19 febrero 2008

Pasaporte a otro mundo

¿Por qué un hombre decide dibujarse a sí mismo como un conejo? Pues no lo sé, la verdad, pero es algo que llevamos ya mucho tiempo disfrutando los que seguimos la labor de Ricardo Liniers Siri, para los seguidores Liniers a secas, en su blog personal. La labor de Liniers es un secreto que ya conocen masas, porque basta con acercarse a uno de los Macanudos para quedarse enganchado. Tanto es así que yo tengo locos a los amigos que viajan a Buenos Aires con los encargos de libros de Liniers, de agendas, de Bonjour y lo que se tercie. La verdad, con Liniers me he vuelto totalmente acrítico. ¿Por qué? Porque nunca me defrauda. Como los buenos amigos, uno no puede dejar pasar ocasión de verle, en este caso de leerle. A lo mejor no es siempre genial, a lo mejor no es siempre divertido, pero desde luego es entrañable, y te ayuda a pasar un buen rato siempre. No sé cómo medirá cada uno de esto de la amistad, pero para mí se acerca mucho a esto.
Este libro tiene, además, una particularidad, ya que se trata del primer libro de Liniers que podemos leer aquí antes que los argentinos –sí, es cruel e infantil, pero me produce un cierto placer poder ir a una librería y comprarlo sin tener que pedirlo por Internet o liar a otro amigo para me lo traiga en la maleta-. La idea del libro salió de Mónica Carmona, editora de Reservoir Books, que se animó a proponerle a Liniers que, de entre los numerosos cuadernos en los que va dando cuenta de su vida y anécdotas, de los que de vez en cuando enseña algo en su blog –lo tienes en los enlaces de la columna de la derecha desde hace años, en qué estabas pensando que todavía no has usado el dichoso hipervínculo-, sacase los que van sirviendo como documento de los viajes que realiza por medio mundo. El resultado es este Conejo de viaje, donde contemplamos una nueva manera de ver sus periplos por Sudamérica, Europa, Canadá y la Antártida –Dios bendito, al escribir Antártida compruebo, indignado, que el corrector del Word me señala la palabra o me la corrige por Antártica, en qué coño piensa Guillermo Puentes-.
Aquí podemos comprobar, de primera mano, de dónde nace la mirada de Liniers, por qué se fija en las cosas en que se fija, la habilidad que tiene para el dibujo –los bocetos de casas y panorámicas son una buena muestra de ello-, pero, por encima de todas estas cuestiones, el entusiasmo con el que vive su vocación ilustradora. Y eso es contagioso, siempre lo es.
Y luego, como quien no quisiera, se cuela ese peculiar humor de Liniers, donde, por ejemplo, nos da a entender que a lo largo de cinco días en Madrid ha tenido una vida social tan ajetreada que apenas ha podido dibujar una página, o el placentero modo de retratar la tranquilidad de Ubatuba, etc.
Una delicia magníficamente editada –la tela de la cubierta, el papel, los cantos redondeados…-, todo nos remite a una edición cuidadísima. Una delicia para los seguidores de Liniers y una suerte para los que todavía no se han puesto en contacto con él.