14 febrero 2007

El sabor de un clásico

Una de las cosas más injustas que tiene la enorme profusión de novedades editoriales que ocupan todo el espacio de publicaciones a Internet es que se habla poco de los clásicos. Salvo en las facultades, o en los institutos, no se gasta apenas esfuerzo en las obras de referencia de nuestra cultura. Son, de hecho, los grandes desconocidos de la literatura, se supone que todos los han leído, sobre todo porque se nos “obliga” a lo largo de nuestra carrera, pero la realidad es que no es así. Yo, sin ir más lejos, todavía recuerdo la entusiasta felicitación de mi profesor tras finalizar el examen de la Literatura española de la Edad Media de primero de carrera, estaba contentísimo del profundo conocimiento que había demostrado de todos los libros que había que leer a lo largo del curso. Yo, tras asegurarme de que ya estaban enviadas las actas al centro de estadística, le confesé que no había leído ninguno, que había leído con atención el manual de Deyermond –los filólogos lo conocen. La desilusión que entreví en su mirada es muy similar a la que a veces me embarga cuando en alguna librería hojeo algunos de esos clásicos medievales. Como si se tratase de relaciones fallidas -uno sabe que nunca volverá a intentarlo con ellas- o nunca intentadas sólo le queda a uno preguntarse cómo habrían sido. La sospecha de no haber vivido –de no haber leído- siempre permanece. Me gusta pensar que cuando al año siguiente, con el mismo profesor, leí todas las lecturas del Siglo de Oro, no fue sólo porque me interesaran más, sino porque en parte se lo debía. Y creo que salí plenamente correspondido –no, no pretendo convertir este blog en un lugar edificante, es sincero.
También aprendí otra cosa en la facultad, y es aprender a elegir las ediciones en las que uno lee un libro. No es algo que haya aprendido sólo yo. El otro día me encontré con un compañero de la facultad y su chica –iba a escribir señora, pero me sonaba muy Bertín Osborne y me ha parecido mejor usar ese juvenil apelativo- y veo que en su domicilio tienen el mismo problema. Mi colega tampoco puede comprarse un libro cualquiera, así que aunque ella ya ha claudicado con lo de los libros no entiende por qué no pueden ser al menos de bolsillo.
Por eso, de vez en cuando, uno se lleva alegrías, y a finales de este año pasado una de las mejores fue saber que Francisco Rico –ese filólogo que es muy bueno, sí, pero al que le gusta creerse mejor de lo que en realidad es- ha conseguido desligar su Biblioteca clásica de la editorial Crítica –propiedad de Planeta- y se ha pasado a Galaxia Gutenberg –que es de Bertelman- con lo que van a ir publicando todos los clásicos que ya editaron entonces, y de los cuales muchos estaban agotados, y los que se quedaron entonces en la cuneta.
Para el que no conozca la Biblioteca –que es el más afortunado porque es el que se lleva la alegría pura y desnuda de conocerla- decirle que son ciento once títulos –al menos así era en el proyecto para la editorial Crítica- publicados en edición crítica –o lo que es lo mismo, un filólogo competente ha fijado el texto de las posibles variantes para establecer el texto más fiel posible-, con un estudio introductorio, notas a pie de páginas sin llamadas en el texto que interrumpan la lectura, otras aclaratorias tras el texto en sí, un profuso aparato crítico que justifica las elecciones de una versión del texto u otra y una extensa bibliografía –todo esto ya no lo explico, el que quiera saber lo que es cada cosa que se chupe los mismos cinco años de carrera que me tragué yo- y, en algunos casos, por el tiempo que ha pasado desde que se realizaran las ediciones, un nuevo prólogo.
Esa es la descripción de la nueva edición de la Epístola moral a Fabio. Para su realización se tomó la edición que Dámaso Alonso publicó en Gredos en el año 1978, actualizando los criterios de edición y la presentación de la obra al modelo de la biblioteca clásica. Se le añadió un interesante prólogo de Juan F. Alcina y el propio Francisco Rico y se actualizó la bibliografía sobre el texto a la fecha de la edición de la obra, en 1992. Para esta nueva edición se han actualizado de nuevo las referencias bibliográficas y pulido algunas notas, obteniendo así un resultado único, posiblemente la mejor edición que se haya editado del poema de Andrés Fernández de Andrada.
