22 abril 2011

Al otro lado del espejo

Elvio Gandolfo fotografiado por Laura Crespi en el Varela Varelita,
bar del que Héctor Libertella era parroquiano.

Que el género de lo fantástico ha tenido dentro del ámbito del Río de la Plata a algunos de sus más interesantes practicantes dentro del ámbito de la lengua española es algo más o menos conocido por todos. Lo que no es tan conocido, porque figuras como Borges, Cortázar siguen siendo los referentes continuos, es que a día de hoy siguen produciéndose piezas únicas que aportan nuevas referencias dentro del inagotable surtidor de aquella región. Elvio Eduardo Gandolfo es uno de esos autores que es desconocido por el gran público pero que los lectores entendidos tienen bastante bien ubicado. Es, además, un símbolo por lo que tiene de simbólica su biografía. Hijo del poeta Francisco Gandolfo, nació en Mendoza pero se crió en Rosario y luego fue cambiando de residencia cada pocos años entre localidades argentinas y uruguayas, hasta el día de hoy, en que vive a camino entre las dos capitales: Buenos Aires y Montevideo, donde, además, se encarga de dirigir uno de los suplementos culturales con más prestigio de América Latina, el del diario El País.
Su obra se extiende en los género de la poesía, de la novela -la finalista del premio Planeta Boomerang y una novela crónica llamada Omnibus- y, sobre todo, el cuento. En un reportaje que le hizo la periodista Ana Belluscio, Gandolfo le confesaba que, cuando Gandolfo termina uno de sus cuentos se dice a sí mismo: Gandolfo es muy bueno. Tal vez por ello no necesita que se lo digan muchas más veces, pero en el caso de estos dos cuentos se hace obligado repetirlo más de una vez. Pero, más allá de lo cómico de la anécdota, hay algo mucho más turbador, Gandolfo presta su cuerpo al otro para que escriba esos relatos extraños y turbadores como pocos, que más tarde él lee como algo ajeno. En esa explicación se puede leer el método de total libertad creadora, ese abandono de uno mismo en su escritura, que es quizás la pista más válida de Gandolfo para sospechar de al existencia de otro, u otros, yo dentro de nosotros mismos.
Para ser exactos, habría que describir los dos textos que forman este libro como un cuento y una novela corta, porque Escamas, piel por extensión y enfoque se acerca más a ese género dúctil y todavía poco o nada analizado que es la novela corta. De todos modos, el texto que abre el volumen es el cuento Rete Carótida. Se trata de la historia de la toma de contacto del narrador de la existencia de una mujer extraña que le facilita fotografías de temática sexual sin explicación ni razón aparente y que en un momento dado parece tener algún tipo de extraña relación con un amigo suyo. Lo grotesco del aspecto de la propia Rete Carótida, la protagonista del relato que es descrita como una enorme y oronda mujer, el elefante aparece como referente espontáneo, y pese a ello capaz de provocar algo más que pavor o miedo, no es, con todo lo más interesante del relato, sino la presencia de algo intangible, una suposición o intuición incluso, que va poco a poco trasladándose al lector que, perplejo, se siente tan desorientado como el propio narrador y con la misma necesidad de saber qué ha estado ocurriendo durante la narración. Gandolfo, inteligente, no considera necesario explicar los hechos ni construir el texto sobre esa presencia inefable que constituye lo fantástico, sino usarla como un elemento más, siempre latente, a lo largo de la narración.
Ese enfoque, brillantísimo, se hace más palpable, incluso en Escamas, piel. En principio la trama es una sencilla historia de amor. Un hombre conoce a una mujer en la panadería a la que acude a diario para comprar el tentempié de sus compañeros y se queda prendado de ella. Uno de esos compañeros, al tanto de lo que está sucediendo, le cuenta la historia de un viejo compañero que mantuvo una relación con esa misma mujer y desapareció. La narración cobra en ese momento una densidad y poder de atracción únicos, y Gandolfo sabe mantener hasta el último momento la tensión narrativa, con la presencia de un par de escenas que se graban en la memoria del lector. Y, siempre, con una sensualidad, una presencia del cuerpo y del placer constantes y fascinantemente reflejadas:
"la besó, buscó su lengua, enredándola y tocándola apenas con los dientes, sin llegar a morderla. Ella apretó aun más el abrazo y Berti cerró los ojos. Hubo un gemido aun más agudo, fino, casi en el límite de lo audible, y entonces lo invadió una ola de terror extremo, en la oscuridad de los ojos cerrados. Porque sintió que lo que lo envolvía no era la piel casi blanca de Irene, ni los brazos de la mujer que amaba y compraba pan en la panadería, sino otra cosa múltiple, enorme, vigorosa, distinta hasta la repulsión, de la que quería separarse ya, para correr hasta interponer la máxima distancia posible, en tiempo y espacio."
Lo realmente único de esta novela corta, sin duda una lectura obligada para todo amante del género, es que consigue trasladar al lector todas las experiencias e inquietudes del protagonista y, más aún, preguntarse tras su lectura si ese algo extraño e inquietante a lo que tiene acceso a través de la relación con Irene no es el propio amor, de ahí ese pavor que despierta el tomar contacto con algo tan puro.
Quizás, ojalá, la edición de este libro tan intenso como perturbador, que nos habla de los sentimientos y del temor que nos despiertan los otros, quizás nosotros mismos, sirva como tarjeta de presentación para muchos lectores ansiosos de conocer un poco más del universo sutil e inquietante que ocupa la obra de Gandolfo.

Elvio E. Gandolfo Dos mujeres Periférica, Cáceres, 2011