15 noviembre 2010

Tontos somos todos aunque nos creamos muy listos


Hoy se ha producido en Madrid la "mayor liberación de libros de la historia". Todos deberíamos estar dando saltos de alegría porque, por una vez, algo relacionado con libros se convierte en un fenómeno en las calles de la capital española. Pero, curiosamente, el día elegido ha sido un sombrío domingo de noviembre en el que durante casi todo el día ha estado lloviznando. No ha tenido el clima el detalle de permitir que luciera un sol otoñal de los que, muchas veces, nos regala Madrid en esta época. Pero, quizás, ha sido porque el tiempo, muy sabio, se ha dado cuenta de que toda esta martingala de la liberación de libros no merecía esfuerzo alguno.
Yo debo ser muy antiguo y retrógrado, porque a mi la idea del "bookcrossing" me parece una solemne estupidez. No entiendo el concepto de que un libro esté retenido o enclaustrado a la espera de que alguien lo libere. Los libros, como sabe cualquiera que haya usado uno -algo que muchos no han hecho nunca, de ahí que no sea tan absurdo el referirlo-, se liberan en la mente del lector cuando éste transita por ellos. Dejar un libro en la calle no es, desde luego, liberarlo. Es dejarlo en la calle. Porque, conviene no olvidarlo, desde hace muchos años hay unos lugares destinados a albergar libros y que pueden ser usados de modo gratuito por el ciudadano que desee leerlos. Se llaman bibliotecas. Son un muy buen invento que, como sucede casi siempre con esta modernidad idiota que nos rodea, algunos se empeñan en destrozar. Por ejemplo, con las mediatecas, o con la idea de que hay que atraer al "público lector" -uno de esos sintagmas cargados de sentidos místicos- realizando actividades lúdicas y festivas que les haga perder el respeto a los usuarios potenciales de dichos espacios. Y, lo mejor de todo, es que cada vez hay más bibliotecarios contentísimos con que las bibliotecas se llenen de gente que va a conectarse a internet, a llevarse prestados cd y dvd, de madres y padres que convierten durante los meses de invierno la biblioteca infantil en el parque infantil con calefacción, y las salas de lectura se transforman en receptáculo de manadas de estudiantes durante los meses que preceden a los exámenes y desiertos e ignotos espacios el resto del año. Las bibliotecas, por fortuna, eran lugares donde había poca gente, donde se estaba callado, donde iba el que quería y encontraba allí los servicios atentos y eficientes de sus trabajadores. Que, se conoce, deben ser los carceleros de los libros.
Porque la idea del bookcrossing es llevar los libros a donde no suelen estar. O sea, abrir espacios para que los libros se dejen ver por gente que no tiene ningún interés en ellos. Porque ir hasta una biblioteca es, se conoce, un arduo esfuerzo. O, más cómico aún, debe haber detrás de todo esto algún humorista que piensa que, por encontrarse en la calle el libro, el que no lo lee cargará con él hasta casa y se convertirá en un agradecido lector. Yo, lo siento, seré muy pesimista, pero no lo veo. A mí todo esto me parece, por un lado, la tontería nueva con la que algún listo saca dinero a una institución o una empresa. En este caso, por lo que he leído, una marca de cerveza. Cerveza, sin, por supuesto, porque se conoce que el alcohol y los libros no pueden ir de la mano a juicio de estos brillantes filántropos. Uno cree que todos esos libros, treinta mil, podrían haber ido a parar a los estantes de las bibliotecas públicas, de donde pueden ser liberados por todo usuario que lo desee. Pero no, la "liberación de un libro" pasa porque alguien se lo lleve a casa y se lo quede. Como los muebles viejos, como los animales perdidos, como las monedas encontradas. Debo ser el único que entiende esto del bookcrossing como un sucedáneo estúpido de la posesión. Ay, me lo encuentro y, si me gusta, me lo quedo, y si no, lo pongo de nuevo en cualquier lugar para que alguien se lo lleve. Así me ahorro tirarlo al contenedor de papel.
No creo que esta generosa "liberación de libros" tenga que ver con la realidad mercantil de la edición española. Miles de libros devueltos, cientos de títulos que pasan sin pena ni gloria por las librerías sin que, en muchos casos, se llegue a abrir la caja que los contiene porque hay exceso de novedades o porque no se vende apenas como para realizar toda la rotación mercantil a la que se han acostumbrado editores, distribuidores y libreros. En España se hacen muchos libros, muchísimos, pese que no somos una de las potencias lectoras del mundo, sí lo somos en el sector editorial. Y esos libros, ahora, no se venden. Así que hay que "liberarlos" para que el consumidor se lo lleve a casa gratis.
No queda otra que darse una vuelta con un libro, sentarse en una terraza, pedir un gintonic bien cargado y esperar para contemplar la nueva tontería de cualquier piernas que nunca lee libros para acercar el libro a los ciudadanos. Tiempo al tiempo.
La fotografía es de Paul Skinner