14 septiembre 2007

Los saraos literarios


A lo largo de estos años que he estado impartiendo cursos de escritura a distancia he comprobado que una de las cosas que más anhelan los aficionados a la literatura que residen en provincias son esos saraos que de vez en cuando se organizan en la capital. Fiestas de presentación, simposios, encuentros y demás acontecimientos por el estilo.
Yo estuve ayer, por ejemplo, en uno de los que amenazan con convertirse en un clásico: la presentación del número de la revista Eñe en el que se publican los finalistas de su certamen de cuentos –uno de los más desorientados del panorama, la verdad- y que viene a servir como pistoletazo de salida de la carrera de la temporada oficial de publicaciones. La del año pasado, por ejemplo, quedó un poco deslucida porque se acabó pronto la bebida, así que en esta ocasión había mucha. Nada de comida, eso sí, porque en un evento literario no hay que dar a la gente de comer no vaya a ser que eso quede poco chic. Lo mejor es pasear y dejarse ver con un gin tonic en la mano. Este año les fallaron los hielos. Las copas iban con poquísimos hielos y encima se quedaron sin ellos. Hay que solucionar eso para la próxima ocasión.
Pero lo importante no es el catering, sino la literatura, claro. Y de eso no hubo nada. Por allí había editores, escritores, pretendientes de, periodistas y algún que otro cargo cultural. También había gente que no era nada de todo eso, y gracias a ellos se podía estar un poco entretenido. Muchas veces me preguntan los alumnos de qué hablan los escritores en esas celebraciones. Deben pensar que sus admirados autores aprovechan esas reuniones para verbalizar los sesudos análisis que han hecho del Ulises de Joyce durante sus vacaciones. Pero la verdad es que yo siempre que he visto a dos o más escritores en correo he comprobado que hablan siempre de sexo y de dinero, como cualquier hijo de vecino. Si se tercia intentan mezclar los asuntos y hablar de cuánto se ha sacado alguien por acostarse con otro. Es, sin duda, lo más entretenido.
Siempre, en un momento dado de la noche, alguien te recuerda cuál ha sido la excusa de esa orgía de whiskeys on the rocks –los refrescos tampoco abundaban- y comienza a hablar por un micrófono. Desde luego mucho éxito no parecía tener, porque todo aquello sucedía en la cubierta superior y todos los que estábamos en la cubierta inferior –la azotea del Círculo de Bellas Artes es lo más parecido a un trasatlántico varado en mitad de la calle Alcalá- permanecíamos ajenos a aquello, sin enterarnos demasiado bien de qué hablaban.
Lo mejor de la velada, de todos modos, fue cuando, al irnos de allí –ya no había hielo y dos gin tonic a temperatura ambiente pueden ser malos para el estómago- nos mezclamos con el famoseo que salía de ver la Fedra que protagoniza Ana Belén en la versión de Juan Mayorga en el teatro del Círculo.
La noche, como todas las que se precien en el Círculo, deben acabar en el bar los Pinchitos y con una copa en el Galdós. Eso, tomar el último gin tonic en el café Galdós fue, sin lugar a dudas, lo más literario de toda la velada.
Yo no sé si todas estas cosas pueden dar algo de envidia a quien no lo ha vivido. Cosas de la literatura.