18 octubre 2006

La memoria está llena de olvido

Alguien en la redacción del Babelia piensa, y me hace quedar mal en mis continuas quejas sobre la superficialidad y estulticia de los mal llamados suplementos "culturales" de los diarios de gran tirada. Tengo la sospecha de que debe ser Javier Rodríguez Marcos, pero como no lo sé con certeza no cometeré la imprudencia de señalarle como la mente pensante de la redacción, no vaya a ser que los jefes se enteren y le pongan de patitas en la calle por peligroso.
Pues bien, este sábado, apenas me había levantado y estaba tomando una catalana con jamón -aunque allí no la llaman catalana- en la Barceloneta, en la plaça de Hilari Salvadó para ser exactos, hojeando el periódico -porque desobedecí a Riechmann y compré El País- me encontré con una serie de artículos más que interesantes. La percha eran las confesiones que Grass ha hecho este verano sobre su pasado como soldado de las Waffen SS, pero lo acertado de los artículos es que de lo que había que hablar es de por qué en España nadie ha entonado un mea culpa similar, pese a que todos sabemos que muchos se valieron de su filiación al régimen franquista para medrar y mantener un estatus social e intelectual que, en realidad, nunca habían tenido.
Santos Juliá, agudo como acostumbra a ser, basa su artículo en la idea de que en la Transición todos tuvieron que olvidar -me gusta mucho la ironía de esa cursiva que se repite a lo largo del artículo- para construir un futuro. Para ello demuestra que muchos de los que trabajaron por la llegada de la democracia - es esto que llamamos democracia hoy, todo hay que decirlo, que sin ser la bomba es mejor que lo de Franco- estaban decididos a pasar por encima de rencores. Y eso es, a qué mentirnos, bueno. No se puede construir sobre el rencor -y eso deberían pensarlo las asociaciones de víctimas del terrorismo que reincidentemente boicitean el proceso de paz, sea más acertado o no, amparándose en un deseo de venganza enmascarado de sed de justicia- pero conviene no olvidar que tampoco hay que meterlo todo debajo de la alfombra cuando viene la suegra, porque antes o después se desborda todo.
Comparar la actitud de Laín Entralgo -un intelectual poco sólido que medró a la sombra del Caudillo y que mantuvo su prestigio gracias a un libro vergonzoso en que confesaba no estar de acuerdo con todo lo que había hecho el régimen pero publicado tras la muerte del dictador- con el caso de Aranguren -que de joven participó en la ideología del alzamiento pero que pronto se desvió de sus postulados y se enfrentó a ellos hasta sufrir la expulsión de su cátedra y el posterior exilio- es arrimar demasiado el ascua a su sardina. Y por eso el texto de Santos Juliá se queda a medias.
El de Juan Carlos Mainer sirva más como inventario de muchas conductas dudosas, de textos de segunda fila que hoy han quedado como notas a pie de página de los libros de Historia, nunca de los manuales de Literatura. Y en eso acierta, si bien hay poca intención de "mojarse" en el artículo, sino más bien se quiere presentar un panorama antes que entenderlo y valorarlo, sí que resulta revelador de cómo se mueve la literatura, o las informaciones en torno a ella, donde es más sencillo caer en el comadreo y el cotilleo que hacer una lectura seria de la obra de un autor.
Miguel Ángel Villena realiza un repaso a las opiniones de una serie de escritores, directores de cine, consultados. Y resulta muy reveladora porque evidencia que en los círculos de entendidos no se ha olvidado nunca lo que las instituciones, los manuales de Historia y los medios de comunicación han preferido obviar u olvidar. Por ejemplo, el pasado falangista de un autor por momentos excepcional como Torrente Ballester, o el oficio de delator que Cela ejerció con alegría, aunque se quiera olvidar para no manchar la imagen de un premio Nobel. Tanto Chávarri, Chirbes, Gil Calvo, Altares o Suso de Toro demuestran que los intelectuales de este país no olvidan algo que la sociedad sí parece haber querido olvidar. Pero viene a demostrar una realidad, que el pasado no está cerrado, que en la transición política y en la académica se ha querido cicatrizar una herdida que no había curado, y que quedan cosas, asuntos, por resolver.
Los de Trapiello e Isaac Rosa son contrapuestos y al mismo tiempo coincidentes. Son contrapuestos porque uno defiende la vigecia y la oportunidad del rescate de algunos autores que permanecieron fieles al franquismo y que se han visto relegados del canon por cuestiones ideológicas pese a su innegable calidad literaria, el otro defiende la recuperación de otros autores del exilio que siguen en la sombra porque su espacio en los manuales lo ocupan autores que se quedaron en España con mayor o menor fidelidad al régimen. Lo que hermana ambos puntos de vista es un interés en que ese ajuste y reordenamiento se haga desde una perspectiva literaria, que los intereses ideológicos o políticos se dejen de lado para construir una verdadera Historia de la Literatura.
Y creo, honestamente, que es ese el camino. Hay que tener en cuenta que una cosa es la literatura y otra la ética. ¿Cómo acercarse a la obra de Céline si uno no olvida su actitud? Sería imposible. Leer a Vargas Llosa supone pasar por encima de que es un intelectual orgánico vendido a todo el que le pague, que no duda en ceder su marca, su imagen siempre que haya un cheque de por medio, pero que pretende mantenerse como paladín de la libertad que ofrece el sistema neoliberal, olvidando, o pretendiendo hacerlo, que se ha convertido en un tendero que sencillamente valora la libertad de horarios de apertura y de precios que puede imponer en su puesto del mercado, pero que eso no es cultura.
Hay que rescatar la obra de autores franquistas y de exiliados y colocarla en su justo lugar, con lo que la de otros palidecerá y, con el tiempo, desaparecerá de los manuales. Y hay que ajustar cuentas judiciales y morales con otros, por supuesto. George Santayana dijo aquello de que "Aquel que olvida la historia está condenado a repetirla", pero yo creo que esto es aún peor, nosotros seguimos instalados en esa parcela de la historia, y parece que nadie esté dispuesto a que esto avance.