Porque, y esto es lo mejor a pesar de que el largo preámbulo haya hecho pensar lo contrario, la mejor noticia es poder disfrutar, una vez más de este delicioso poema. Para hacernos una idea aproximada de la calidad del mismo bastaría decir que siempre se destaca las virtudes de autores como Rulfo, que han pasado a la Historia de la literatura con apenas trescientas páginas de gran literatura, así que no es difícil imaginar lo excelso de un poema de doscientos cinco endecasílabos que ha hecho inmortal a su autor. Borges acostumbraba a decir que un solo verso memorable salvaba a un poeta, bien, ¿qué hacer con un autor que escandió más de doscientos de ese calibre?
Alcina y Rico, en su estudio preliminar, indican ya la valoración, siempre muy positiva que desde su creación ha tenido la Epístola dentro de la lírica hispana. Y Dámaso Alonso señala las cualidades que la singularizan dentro de la poesía española. En una literatura como la nuestra, propensa al barroquismo, al exceso y a la retórica, exaltada desde muchas cátedras universitarias precisamente porque en su oscuridad y hermetismo radican los posibles estudios y exégesis de la misma de los que se viven en el mundo universitario, resulta singular la extrema claridad de algunas de las más altas cumbres de nuestra lírica. San Juan, Bécquer, Juan Ramón son poetas que pueden ser entendidos por todos, y que huyen de la retórica vana como alma que lleva el diablo. La escasa obra que conocemos del capitán Fernández de Andrada –apenas la epístola, una silva y una carta que también están incluidas en el libro- lo sitúan en esa estela.
Señala Dámaso Alonso en su aplicadísimo –como todos los de él- prólogo, que no ha habido en toda la literatura española una muestra más robusta de dicción natural y sentido diáfano. La lectura del poema se revela natural, en él no se hay apenas hipérbatos –qué plural más complicado, cómo lo evita Alonso en su estudio-, y los tercetos encadenados sirven como unidades únicas del pensamiento. Cada idea está estructurada en esos tres versos, y, en el caso de ser más compleja, se extiende en dos o tres tercetos a lo sumo, pero siempre estructurada de tal modo que en cada uno de ellos encontremos, al menos, una de las parcelas del sentido. Y es importante este aspecto, ya que el contenido del poema es extenso. No se trata de un poema lírico sin más, sino que es un verdadero tratado de maneras, de entender el mundo y de moverse en él, y no se agota en su lectura, sino que, una vez terminado, descubre el lector que el texto no lo ha abandonado. Y todo está dicho con una transparencia casi imposible.
Porque, ojo, la claridad del texto no debe engañarnos, pese a que, como dice el propio Andrada a Fabio “Una mediana vida yo posea, / un estilo común y moderado, / que no le note nadie que le vea.”, la verdad es que esa facilidad es engañosa. Hay pocos adjetivos repetidos en el poema. Alonso lo señala en el prólogo, y cuando están repetidos es porque se está aludiendo a sus diferentes significados posibles. Así pues, como sabe cualquiera que escribe, la naturalidad es, siempre, el más difícil de los artificios.
No se cansa uno de leer una y mil veces los endecasílabos de este poema, y no se cansa uno de hacerlo en esta edición. Había pensado buscar en las bibliotecas digitales la Epístola y colgarla aquí, para dignificar un poco esto, pero es mejor que no. Un poema así no debe leerse frente a una pantalla, sino en la soledad de cada uno: la cama, el sillón, una mesa de un café y siempre acariciando el papel en que está impreso. Si puede ser en esta edición mejor para el lector, pero la obra de Andrada –y por eso daba antes el palo a Rico, porque a veces olvida que lo importante es la obra y no el que la edita- vence a cualquier edición en que se la lea.
Pocos poemas merecen tanto una lectura “antes que el tiempo muera en nuestros brazos”.

Andrés Fernández de Andrada Epístola moral a Fabio y otros escritos Centro para la Edición de los Clásicos Españoles. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2006