04 julio 2011

Mucho más que una parodia


Desde que llegó lo de la TDT yo no puedo ver la tele, porque no tengo el dichoso aparato que permite ver los canales digitales. No lo echo de menos para nada, la verdad, porque me paso el día viendo películas y series. Siempre, eso sí, a mi ritmo, porque tal y como señalaba Rodrigo Fresán en un artículo cuando hablaba de que la explosión de las teleseries de calidad que vivimos estas han triunfado cuando el espectador no se ve sometido al ritmo de emisión que las cadenas imponen. Así yo me he disfrutado de The Soprano's cuando esta había terminado, lo mismo sucedió con The Wire y demás. Ahora, al menos, veo por temporadas completas aquellas a las que me he ido enganchando (Mad Men, Bored To Death, Weeds, Treme, The Big Bang Theory, etc).
Y, como les sucede a muchos de los seguidores de estas series, me he preguntado siempre por qué en España, que exporta tantos directores, actores, técnicos e, incluso guionistas -Ruíz Zafón era un guionista mediocre de la industria de Hollywood antes de que su libro se convirtiese en superventas-, no se hacen series de calidad. Sé en parte cuáles son los motivos. Uno de ellos es que las cadenas en España exigen formatos imposibles. Como sabe cualquier profesional del ramo los dramáticos tienen cincuenta y pico minutos para ocupar una hora de parrilla con anuncios, y las comedias veintipico para ocupar media hora. Pero en España las cadenas quieren llevar una hora con las comedias y dos con los dramáticos, cuando no mezclar ambos formatos para ofrecer capítulos de casi dos horas donde el drama y la comedia deben mezclarse para total lío del espectador. Así no hay quien haga una serie decente, desde luego.
Pero, al menos, todavía hay productoras que ofrecen productos más arriesgados y cadenas que se atreven a programarlos. En particular la cadena de pago Canal+. Lo hizo con Crematorio, un dramático que se ha quedado a medio camino de lo que prometía pero que, al menos, ha demostrado la voluntad de ir más allá respecto a lo que se acostumbra por estos pagos. Y, por otro lado, ¿Qué fue de Jorge Sanz?
Mucho se ha hablado de esta serie en relación con Curb Your Enthusiasm (El show de Larry David la llamaron aquí, nadie entiende por qué), y mucho tiene que ver en la elección de un personaje real, del trabajo sobre las relaciones entre realidad y ficción y en el formato de falso documental. Y, sobre todo, en el enfoque, nada complaciente, con el personaje y la imagen que de él se tiene. Para ello ha sido necesario que el propio Jorge Sanz se haya atrevido a exhibir una capacidad de autocrítica y una ironía nada despreciables. Por de pronto porque la serie está montada sobre un hecho real: Jorge Sanz pasó de ser la gran estrella del cine español a desaparecer de modo casi absoluto en las producciones recientes. Y en muchos casos sigue siendo un papel interpretado cuando todavía era un niño, apenas doce años tenía cuando rodó Valentina, el que todos le recuerdan como su gran interpretación. Quizás por eso, porque parece que su carrera estuviese dormida, por lo que todos los episodios se inician con Jorge Sanz durmiendo, algunas veces en posiciones inverosímiles, y siendo despertado por la llamada de su nuevo agente, un novato en la profesión que antes trabajaba como comercial de quesos, el entrañable Amador interpretado por el excelente Eduardo Antuña.
Irónica, pero al mismo tiempo tierna, por la serie desfila todo un plantel de actores, directores, pero también de escritores o editores interpretándose a sí mismos, y a actores clavando, literalmente, sus papeles. Y es ese aire entre cine amateur y cuidada planificación lo que le da el mayor encanto a los seis episodios que, de momento, conforman la serie. Una serie que va poco a poco insertándose en la memoria del espectador gracias a la calibrada intensidad de cada capítulo.
Una serie que, finalmente, se va construyendo ante los ojos del espectador como un todo sin fisuras, donde el retrato que se hace de la profesión de actor y del mundo del espectáculo en general es muy poco indulgente sin caer en la sátira fácil. Y donde Jorge Sanz ha sabido ir más allá de muchos de los registros en los que, mal que bien, ha estado encajado. Por ejemplo, en el cuarto capítulo hay un momento donde el actor en decadencia queda a un lado para lograr una hondura excepcional en la escena en la que conoce a la hija que tuvo siendo un actor muy joven y un tanto alocado. La escena, rodada con tiendo y sencillez es, sin duda, el momento en que Jorge Sanz se luce y demuestra que hay dentro de él un actor con mucho más recorrido de lo que muchos han sabido extraer de él.
Los que no la han visto son, sin duda, los que están de suerte, porque finalmente se ha puesto a la venta la temporada completa, de modo que uno puede dedicarle una tarde de fin de semana, o dos, o seis, o las que quiera, a deleitarse con una serie que hace albergar esperanzas para una industria que en España no suele entregar más que bodrios y cosas muy olvidables.