gráfica

Introducción
Mucho he leído sobre este libro desde que se editase, y he ido comprobando como ha ido realizando un camino lleno de elogios y de recomendaciones, que hacen augurar un buen futuro para el libro. Por otro lado, he leído que en algunas instituciones educativas tienen ya el libro entre las lecturas que se recomiendan al alumnado, y que alguno de ellos ha llegado a presentar una demanda para que el libro fuera considerado pornografía y retirado de esas lecturas recomendadas. Dejando a un lado la enorme cantidad de obras artísticas que deberían, siguiendo ese criterio moralista e hipócrita, ser prohibidas es fascinante -yo comenzaría con todas las pinturas, frescos y grabados en los que se ve a Cristo desnudo, a Adán y Eva desnudos y demás, a fin de cuentas, no sabemos qué pensamientos pueden despertar en la turbia mente de los jóvenes-.
Bien, dejando a un lado ese aspecto, creo que la obra de Alison Bechdel serviría para abrir un debate interesantísimo sobre cómo se producen estos éxitos populares y, en qué medida, dan una clara imagen de la pobreza cultural del mundo en el que estamos viviendo.
A mí la lectura de este libro -voy a insistir en no llamarlo cómic, tebeo o novela gráfica por lo que iré explicando a lo largo del texto- se me ha hecho sumamente incómoda, tediosa, y eso se debe, sin lugar a dudas a la pobreza narrativa del mismo. No deja de ser curioso que haya triunfado del modo en que lo ha hecho un término tan idiota como "novela gráfica", que es, quizás, lo único malo que se sacó de la manga Will Eisner.

La novela gráfica
Cuando, dentro de unos años, alguien venga a hacer la historia del cómic en España, se reirá mucho al pensar en cómo dimos un salto atrás sin apenas darnos cuenta. Hace muchos años, unos treinta para ser exactos, Will Eisner se inventó un nuevo término para vender una historia que tenía entre manos, se trataba de "Un contrato con Dios". Eisner, que había revolucionado el mundo del pulp con las historias de The Spirit, llevaba tiempo queriendo contar historias largas y ambiciosas, pero el mercado de los USA no tenía espacio para ellas. Entonces se fijó en Europa, y en particular en los álbumes que inundaban el mercado franco-belga. Por aquellos años, el cómic tenía un estatus muy distinto en el viejo continente. Aquí los autores podían publicar sus cómics dos veces. Primero por entregas, en revistas como Metal Hurlant, cabecera histórica para entender la evolución de la narrativa gráfica de aquellos años, y luego en álbumes. Podían tocar cualquier tema, tanto de índole personal como ficcional, erótico y a veces hasta pornográfico. Un año antes de que Eisner acuñase el término para colocar sus álbumes en el mercado yanqui, Moebius -heterónimo de Jean Giraud- había publicado El garage hermético, una obra fundamental para entener la libertad temática y creativa a la que llegaron los autores europeos por esos años -ejemplo de lo hondo que caló el tebeo entre los lectores de aquella generación es la cantidad de bares que, por toda Europa, rinden homenaje a aquel libro-. Así que Eisner se sacó de la manga una nueva realidad dentro del mercado de su país, pero de ahí a que lo sea para nosotros hay un largo trecho, en España leíamos muchos álbumes antes de que nadie comenzara a publicar aquí "novelas gráficas".
