19 septiembre 2007

La quimera de entrar en los manuales

Ha querido la casualidad, esa lógica que no entendemos, que haya coincidido la redacción que tenía en marcha de las impresiones que me había despertado el libro Afterpop de Eloy Fernández Porta con la lectura de un artículo de Javier Calvo publicado en el suplemento Costura/s de La Vanguardia sobre eso que se ha dado en llamar “Generación Nocilla”.
El artículo de Javier Calvo resulta especialmente interesante porque lo ha escrito alguien que se ha visto metido, de repente, en un grupo con el que, posiblemente, tiene poco o mucho en común pero con el que no se siente identificado. Y en el artículo recalca, por encima de otras cuestiones, que, muchas de esas señas de identidad están creadas por los propios miembros del grupo y amplificadas con el objeto de despertar un mayor interés mediático. Este artículo –bueno, mejor estos, tanto el de Calvo como el mío- servirán, por encima de otras cuestiones, para dar mayor bombo al asunto. Todos, hace tiempo, sabemos que no hay publicidad mala o buena, sino tan sólo publicidad, y este post es echar más leña al fuego y, por lo tanto, avivar la llama.
Yo he leído algunos de los libros de esos “jóvenes autores” que están incluyendo en la nómina de la dichosa generación –por cierto, qué degeneración eso de tener siempre que aludir a la dichosa palabrita cuando se trata de hablar de literatura- y estoy todavía a la espera de esa revolución que tanto anuncian. Coincido plenamente con Calvo –y es muy curioso que coincida tanto con él con lo espeluznante que fue para mí la lectura de El dios reflectante, que me pareció un horror y me ha quitado las ganas de volver a leer otro libro suyo- en que la característica principal de ese grupo cohesionado en torno a la nueva etapa de la revista Quimera –aprovecho para proponer un nuevo nombre: Grupo Quimera- es que están dedicándose de un modo muy activo a la autopromoción. Eso que llama Calvo Do It Yourself es, sencillamente, autopromoción. Uno elige una serie de virtudes –o de características que entiende como virtudes- y se dedica a propalar la buena nueva a los cuatro vientos. Eso es, más o menos, lo que está sucediendo con el núcleo más duro –y más sólido, tampoco nos engañemos- del grupo. Porque, curiosamente, los parabienes hacia Nocilla dream han venido, justamente, de los propios colaboradores de la revista Quimera. O sea, que un grupo de amiguetes han elegido el libro de otro como mejor novela del año –por cierto, uno de esos amiguetes no se ha cortado un pelo en decir que no le parece, propiamente, una novela, opinión con la que coincido. Y esa es, más o menos la técnica seguida por parte del grupo, lo que me recuerda mucho al anuncio este del yogur griego donde se nos dice que una asociación de catadores –o sea, de expertos en vino- y un notario han elegido ese yogur como el mejor del mercado.
Pero, lo más curioso es, como señala Javier Calvo en su artículo –bueno, la novela de los japos en Londres me pareció un coñazo, pero el cuento de los finlandeses de Eñe no estaba tan mal- han decidido dinamitar su credibilidad ignorando lo que se ha hecho antes en la literatura hispana La nómina que enhebra: Loriga, Fresán o Casavella –me voy a limitar a los de unas edades parecidas- es incontestable. De hecho, en El hombre que inventó Manhattan enlazó una novela fragmentaria que bebe de la estética cinematográfica y beat de un modo más fecundo e interesante que Nocilla dream de Fernández Mallo. Y Fresán en Mantra recoge de un modo enciclopédico sin dar a luz un tostón académico esa cultura “afterpop” de la que habla Fernández Porta en su libro. Incluso, siendo un poco malvados, podríamos señalar que las aventuras de narrativa distópica de algunos de los miembros del grupo son pálidos reflejos de la de Ballard. Y que, incluso desde una perspectiva estrictamente estilística, el español de esos libros es, por momentos, infame –mucho Internet, mucha revista yanqui y muy pocas novelas para aprender a expresarse.
