13 noviembre 2006

Demasiado control

A mí me gusta la línea clara. Esto puede ser una afirmación perfectamente idiota para muchos o llena de significado para otros. Pero en mi caso es así. De siempre me ha encantado la historieta franco-belga –que, por cierto, tiene de belga a Hergé y deja de contar- y casi todo el cómic que es más o menos heredero de ella tiende a gustarme. Al menos estéticamente. Por eso cuando una amiga, Laura Rodríguez, que a su vez es íntima de dos dibujantes y músicos: Paco Alcázar y Miguel B. Núñez, me habló, y bueno, casi me obligó a comprar un cómic de Juan Berrio, Mañana es martes, en una presentación que se hizo en un bar de la calle Bailén de Madrid –hago la puntualización porque en todas las ciudades españolas hay una calle con ese nombre, para que luego digamos que no tenemos complejo de inferioridad con los gabachos- no me resistí demasiado. Juan Berrio es un dibujante magnífico, mejor ilustrador –se puede ver una muestra de su trabajo en su web: www.juanberrio.com- y un guionista con momentos brillantes. Tras aquel tebeo compré –y disfruté- A saltos, su siguiente álbum –por cierto, me gusta mucho el encanto pop de llamar álbumes a los libros de cómics, como si se tratase de discos de vinilo.
Como de un tiempo a estar parte ando un poco despistado con lo de las novedades en el mundo del tebeo, no me enteré en el momento de su aparición de que Berrio había publicado un nuevo libro. Se trata de Siempre la misma historia. Me lo compré esta semana porque me di una vuelta por Elektra comics –da un poco de vergüenza decir que uno se da una vuelta por una tienda que está en la acera de enfrente de la oficina donde pasa todas las mañanas- a ver si había salido alguna novedad interesante y por echarle un ojo a la encargada de la tienda, que me encuentro muchas mañanas tomando café y me parece más interesante que muchas de las superheroínas que ocupan los expositores de la tienda –sí, ya lo sé, pero uno está soltero, se puede permitir estas licencias.
La verdad es que me gustaría decir que el álbum me ha gustado mucho, pero no ha sido así, se lee con la misma facilidad que todo lo que ha hecho Berrio, uno agradece las historias cotidianas, la naturalidad y el tono siempre tierno e irónico de sus viñetas. Pero en este caso no hay casi nada más, falta un poco de vida en las historias que nos cuenta. Se echa en falta un poco más de ambición, las historias recogidas tienen muy poco vuelo, poca ambición, y eso se nota al final en lo poco estimulante del libro. Se lee bien, pero una vez se ha terminado se recuerdan pocas cosas, y durante su lectura han sucedido también pocas cosas.
Y la propuesta tenía aspectos muy interesantes, como las colaboraciones de amigos en la parte gráfica. Autores tan interesantes como Lorenzo Gómez, Fermín Solís, Santiago Sequeiros, el ya mencionado Miguel B. Núñez, y Sandra Uve y Manolo Hidalgo se encargan de ponerle cuerpo a las historias de Berrio. Pero ni aún así, la diversidad estética del álbum desde luego juega a su favor, porque la monotonía de las historias hace muy necesarias esas alegrías con los lápices. Y no porque Berrio sea un mal dibujante, al contrario –de hecho él también varía en la técnica usada para cada una de las historias que ha ilustrado él mismo-, pero en este caso las historias no terminan de levantarse del suelo y las novedades gráficas sirven, al menos para ponerle un poco más de carne al asunto.
Tanto Berrio como la editorial han tenido la generosidad, y honestidad, de incluir al final del álbum unas reproducciones de los guiones y esquemas de viñetas que Berrio mandó a cada uno de los autores invitados. Y digo generosos porque para los seguidores es un puntazo ver esa parte del proceso creativo de Berrio: ver como diseña cada plancha cuidadosamente antes de darle cuerpo a la historia con el dibujo final. Pero también digo honestos porque al ver esos esquemas uno descubre donde anida, al menos en parte, el escaso empuje de las historias. Un guionista sabe que debe dejar al dibujante total libertad a la hora de paginar, de elegir los planos y enfoques de los dibujos, pero un dibujante tiende a querer controlarlo todo, y eso arroja una duda: ¿no habrían sido mejores las historietas contadas por cada dibujante a su modo? De este modo tenemos a unos obreros que levantan el edificio sobre los planos del arquitecto, pero tal vez habría sido mejor haberles dejado manos libres para imaginar ellos mismos las imágenes de la historia. Así no habríamos presenciado a un conjunto de intérpretes sobre una misma partitura, sino a un grupo de artistas contando historias. No creo que estas historias hubieran tenido mucha más garra, pero seguro que sí habrían sido más vivas y honestas.
Juan Berrio Siempre la misma historia Astiberri, Bilbao, 2004