Lo curioso es que hoy uno se encuentre con una verdadera multitud de lectores que se acercaron al cómic desde sus lecturas de género superheroico y hayan entendido al buscar las raíces del trabajo de autores como Frank Miller que eso de las "historias adultas", largas y demás, se llama novela gráfica. Ahí comenzó el lío. Porque, aunque nos pese, la realidad es que la media dentro del periodismo -incluso el de sectores tan minoritarios como el del tebeo- es más bien baja, y normalmente un periodista repetirá como un loro lo que le han contado sin cuestionarlo ni investigar sobre ello-. Así que, un término como novela gráfica viene muy bien, porque permite ignorar la carga peyorativa de la palabra tebeo -se conoce que Mortadelo y Filemón no están a la altura-, o la carga "cultureta" de cómic -que se refiere a los que leen los raritos que tienen pósters de Tintín en casa, y de hecho los llaman affiches, los muy...-; y, al mismo tiempo, lo acercamos al "siempre prestigioso" terreno de la novela -ignorando que a lo largo del siglo veinte la novela ha legado desde Proust o Faulkner hasta Ricardo Boffil hijo o el cuñado de Ana Rosa Quintana-. Así es como se acuña un término que suene bien aunque no aporte absolutamente nada. Me recuerda a cuando los señores de Iberia decidieron que las aeromozas debían llamarse azafatas, que era un tipo de camarera de corte ya inexistente. Hoy tenemos azafatas en los aviones, en los congresos y hasta en las promociones de embutidos de los supermercados. Porque suena más bonito.

Narrativa gráfica
De todos modos, que se inventen un nombre para vender algo mejor no es algo nuevo, y no estoy tan loco como para que eso me aleje del disfrute de esos libros. No, lo problemático es que generan una nueva percepción de lo que es un cómic. El otro día comentaba con una amiga, fanática de Thomas Ott, uno de los más interesantes narradores gráficos de que disfrutamos hoy, que a mí de pequeño siempre me encantó El príncipe valiente. Entre otros argumentos para burlarse de esa afición infantil -la verdad es que yo disfrutaba mucho de esos cómics de niño, pero no sé si hoy me los metería entre pecho y espalda-, ella expuso que, en realidad, no se trataba de un cómic, que eran ilustraciones con pies de foto. Y en buena medida tenía toda la razón del mundo, porque cualquiera que ha leído la obra de Hal Foster sabe que se trata de postales a las que añadía los textos a pie de página. Las razones del por qué lo hicera pueden ser variadíasimas. Yo siempre he creído que es por una finalidad estética: este hombre dibujaba tan condenadamente bien que le tenía miedo a que un bocadillo tapara alguna filigrana o detalle que le había llevado horas. Hoy en día, después de la evolución que facilitaron creadores europeos como el mencionado Giraud o Hugo Pratt, después de Tintín y la línea clara, después de la invasión del manga -totalmente lógica si atendemos a los sofisticado de sus planteamientos estéticos y narrativos-, las historias del príncipe Val de Thule se han quedado muy, muy añejas. Casi hay que quitarles el polvo para poder disfrutarlas.
Lo curioso es que las "novelas gráficas" que hoy en día se nos colocan insistentemente abundan, de modo maquillado, eso sí, en el mismo defecto de carencia total de narratividad gráfica. Vamos a enumerar algunos ejemplos. Comencemos por Joe Sacco. Si uno lee algunos de los cómics de Sacco comprobará que sigue la estética más o menos feísta que se impuso en el underground yanqui a raíz del éxito de Crumb o Shelton, y que calza muy bien con esos reportajes cercanos al documental que él trabaja. Pero una de las cosas que hacen no incómoda, sino angustiosa la lectura de los mismos, son los bocadillos llenos de palabras que se comen a veces las viñetas. O sea, es un cómic donde la palabra tiene una presencia apabullante, y la narrativa gráfica queda en suspenso, a un lado. Al menos, eso sí, Sacco de vez en cuando se marca viñetas enormes con enfoques sorprendentes o composiciones arriesgadas, tonto no es, desde luego, pero leer En la franja de Gaza es someterse a una dura penitencia: la de leer muchísimo texto escrito con las mayúsculas nerviosas y vibrantes de una rotulación manual -lo que es doblemente cansado para la vista y, por extensión, para la lectura.