Pero sí que reconozco, como lo hace Calvo –otra coincidencia, ay, ay, al final me veo leyendo más cosas de este hombre-, que el libro de obligada referencia para entender todo este tinglado es Afterpop. La literatura de la implosión mediática. Publicado por Berenice, la hija cool del emporio cordobés de Pimentel –tampoco son editoriales tan minúsculas, Javier, qué perra tenéis la gente que publicáis en las grandes-, este libro destaca, sobre todo como intento de generar una nueva concepción crítica, como golpe en la mesa destinado a llamar la atención sobre otros métodos –no nuevos, desde luego, pero sí poco explorados en España- de los que suele usar la crítica mercenaria o académica establecida.
Los artículos reunidos aquí se caracterizan, sobre todo, porque huyen de concepciones prejuiciadas de lo que es o deja de ser cultura. La cultura, sea de masas o de élites, es cultura y, como tal referente. En el texto que abre el libro, uno de los más interesantes del mismo, se analiza esa cuestión. La costumbre que siempre se ha dado aquí es la de ubicar a priori el texto en uno u otro cajón. Así, hay críticos “serios” que sólo leen las obras de los grandes autores bendecidos por el prestigio del canon, y otros quedan abandonados al espectro de la subcultura o medios minoritarios como fanzines y demás. Sirva como botón de muestra el desprecio que, históricamente, se ha mantenido con la obra de Ballard por parte de los suplementos de los grandes diarios o por la cultura académica, que se debe, en la mayoría de los casos, a la incapacidad de hacer una lectura competente de dichos textos. No entro ya en ejemplos como Gibson porque sería de llorar. Esa es otra de las características que reivindican para sí los miembros de este Grupo Quimera –no sé por qué voy a ser menos que unas redactoras del Gutural del Mundo a la hora de bautizar movimientos, y también podían ser los Fernández, porque hay varios-, la utilización de referencias científicas y tecnológicas. Pero, si por un lado es evidente y palmario que la literatura española parece vivir todavía en los años de los teléfonos de baquelita, tampoco hay que exagerar a la hora de sacar pecho. La tecnología y ciencia que se exhibe en los textos de estos autores es, por decirlo educadamente, de usuario. Pero bastan esas pinceladas, esos detalles, para fascinar a un lector que también abre la boca sorprendido por los “experimentos científicos” que lleva Flipy al programa El Hormiguero.
Afterpop, y los autores del grupo en general, destacan, sobre todo, porque al menos le dan algo de color al prostático panorama literario hispano, repleto de autores que, ancianos con cuarenta años, pueden entrar ya en la Real Academia –véase el caso de Muñoz Molina, caso de progeria espeluznante-. Pero de ahí a lanzar las campanas al vuelo como está haciendo cierta crítica, que demuestra así unas ganas locas de pasar a la letra pequeña de la Wikipedia, es exagerado. Ni la poesía, ni la narrativa de estos autores es, a fecha de hoy, un hito de la literatura hispana. Puede que en el futuro lo sea y ya se encargará el mercado de imponerlos como tales –Fernández Mallo lo será en breve, porque ese será el leit motiv de la promoción que el harán en Alfaguara, seguro-, pero que estemos presenciando un caso claro de utilización del mito del rebelde y contestatario para lograr un hueco en el mercado es un hecho que no debe olvidarse.
Algunas de las teorías, de las lecturas que lanza Fernández Porta en su libro son, evidentemente, interesantes, meditadas y sugerentes. Otras son delirios más o menos revestidos de una hábil retórica que se apropia de las técnicas posmodernas –todo vale, todo es lo mismo, el análisis de un episodio de Family Guy tiene la importancia y relevancia de uno de El padrino- para, en el fondo, cuestionar ese mismo panorama intelectual en el que nos movemos. Artículos como el que abre el libro, que debería ser de lectura obligada para todos esos colaboradores de suplementos culturales y gestores que consideran pop a Loriga y culto a Javier Marías, así como el tono y la elaborada redacción del libro, lo convierten en una lectura más que saludable y beneficiosa.
Es, sin duda, lo más interesante que ha publicado un miembro de este grupo. Sería injusto para esos lectores que, escamados por las tácticas de guerrilla de los miembros del mismo y afines, estén pensando en ignorar este libro que yo les recomendase que se abstuvieran de su lectura. Es un libro escrito por alguien inteligente y aporta ideas. Y eso no es algo que suceda muy a menudo.
Eloy Fernández Porta Afterpop Berenice, Córdoba, 2007