17 julio 2006

Viñetas dominicales


En las horas de calor de la siesta de un mes de julio madrileño que está resultando especialmente caluroso y asfixiante hay tiempo para leer mucho. Este domingo me decidí a tener una tarde de lecturas comiqueras o tebeísticas, que tanto significa lo uno como lo otro aunque creo que ninguna de las dos palabras las acepta la RAE.
En ambos casos se trataba de la recopilación de historias breves publicadas en revistas –hubo un tiempo en que los quioscos españoles estaban llenos de revistas en las que se iba publicando lo mejor del cómic europeo y americano- y con una intencionalidad parecida: recoger los aspectos más sombríos de la realidad e ironizar sobre ellos.
La primera, menos afortunada a mi entender, es la del guionista Abulí –famoso y reconocido por su serie Torpedo- y el dibujante Oswal. Llamada 13 relatos negros, recoge una serie de historias en las que el humor negro y la ironía son los dos objetivos fundamentales de sus creadores. Lo que sucede es que en la plasmación de dichas historias el guión se queda casi siempre corto o, dicho de otro modo, el final se precipita casi siempre frene al ritmo de la narración establecido–tal vez condicionado por el tamaño que tenían disponible, aunque eso sólo demuestra un escaso esfuerzo de adaptación el medio- o quizá esté también marcado por la voluntad de enfocar las historias hacia una sorpresa final que, en la mayoría de los casos, es más un choque poco trabajado que deja un regusto amargo, de historia mal cerrada. También usa muchos clichés, genéricos y estructurales, que en la mayoría de los casos no terminan de jugar a favor de la historia –bien porque unas veces son respetados en exceso, bien porque otras están subvertidos sin gracia- y en algunos casos, como la historia llamada La carnada, se evidencian plagios de grandes autores de ciencia ficción. Pero, lo más evidente es la voluntad de no ir más allá del chiste, de construcción de historias intrascendentes que se agotan con una sola lectura –y eso teniendo en cuenta que muchas veces esa primera lectura se revela bastante sosa o descafeinada.
El dibujante Oswal parece comprender la escasa importancia de las historias que el guionista le entregó y su dibujo se muestra apenas esbozado, ya que casi ninguna plancha tiene un aspecto de dibujo acabado, sino de boceto a mano alzada que, en algunos casos, es directamente una acumulación de trazos difusos y mal perfilados –alguna historia presenta un dibujo casi indescifrable- y con unas viñetas generosas que no van tanto a favor de la narración visual como de la finalización rápida de las páginas que el editor de la revista fuera a pagar.
En Glénat, Joan Navarro ha estado llevando a cabo una labor fundamental de recuperación en volúmenes dignos de la obra de los grandes del tebeo español. Gracias a ellos hemos podido disfrutar de muchas obras de Carlos Giménez, de Alfonso Font o la propia serie de Torpedo realizada Bernet y Abulí. Estos relatos negros eran, la verdad, totalmente prescindibles.
Miguelanxo Prado es un referente básico a la hora de hablar de narrativa gráfica en España. Su álbum Trazo de tiza es, posiblemente, la mejor obra que se hizo en los noventa en el tebeo español. Su trayectoria profesional lo ha llevado a trabajar en Hollywood, a dirigir una película de animación, o a publicar sus cuadernos de viaje –preciosos los de Lisboa y Belo Horizonte.
La obra a la que ha dedicado un esfuerzo más continuado es Quotidianía delirante, que reúne las historias cortas que a lo largo de los años se han ido publicando en revistas y que se mueven dentro de la sátira social.
Recogidas en un solo volumen sirven para apreciar la unidad sorprendente que demuestran, tanto en la visión del mundo que ofrecen como en los mecanismos para representarla. Prado se fija en el día a día, en la enorme cantidad de hechos inexplicables con lo que convivimos de un modo, cuanto menos, sorprendente, y que no tienen explicación alguna. Para evidenciar lo absurdo o negligente de nuestra conducta nunca recurre al símbolo ni a la metáfora, prefiere un método más kafkiano: mostrar la realidad tal y como es, y, sólo en momentos puntuales, intensificarla –ojo, no hay invención aquí, sólo intensificación de las actitudes, no exageración n invenciones- con lo que uno nunca recibe la impresión de que lo contado es invención o modificación intencionada. No, lo que tiene ante sus ojos son los comportamientos que se encuentra cada día agudizados, evidenciados, puesto bajo el foco que evidencia lo ilógico de dichas actitudes. La lectura continua de estas historias revela una sociedad enferma y algo perdida, pero que se limita a adaptarse a los fenómenos cambiantes de una sociedad que no medita sus comportamientos.
La inmediatez, el humor –nada de risas, todo lo más un rictus desencajado- de las historias deja poco tiempo para un tratamiento gráfico deslumbrante. El lector de álbumes como el mencionado Trazo de tiza, Tangencias o Pedro y el lobo sabe que Prado es uno de los más delicados dibujantes que hay en el cómic mundial, y uno de los que mejor ha asimilado las posibilidades gráficas del medo y el espacio, el aire, interno de cada viñeta. No es ése el Prado que encontrará aquí pues, pese a mantener un nivel estético muy elevado –cuando uno es un buen dibujante no puede cortarse la mano-, no alcanza la sofisticación de otros álbumes. Sí que se puede apreciar, a lo largo de la lectura continua de este volumen, la evolución del autor, desde el grafismo más genérico de las primeras historias –planchas blancas, colores casi planos, dibujos entintados- a las planchas pintadas con pinceles, de una textura muy personal, en la que se aprecia una calidad casi pictórica en los acabados de cada viñeta. Prado es una delicia para todo buen gourmet del tebeo.
Con la misma realidad como materia se pueden hacer cosas tan distintas…

Abulí/ Oswal 13 relatos negros Glénat, Barcelona, 2003
Miguelanxo Prado Quotidianía delirante Norma, Barcelona, 2003