Maus, ya lo comentamos aquí, es considerado el "mejor cómic de la historia" porque trata el tema del Holocausto judío, lo hace de una manera atrevida, novedosa -siguiendo la estética aparentemente inocente de los funny animals pero llevándola más allá-, y eficaz. Tan eficaz que se hizo con un premio Pulitzer y, desde entonces, parece que hizo más respetable al género. Sirva como detalle decir que los dos primeros álbumes de Paracuellos no tienen nada que envidiar a la obra de Spiegelman ni en calidad, ni en compromiso, ni en capacidad de reflejar la maldad humana y, además, están mucho mejor dibujados y poseen una narrativa gráfica mucho más potente. Pero no tiene el Pulitzer, claro. Lo más curioso es que esa gente que habla del estupendo -porque es estupendo, ojo-, libro de Spiegelman como el "mejor cómic de la historia son, en la inmensa mayoría de los casos, gente que ha leído muy pocos tebeos. Incluso del Super Humor o de Pulgarcito. Muy poco. Porque de haber leído más se habrían dado cuenta de que la narración es muy torpe, hay una reiteración de planos que la hace algo cansina, una enormidad de textos que, muchas veces son pleonásticos y que no hacen más que repetir lo que se narra con las imágenes y que el esquematismo del dibujo hace que, en algunos pasajes, la historia pierda efectividad. Es lo que tiene la isocefalia, o la poca destreza en el dibujo. O sea, una vez más, estamos ante un cómic que les gusta a los que no han leído muchos cómics.
Y, para terminar esta enumeración, hablemos del libro que nos ocupa: Fun home. Una familia tragicómica de Alison Bechdel.

Mucha literatura y poca narrativa gráfica
Si uno se acerca a este libro verá que, para su elaboración, su autora ha leído mucho. Ha leído a Proust, ha leído a Wilde, a Colette, a Scott Fitzgerald, y muchos otros textos. Todas esas lecturas se ven perfectamente reflejadas en el texto, pero no a efectos internos, de estructura, de construcción de la trama. O sea, no son alimento creativo, sino que hay una cierta exhibición de las mismas. A lo largo de las viñetas del libro vemos que su protagonista, la autora, lee mucho, pero que mucho, como lo hacía su padre. Y que todas esas lecturas, siempre cercanas a las experiencias homosexuales o lésbicas -la verdad es que en el libro hay poco más que eso, se ve por ahí a Tolkien y poco más, quizá haya que ver en la amistad de Frodo y Sam una relación homoerótica-, se han usado como continuo espejo para la narración. Uno llega a pensar que en esta narración autobiográfica, memorialística, hay un exceso de literatura. Como si el hecho de que hubiera tanto libro le da mayor empaque a la historia, le da una mayor altura. Toda la narración usa, muchas veces de un modo distorsionado e interesado -lo que no está mal, la cita se transforma en todo texto dependiendo de las necesidades el autor que cita-, esos libros para entregar información al lector. Citas, cartas -que aparecen con una rotulación que, supongo, pretende reflejar de modo verosímil lo que es una carta manuscrita o un diario, pero que en muchos casos se hace casi imposible de leer- y textos de apoyo. Una continua voz en off, una marcada concesión a la radionovela, al narrador cómodo, a lo que sólo cuando es imprescindible se debe rebajar un narrador gráfico. ¿Para qué hacer un cómic, narrar con imágenes, con viñetas, si uno finalmente opta por la palabra? Yo me he estado haciendo esa pregunta en todo momento mientras leía el libro.
Un libro que se lee, de todos modos, hasta el final. Porque la historia en sí tiene su interés: una chica lesbiana se entera de que su padre ha tenido relaciones homosexuales y se clarifica así ese extraño vínculo especial que siempre les unió hasta la trágica muerte del padre. La sinopsis es atractiva, desde luego, y la autobiografía de la autora es interesante y la transmite de un modo fresco, simpático. Bien es cierto que uno se pregunta, también, si no ve lógico que hubiera una relación especial con su padre por ser su única hija, frente a sus dos hermanos varones, o por su afición lectora. Pero, ya que todos habitamos en una ficción, es lícito que cada uno se construya la suya, y si ella prefiere entender que ese lazo tenía que ver con el modo en que ambos viven su sexualidad, pues no hay más que darle la razón.
Lo que no se comprende es que no haya escrito un libro ya que, desde luego, lo de narrar con imágenes no es lo suyo. Antes de que nadie se me eche encima, reconozco que hay narraciones visuales, películas, entregadas a la palabra, a la escritura. Todos los trabajos de la Duras en cine, por ejemplo, llegan a hacerse cargantes por eso, porque la omnipresencia de la voz en off y las imágenes de escritura demuestran hasta qué punto hay una escritora detrás de esos fotogramas. Una escritora, no una cineasta -por eso sus mejores trabajos fueron aquellos en los que buscó colaboradores que rellenaran sus huecos-, y ella nunca renunció a su labor de escritura.

¿Cuando sacan la película?
Al final, sí, llega la exposición de la teoría, el intento de explicarme el por qué de esta predilección por cómics marcadamente torpes. Yo creo que vivimos en una era de la imagen, nuestra educación es visual -la misma lectura es algo visual, en cualquier caso-, y más todavía audiovisual. Nos hemos acostumbrado a recibir las historias con imágenes, y parece ser que cada día cuesta más leer un libro, entregarse a una página llena de símbolos que requeiren de una labor de construcción del universo que nos proponen enteramente propia. Un libro no nos da fotos, dibujos, sino que tan sólo nos da palabras. Umbral decía, y Masats lo recuerda con gran oportunidad, que "una imagen vale más que mil palabras, sobre todo si la imagen es de Baudelaire".
Leer un libro con imágenes es, siempre, más socorrido. Los libros infantiles están llenos de imágenes, no sólo para que el niño se divierta o se vea atraído por ellas, sino porque le entregan un mundo. Cuando se es niño uno no ha almacenado toda la realidad que los adultos tienen en la cabeza, se necesitan iconos, imágenes, para que la imaginación -sí, fíjense en las raíces, semánticas, que no es casual- se ponga en marcha. Se conoce que este mercado voraz, al que llamamos contemporaneidad para no hacernos daño, sabe que ha conseguido prolongar nuestra niñez y adolescencia para poder colocarnos mejor los productos que nos quiere vender. Ya se sabe lo fuerte que es el deseo cuando se es joven. Y por eso nos entrega libros ilustrados que calmen la necesidad de esos libros de la infancia. En realidad, Sacco podría hacer reportajes como los de Kapuscinski si supiera escribir mejor, y Bechdel podría hacer una novela autobiográfica si escribiera mejor, y Spiegelman podría haberle pasado los guiones a un dibujante más hábil. En el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Hay un montón de testimonios sobre el despertar sexual, las relaciones paternas y la familia en las bibliotecas, pero muy pocos en la sección de cómic. Es más fácil destacar ahí. No digo que haya una elección consciente de dedicarse a un género más pequeño para poder despuntar en él. No, pero sí que es evidente que, con menos méritos, uno recibe más atención. Se dice muy a menudo que estamos viviendo una época de esplendor en el cómic, pero la realidad es que la mayoría de esas "piezas fundamentales" que se editan son reediciones o rescates de trabajos de hace años. Algo parecido pasa con la literatura, pero nadie dice que "estamos viviendo un momento de esplendor", ni monsergas por el estilo.
Este auge del cómic pobretón, cómodo y de escasa calidad, viene muy bien para que esos conocidos poco amigos de la lectura puedan cambiar la pregunta de "¿para cuando hacen la peli?" con que entraban en nuestras conversaciones sobre libros, por un "¿has leído tal o cual cómic?". Se siguen enterando de lo mismo, pero al menos ya no es el cuarto de baño el único lugar donde hay celulosa en sus casas.
Alison Bechdel Fun Home. Una familia tragicómica Mondadori, Barcelona, 2008